"?Para qu¨¦ quer¨ªa Sadam todo esto?"
Una multitud se lleva, sin enfrentamientos, hasta los aros de las cortinas de uno de los palacios del dictador
Hace s¨®lo un mes, Sadam Husein pod¨ªa despertarse en una cama inmensa, mirar por cualquiera de los tres ventanales de su palacio, salir a una de las dos terrazas y mirar la imagen de su propia efigie, uno de los cuatro inmensos bustos que coronan el palacio, meterse en uno de sus muchos jacuzzis de dos metros cuadrados y poner para ¨¦l solo el cine de dos pisos y m¨¢s de cinco l¨¢mparas de ara?a que se encuentra debajo de la gran c¨²pula del que oficialmente se conoc¨ªa como Palacio del Pueblo.
Nadie tuvo que enterarse ayer ni por la televisi¨®n, que a¨²n no se sintoniza en muchos lugares, ni por las radios, ni por ning¨²n peri¨®dico. La cosa corri¨® de boca en boca. De repente se supo que los estadounidenses hab¨ªan dejado expedito el camino hacia el Palacio del Pueblo, el de las cuatro efigies. Y all¨¢ se fueron en sus coches familias enteras para apropiarse de inmensas ara?as de cristal, de los sof¨¢s, c¨®modas, vasijas, camas, colchones, teteras, retretes y hasta de los interruptores de la luz.
Ayer, en medio del polvo y los escombros dejados por las bombas, se ve¨ªan bobinas de pel¨ªculas de cine rodando de forma libre y absurda en medio de salones vac¨ªos. Todas las paredes del palacio se hallan recubiertas de m¨¢rmol de la ciudad italiana de Carrara, considerado como uno de los mejores del mundo. En algunos de los m¨¢rmoles rotos esparcidos por las escaleras, tambi¨¦n de m¨¢rmol, pod¨ªan verse restos de sangre. Los ascensores para subir hasta el sexto piso se encuentran chapados en oro.
La gente desvalijaba en grupos perfectamente organizados. Pon¨ªan sof¨¢s debajo de las inmensas ara?as de cristal, golpeaban la cadena que las un¨ªa al techo con barras de hierro hasta hacerlas caer. A veces bajaban el cargamento por las escaleras, y otras veces, con cuerdas, a trav¨¦s de los balcones y las terrazas. "Me llevo este sill¨®n para recordar a Sadam cuando me siente", comentaba con iron¨ªa un adolescente.
Los chavales miraban el artesonado del techo y se llevaban el dedo ¨ªndice a la sien de la cabeza como si apretaran un tornillo. "Est¨¢ loco, ha puesto sus iniciales en todos los circulitos esos dibujados ah¨ª". Hab¨ªa miles de eses y haches grabadas por todo el palacio. Y en el enrejado de la ventana, inscripciones donde pod¨ªa leerse: "El castillo de Sadam Husein".
"?Para qu¨¦ quer¨ªa todo esto?", se preguntaba otro bagdad¨ª. "Mi casa no mide m¨¢s de cincuenta metros cuadrados. ?Para qu¨¦ necesitaba tanto espacio?". La estructura del edificio era sim¨¦trica en muchas partes. La misma habitaci¨®n pentagonal con el mismo jacuzzi al lado se pod¨ªa encontrar en la esquina izquierda y derecha del palacio. "Es como si quisiera pasar la mitad de la noche en una habitaci¨®n y la otra mitad en la otra. No le da tiempo a disfrutar de todo". En un comedor inmenso hab¨ªa una gran mesa de m¨¢rmol de treinta metros de largo por diez de ancho, sobre la que ahora caminaban los desvalijadores.
"Sadam, no; Sadam, no", repet¨ªa sonriente todo el que desvalijaba. Los chavales se llevaban hasta los aros dorados del cortinaje, pero si uno se quedaba mirando los aros m¨¢s de dos segundo no mostraban ning¨²n reparo en regalarlo.
Cuando una periodista le compr¨® una tetera a un muchacho por tres d¨®lares, el gu¨ªa le dijo: "Se?ora, por favor, no pague por estas cosas. ?l se la iba a regalar a usted si usted se la ped¨ªa. Pero si empiezan ahora a pagar, y la gente empieza a ver los d¨®lares tan f¨¢cilmente, este pueblo m¨ªo se volver¨¢ codicioso".
"Una vez me condenaron a 30 d¨ªas de c¨¢rcel por mirar a los ojos a Uday, el hijo de Sadam. Estaba prohibido mirarle a la cara", comenta un ingeniero en los jardines del palacio.
No se ve¨ªa un solo soldado estadounidense en un kil¨®metro a la redonda. Por los jardines, alg¨²n novio cortaba una rosa para regal¨¢rsela a su novia dici¨¦ndole que la hab¨ªa cogido del palacio de Sadam.
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