En nombre de Dios, suma y sigue
HAY RAZONES para pensar que el hombre se invent¨® a Dios un d¨ªa que estaba en guerra. Dios se ha convertido en estos tiempos que corren en la gran coartada del terror, tanto de la guerra como del terrorismo. No es nuevo. A lo largo de la historia ha tenido muchas veces este uso. En Espa?a, sin ir m¨¢s lejos, as¨ª en la cruzada como en el franquismo. Malos tiempos aquellos en que las religiones sirven para hacer piras humanas.
Y, sin embargo, Dios es el argumento perfecto. A los que disponen de una fuerza abrumadora -como Estados Unidos, en este caso- les es de una gran utilidad para te?ir de valores trascendentales lo que es dif¨ªcil de explicar con razones concretas, esperando que con la apelaci¨®n a Dios muchos ciudadanos se den por convencidos. La propaganda -hecha en nombre de la divinidad- se convierte en doctrina, y de este modo se consigue, por ejemplo, que un 42% de americanos crean que Sadam Husein es directamente responsable del 11-S y que un 55% crea que apoya directamente a Al Qaeda. En nombre de Dios, las mentiras penetran con mayor suavidad y los intereses son m¨¢s f¨¢ciles de camuflar. A los que combaten en inferioridad -Irak, por ejemplo- les sirve para movilizar la tr¨¢gica arma de los hombres-bomba, fruto a la vez de la rabia, de la superstici¨®n y de la ignorancia. En los dos casos este uso del nombre de Dios en vano conduce al mismo punto: al nihilismo. A la presunci¨®n de que todo es posible. Puesto que Dios existe todo est¨¢ permitido.
Por esta raz¨®n me parece d¨¦bil el razonamiento de Adam Michnik a favor de la guerra de Bush. Comprendo perfectamente que los intelectuales que resistieron al comunismo miren con especial simpat¨ªa a Estados Unidos. Por obvias razones hist¨®ricas, pero tambi¨¦n por razones presentes: si miran al Este, donde estaba la Uni¨®n Sovi¨¦tica aparece ahora la Rusia de Putin, el de Chechenia. Se comprende su desconfianza. Pero Michnik introduce un argumento, a mi entender, peligroso: la redenci¨®n de la culpa por la maldad del enemigo. Yo tambi¨¦n me niego "a poner el signo de igualdad entre un r¨¦gimen conservador y antip¨¢tico pero democr¨¢tico, y una dictadura, independientemente del color de su bandera". Pero que la legitimidad democr¨¢tica de Bush sea mayor que la de Sadam Husein, y la de Sharon que la de Ham¨¢s no puede servir para justificar cualquier acci¨®n de los primeros contra los segundos, porque estar¨ªamos convirtiendo a la democracia en un r¨¦gimen de impunidad. Como si a un gobernante, por el hecho de ser elegido democr¨¢ticamente, todo le pudiera estar permitido.
Puesto que hay cosas que la raz¨®n democr¨¢tica no acepta, Bush ha acabado apelando a la religi¨®n como fuente de legitimaci¨®n de su fuerza. Es curioso el doble bucle religioso con que se est¨¢ desarrollando esta crisis. Occidente ha atribuido el retraso de los pa¨ªses isl¨¢micos en entrar en la modernidad a su incapacidad para separar poder civil y poder religioso. Georges Bush se ha montado sobre un neofundamentalismo cristiano para emprender su cruzada contra el mal. Al tiempo que Sadam Husein, un dictador laico que no necesit¨® a Dios para perpetrar sus cr¨ªmenes, apela al fundamentalismo isl¨¢mico para hacer la hoguera m¨¢s grande. Un pastor protestante americano, cuyo nombre no retuve, dijo recientemente en televisi¨®n refiri¨¦ndose a Bush: "Elegimos un comandante en jefe, no un evangelista en jefe".
Esta reiterada utilizaci¨®n pol¨ªtica de lo religioso, ?hay que entenderla como el fracaso de la modernidad en su intento de desencantar el mundo? ?O es un rearme pasajero propio de una crisis de transici¨®n? Olivier Roy atribuye la reacci¨®n fundamentalista isl¨¢mica, que ha significado cierto resurgir del wahabismo y ha dado pie al terrorismo islamista, a la crisis de certezas propiciada por la globalizaci¨®n del islam. La desterritorializaci¨®n de las creencias provoca estas reacciones como respuesta a la angustia de la p¨¦rdida de los puntos de referencia tradicionales. Resiguiendo este razonamiento, el retorno de la religi¨®n a los asuntos de Occidente, propiciada por la ultraderecha republicana, responder¨ªa a la fase paranoica de la globalizaci¨®n que tiene su icono en el 11-S. Para una derecha americana que ha tenido siempre la tentaci¨®n aislacionista, el mundo exterior a Estados Unidos es un caos. Y en nombre de Dios tienen la obligaci¨®n de poner orden en el mundo. Pero, esta doble transici¨®n, ?hacia d¨®nde conduce? En Estados Unidos, como en Arabia Saud¨ª, la relaci¨®n entre c¨²pula del poder, dinero y coartada fundamentalista funciona a pleno rendimiento. ?Es ¨¦ste el horizonte que se nos propone?
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