El retrato de Dorian Gray
La guerra es esto. Un ni?o sin brazos, con el cuerpo abrasado, dentro de una urna de cristal. Una ni?a con mu?ones en lugar de sus piececitos, con el extremo de un hueso asomando entre la carne podrida. Im¨¢genes dur¨ªsimas que deber¨ªamos recortar y ampliar y enmarcar y colgar en el sal¨®n de casa, junto a la Santa Cena y el retrato de comuni¨®n. Deber¨ªan estar en las vallas publicitarias y en los autobuses, en los lugares de trabajo y en los colegios, y servir de cortinilla entre los anuncios de la televisi¨®n. As¨ª hasta hacernos vomitar o hasta llevarnos a la locura.
Porque la guerra es esto. No son da?os colaterales. Son parte inseparable de la guerra. Y cualquier pol¨ªtico que decide iniciar o apoyar una guerra sabe que esto va a ocurrir, y sigue adelante consciente de que ocurrir¨¢ y de que esos ni?os mutilados o esas mujeres con la cabeza destrozada son un coste aceptable. As¨ª, en t¨¦rminos econ¨®micos: costes y beneficios.
Esos ni?os, esas mujeres, incluso los soldados muertos junto a una bandera blanca, son el retrato de Dorian Gray de nuestros gobernantes.
Mirad sus cuerpos destrozados, violados por las bombas, y conocer¨¦is el alma de los que mandan en Occidente. Ellos siguen apareciendo elegantes y perfumados ante las c¨¢maras, mientras las v¨ªctimas (el retrato) se descomponen y se convierten en puros andrajos de carne quemada y desgarrada. Bush, Blair, Aznar..., sin saberlo, est¨¢n reescribiendo a Wilde. Desear¨ªan poder esconder sus inicuos retratos en un oscuro desv¨¢n y los est¨¢n encontrando reproducidos en las primeras p¨¢ginas de los peri¨®dicos.
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