EE UU intenta imponer orden en Bagdad
Washington acuerda con la Cruz Roja y con polic¨ªas iraqu¨ªes la formaci¨®n de patrullas conjuntas
En la misma plaza de El Para¨ªso, donde hace cuatro d¨ªas las tropas estadounidenses colgaron una soga al cuello de la estatua de Sadam y unos 20 bagdad¨ªes bailaron sobre ella, le dieron mazazos, alpargatazos y le escupieron, ayer se congregaron varias decenas de ciudadanos para pedir a las tropas de EE UU que restablezcan el orden, que regulen el tr¨¢fico, que lleven la luz y el agua a las casas donde faltan. En respuesta a la solicitud, Washington anunci¨® ayer el env¨ªo a Irak de un primer grupo de polic¨ªas y funcionarios judiciales para ayudar a restablecer el orden.
Representantes de las fuerzas de Estados Unidos, de la Cruz Roja Internacional y de la polic¨ªa iraqu¨ª acordaron ayer la formaci¨®n de patrullas conjuntas que intenten frenar el pillaje y los saqueos en la capital iraqu¨ª, una ciudad poblada por m¨¢s de cinco millones de habitantes. En la misma l¨ªnea de tratar de imponer el orden, un portavoz militar de Estados Unidos baraj¨® ayer la posibilidad de implantar el toque de queda.
Como si se tratara de un gran gui¨®n en un gran escenario con actores que desconocen su condici¨®n de actores. As¨ª es como se desarrolla la vida en Bagdad desde que llegaron los marines. Primero, con la puesta en escena de la estatua derrocada. ?Que nadie sabe d¨®nde est¨¢ Husein o si se encuentra vivo o muerto? Pues aparece la estatua, al fondo de la calle por donde decidieron entrar los marines. Si no se tiene la imagen de Sadam esposado, que los espectadores de todo el mundo puedan ver lo que har¨ªan con ¨¦l algunos iraqu¨ªes y no echen demasiado en falta ni la imagen real de Sadam ni las armas de destrucci¨®n masiva.
Ni celebraciones ni festejos
Pero nada m¨¢s empezar la historia, el gui¨®n da un giro imprevisto. Las grandes masas de iraqu¨ªes que saludaban al liberador no salieron a la calle. Nada de grandes celebraciones ni festejos. Al contrario, hay muchos ciudadanos que opinan que est¨¢ muy bien que Sadam se haya ido, pero que ahora deber¨ªan irse los estadounidenses. Entonces van los soldados y dejan que los ciudadanos se tomen su revancha contra la Administraci¨®n.
Primero, la gente saquea edificios oficiales y cruza ante las narices de los soldados con el coche cargado de la rapi?a o con el saco a la espalda, dici¨¦ndoles: "Good, good; Sadam, no". El guionista ha previsto que el pueblo vaya descubriendo los lujos que se permit¨ªa Sadam. Su hijo Uday guardaba m¨¢s de 1.000 coches de lujo. Ricos y pobres hacen un puente a un Ferrari, un Maserati o un Rolls Royce y se lo llevan a casa.
Pero la historia, como las mejores pel¨ªculas, alcanza un momento de locura y paroxismo en el que parece que todo va a desmadrarse. La gente ya no roba s¨®lo las cuberter¨ªas de los hijos de Sadam o los ventiladores de las c¨¢rceles o camisas blancas de polic¨ªas, sino que se les nubla la vista y se cuelan en la mayor parte de los 32 hospitales de la ciudad. Y en embajadas, grandes tiendas, gasolineras. Y de repente, los actores involuntarios se dan cuenta de que el caos se va volviendo insoportable.
Cualquiera puede cambiar de sentido con su coche en cualquier carretera. Cualquiera se siente legitimado, como sucedi¨® ayer, para meterse en el Teatro Nacional de Bagdad, desvalijarlo y prenderle fuego. "Dios m¨ªo, eso no era de Sadam. Es m¨ªo, es nuestro. ?Qu¨¦ estamos haciendo?". Ya no huele a petr¨®leo quemado, sino a oficinas quemadas. Oficinas como las del museo arqueol¨®gico de Irak, impresionante muestra de tesoros de la humanidad. Todo parece estar al alcance de cualquiera. Incendiaron las oficinas con los inventarios del museo. Y no hab¨ªa, tras tres d¨ªas de descontrol, ni un solo marine ante la puerta. Eso s¨ª, hay muchos de ellos plantados en los puentes. Y los
marines registran el cap¨® de muchos ciudadanos.
En medio de unas calles donde apenas se han quitado los cad¨¢veres y a¨²n se ven decenas de casquillos de bala y coches quemados, parece que s¨®lo se salvar¨¢ el que pueda. Los bagdad¨ªes m¨¢s pudientes han contratado pistoleros. No hay ni un comerciante que se atreva a exponer sus frutas en la calle. Por eso ayer se vio lo que parece una de las estampas m¨¢s carentes de sentido: un coche de polic¨ªa del antiguo r¨¦gimen patrullando la ciudad y tratando de poner el orden. Era un coche como los que se paseaban cinco d¨ªas atr¨¢s ante el hotel Palestine con las sirenas encendidas aclamando a Sadam.
En el colmo de la anarqu¨ªa, los bagdad¨ªes se atrevieron ayer con dos de los grandes s¨ªmbolos del r¨¦gimen. El primero fue el museo Sadam, el lugar donde se guardan las armas del dictador, los regalos, la historia de su vida, con fotos y cartas. Todo eso fue asaltado, destruido, robado e incendiado. El guionista estar¨ªa frot¨¢ndose las manos cuando un iraqu¨ª de 22 a?os pudo ver un cuadro con el ¨¢rbol donde aparecen todos los nombres de Al¨¢, y en el centro de ese ¨¢rbol, la mayor de las herej¨ªas: el rostro de Sadam, como dando a entender que existe plena identificaci¨®n entre Sadam y Dios. "?Qu¨¦ persona m¨¢s loca!", dec¨ªa, llorando, el muchacho. El otro gran asalto de ayer fue el palacio de Sadam. Ah¨ª se cebaron las bombas el primer d¨ªa. Y ayer, los bagdad¨ªes.
Pero una vez que gran parte del pueblo ha visto que los estadounidenses permiten que se lleven todo, otros iraqu¨ªes caen en la cuenta de que hace falta orden. Y acuden ante los estadounidenses. Y el guionista se frota las manos porque ve ya el final aparentemente feliz: los soldados prometen que tratar¨¢n de implantar orden, de traer la luz, el agua, la comida. "Trataremos de implantar el toque de queda", asegur¨® ayer el teniente coronel Jim Chartier.
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