Grados de imperfecci¨®n
Las sociedades civilizadas pueden perder su civismo con m¨¢s facilidad de lo que parece, y prueba de ello fue lo ocurrido en Europa continental (y en Espa?a) hace unos sesenta o setenta a?os. A veces creemos haber construido un pa¨ªs como si ¨¦ste fuera un edificio, y nos preguntamos, de manera un poco insensata, si sus instituciones est¨¢n consolidadas o no. Pero las instituciones no se consolidan nunca, como la vida misma, que tampoco lo hace. Simplemente fluye y va cambiando de forma. Que una democracia liberal o una econom¨ªa de mercado se mantengan es cuesti¨®n que los humanos tienen que decidir en cada ocasi¨®n cr¨ªtica que se les presenta, y volver a hacerlo en la siguiente, y pueden decidir tan mal que se queden sin ellas.
Por eso resulta fascinante observar lo que hace una sociedad occidental, presuntamente civilizada, en el momento cr¨ªtico de una guerra. Puede ser inquietante, aunque tambi¨¦n puede ser admirable. Por ejemplo, es admirable ver c¨®mo las sociedades occidentales debaten libremente hasta el ¨²ltimo momento si van, o no, a la guerra, e incluso siguen discutiendo despu¨¦s de haber tomado la decisi¨®n. No hacen como otras sociedades. No lo dejan en manos de los camaradas del partido, los l¨ªderes militares, los cl¨¦rigos, los intelectuales y los artistas, los medios de comunicaci¨®n o los manifestantes en las calles. De ninguna forma. Permiten que lo decidan sus representantes pol¨ªticos leg¨ªtimos (leg¨ªtimos porque han sido elegidos por la mayor¨ªa de los electores y ¨¦stos, teniendo apego a sus instituciones pol¨ªticas, no quieren destruirlas), pero lo siguen discutiendo.
Claro que es todav¨ªa m¨¢s admirable cuando esa discusi¨®n es, de verdad, un debate, y no la oportunidad para expresarse con vehemencia, crecerse en el asentimiento de los afines, silenciar los oponentes y reprocharles su desacuerdo. Es decir, cuando no se convierte el pluralismo de un debate entre individuos libres en la ceremonia de una comunidad un¨¢nime que amenaza a los disidentes. Tambi¨¦n es verdad que para que la discusi¨®n no se transforme en su contrario, en un grito un¨¢nime, es preciso que est¨¦ (auto)regulada por el sentido de la realidad, la previsi¨®n del futuro y el respeto por los dem¨¢s. Pero los seres humanos somos como somos. Falibles. Imperfectos.
Aun as¨ª, hay grados de imperfecci¨®n que es prudente evitar. Por ejemplo, en el caso de la guerra actual y la actitud de los espa?oles, conviene que ¨¦stos comprendan en qu¨¦ mundo est¨¢n viviendo; porque van a seguir viviendo en ¨¦l el d¨ªa siguiente a la manifestaci¨®n en la que participen, o al de las elecciones en el que depositen su voto. Tal vez muchos imaginan que con estos actos y estas expresiones de la voluntad, como si con ellos pronunciaran unas palabras m¨¢gicas, entrar¨¢n en un mundo diferente. Y es cierto que ir a una manifestaci¨®n o votar a un partido cambia algo las cosas. Pero la verdad es que no suele cambiarlas mucho. En realidad, seguiremos viviendo en un mundo dominado objetivamente, en gran medida, por el riesgo creciente de una conexi¨®n entre la proliferaci¨®n de armas de destrucci¨®n masiva, los Estados delincuentes y el terrorismo internacional. Y pasada la euforia de "poder haber hecho por fin algo" (superando as¨ª la sensaci¨®n de impotencia de quienes se sienten espectadores pasivos de lo que ocurre en el mundo), los manifestantes, y los electores en su momento, se despertar¨¢n en el mismo mundo que la noche anterior, s¨®lo que quiz¨¢ un poco m¨¢s peligroso que antes.
Tampoco es aconsejable que las gentes rompan la (delgada) capa de civilidad en las relaciones mutuas que hace posible la vida en com¨²n, ni, por tanto, que unas minor¨ªas se dejen llevar de su arrebatado amor por lo lejano tanto que lo usen como una coartada para expresar su odio todav¨ªa m¨¢s ardiente a lo cercano, aprovechando la ocasi¨®n para injuriar y amenazar (con impunidad) a quienes disienten de la aparente unanimidad del momento, incluyendo en estos disidentes a los representantes pol¨ªticos de la mayor¨ªa del pa¨ªs en las ¨²ltimas elecciones libres.
