Los medios y los 'media'
En estos d¨ªas de "conmoci¨®n y pavor" he vuelto a leer los diarios parisienses del escritor y capit¨¢n de la Wehrmacht Ernst J¨¹nger. Radiaciones (Strahlungen) son diarios de guerra, escritos sobre un mont¨®n de cad¨¢veres y encuentros apasionados con C¨¦line, Morand, Picasso y Cocteau en el Par¨ªs ocupado por los nazis. J¨¹nger escrib¨ªa sus diarios en el hotel Majestic, pero su prosa ol¨ªa la metralla y la barbarie. Tras haber disparado muchos tiros y tener, como su admirado Malraux, los ojos abiertos sobre las guerras del siglo XX -el escritor alem¨¢n muri¨® habiendo traspasado la frontera de los 100 a?os, con el tiempo justo para apreciar incluso los videojuegos de la primera guerra del Golfo-, consideraba que "la pluma ten¨ªa una punta incandescente, dejaba fuego y cenizas detr¨¢s de s¨ª".
Los medios de comunicaci¨®n tienen un papel de primer orden como hacedores de verdades convenientes
Ignoro si hay alg¨²n escritor potencial en el desierto de Irak que pueda relatar la guerra y ocupaci¨®n de las fuerzas aliadas. Me consta que hay c¨¢maras y periodistas adosados al movimiento de las tropas para explicar las minucias menestrales de los chicos y las chicas del frente: cargan su petate, cavan zanjas, matan mujeres y ni?os, descansan durante la siesta aprovechando la sombra de la tanqueta, arrastran el cuerpo y la bandera ante la tormenta de arena, lanzan unos cuantos obuses sobre ciudades sitiadas... Actos de defensa, nobleza y patriotismo que los periodistas recogen pundorosamente seg¨²n mandan las leyes del Pent¨¢gono. Tal vez la soldadesca no sepa muy bien a qu¨¦ ha ido a Irak, pero cumple con su deber, que consiste en disparar al enemigo, sea soldado o civil, en persistentes escaramuzas, y deja ese cuerpo purificado en posici¨®n de encuadre para los teleoperadores (triste condici¨®n de la figuraci¨®n iraqu¨ª en esta "producci¨®n en masa y a bajo precio de la muerte", por retomar la idea de Adorno). Al anochecer, cubren la retaguardia de los misiles que iluminan los cielos de Bagdad coincidiendo con el prime time de los telediarios para que los enviados especiales -bendita y abnegada tribu, todo hay que decirlo- puedan emitir sus se?ales, que luego ser¨¢n filtradas por el Urdaci de turno.
A Tony Blair le desagrada el tratamiento de la guerra por parte de la BBC (no digamos ya las cr¨®nicas de Robert Fisk en The Independent) porque presenta al enemigo como un conjunto amontonado de rostros de mirada opaca que vagan como fantasmas ante el fuego artillero o se pudren mutilados en el camastro de un hospital. Para evitar tama?o desafuero en la operaci¨®n teleg¨¦nica de la guerra, Bush invita a merendar a los sicarios de la Fox News y toca a rebato a la NBC para que despida a su periodista estrella Peter Arnett, pr¨¢cticamente la ¨²nica presencia americana en Bagdad.Y a continuaci¨®n, como prueba de consenso, propone im¨¢genes de haza?as b¨¦licas animadas por la inspiraci¨®n divina y los se?ores de la guerra, un serial killer para un p¨²blico anestesiado por la idioticia del patriotismo, atrapado entre la soflama predicadora y la propaganda m¨¢s soez (que a tenor de cierta migraci¨®n sem¨¢ntica bien podr¨ªa considerarse apolog¨ªa del terrorismo). Por lo que se refiere a nuestro presidente estadista, tiene el p¨²lpito de la televisi¨®n p¨²blica que apenas sabe que hacer con ?ngela Rodicio, entre tantos periodistas colocados t¨¢cticamente entre los misiles de crucero y los carros de combate para seguir el ritmo de la soldadesca y transmitir lo que dice el alto mando. El papel de la televisi¨®n en la producci¨®n de verdad ha desempe?ado un papel determinante en todas las guerras. Ser¨¢ por eso por lo que mienten tanto.
El ruido de los media en EE UU y su particular casus belli pone la carne de gallina. Prensa y televisi¨®n parecen empecinados en doblar el calendario b¨¦lico con argumentos bizantinos y ret¨®ricos que, lejos de preocuparse por los desastres de una guerra que han contribuido a preparar y concitar con todo tipo de extremaunciones (recu¨¦rdense, sin ir m¨¢s lejos, los exabruptos contra Francia y Alemania por violar las ¨®rdenes y los sentimientos de Estados Unidos), alimentan el fulgor del cataclismo. La excitaci¨®n ante la guerra no parece guardar ning¨²n decorum al alimentarse de verdades ¨²nicas. Conquistar territorio y matar al enemigo parecen acciones de buena fe por parte de unos chicos que han ido al frente para mantener el orgullo americano, tan maltrecho desde la guerra de Vietnam. El problema es que entre los objetivos alcanzados figura la poblaci¨®n civil, condenada a poner los muertos en este horror inmovilizado. Sin ir m¨¢s lejos, el mismo d¨ªa de la escalofriante cr¨®nica de Francisco Perejil desde el hospital Kindi de Bagdad ante un ni?o sin brazos, con el tronco y el abdomen quemados, y con todos sus familiares muertos, el peri¨®dico m¨¢s liberal de EE UU, The New York Times, todav¨ªa se pronunciaba sobre la credibilidad aliada y la precisi¨®n de los misiles para limitar los da?os colaterales (eufemismo atenuante para eludir el asesinato que no debe extra?arnos cuando a la agresi¨®n neocolonial se le llama ataque preventivo). Con esta mediocracia ligada al big bang militar, el tejano iletrado tiene garantizadas todas las encuestas. Y puede defender con firmeza aquella m¨¢xima de san Agust¨ªn que le corresponder¨ªa enarbolar a Sadam Husein en lugar de ser el referente de una banda de militaristas:
"En una fortaleza sitiada, toda disidencia es traici¨®n".
Dom¨¨nec Font es profesor de Comunicaci¨®n Audiovisual de la Universidad Pompeu Fabra.
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