La raz¨®n de que esta conducta no es aconsejable estriba tambi¨¦n en lo que ocurre al d¨ªa siguiente y al siguiente y al siguiente de estos apasionamientos colectivos. Que no es otra cosa sino que unos y otros tienen que seguir viviendo juntos el resto de sus vidas, los de derechas y los de izquierdas (y lo que haya quedado del centro), salvo que unos pretendan forzar a los otros al exilio o al silencio o al acoso permanente, es decir, salvo que asistamos a la resurrecci¨®n de la Santa Inquisici¨®n y al entierro de la democracia liberal. Pero si no se pretende llegar a estos extremos, habr¨¢ que hacerse a la idea de que vamos a seguir viviendo juntos. Y en este caso, nos queda la tarea de decidir una pol¨ªtica econ¨®mica, exterior, de inmigraci¨®n, de defensa contra el terrorismo local, de orden p¨²blico, de mantenimiento o reforma de la Constituci¨®n, y tambi¨¦n la de seguir haciendo frente al riesgo de la conexi¨®n entre la proliferaci¨®n de las armas de destrucci¨®n masiva, el terrorismo internacional y los Estados delincuentes (porque lo que estamos viendo ahora s¨®lo es el comienzo), por no hablar de la atenci¨®n precisa a las fuentes y las ramificaciones de este riesgo, que son varias. Cosas todas que requieren juicio, y lo que se pueda reunir de buena voluntad de unos y de otros, porque no son precisamente f¨¢ciles.
Claro que no es deseable que un partido de la oposici¨®n que aspira a gobernar el conjunto del pa¨ªs opte por la delegitimaci¨®n sistem¨¢tica del adversario. Tampoco le conviene hacerlo. Con ello puede provocar un movimiento de boomerang que le arrebate el poder que cree acariciar ya con la punta de los dedos, porque suscite no s¨®lo los rencores excesivos de algunos, sino sobre todo un movimiento de despego y desestima profundos por parte de una mayor¨ªa desconcertada, que tampoco quiere esas maneras, intuye que los problemas complicados no se resuelven con un s¨ª o un no, y en el fondo est¨¢ a la expectativa de los acontecimientos y dosificando sus temores. Tales temores son considerables y, aunque se cubren de silencio o se expresan en forma de protesta moral, responden a una sensaci¨®n de peligro y al deseo de protegerse.
Y por supuesto, es sumamente deseable que el Gobierno tome sus decisiones no s¨®lo en conciencia, la suya, sino atendiendo a la conciencia de los dem¨¢s, y por tanto en el contexto de un proceso de ex-plicaci¨®n paciente, consulta, informaci¨®n y debate con su propio partido, con su electorado, y con el conjunto del pa¨ªs, aunque s¨®lo sea por la raz¨®n, sencilla, de que se lo va a encontrar en las pr¨®ximas elecciones. Y aunque a veces es bueno caminar uno o dos pasos por delante, no lo es adelantarse tanto que se camine solo. En circunstancias dif¨ªciles se ve el temple de los pa¨ªses, sus l¨ªderes y sus ciudadanos. En las de aqu¨ª y ahora, es deseable un debate pol¨ªtico intenso entre gentes que respetan las reglas de juego de la democracia, procuran no romper la comunidad pol¨ªtica, encuentran el tono y la manera de escucharse unos a otros, y se exigen mutuamente las responsabilidades pol¨ªticas que correspondan. Tambi¨¦n uno que no distraiga nuestra atenci¨®n del tema central, el de sobrevivir en los pr¨®ximos a?os al riesgo de la conexi¨®n entre la proliferaci¨®n de las armas de destrucci¨®n masiva, el terrorismo internacional y los Estados delincuentes. Si nos descuidamos, podemos ver c¨®mo la capa de la civilidad espa?ola, acumulada pacientemente durante muchos a?os, va saltando por los aires como en una explosi¨®n retardada, y con ella, nuestra capacidad para enfrentarnos con los problemas extremadamente arduos que nos aguardan. Lo que ser¨ªa un signo de que hab¨ªamos abandonado el camino de la perfecci¨®n, por el de la autodestrucci¨®n.
V¨ªctor P¨¦rez D¨ªaz es catedr¨¢tico de Sociologia de la Universidad Complutense de Madrid.
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