Tikrit no derriba las estatuas de Sadam
El teniente norteamericano Mat Peterson encarga a los habitantes de Tikrit el derribo de la estatua ecuestre de Sadam Husein de la plaza central, pero los residentes de esta ciudad s¨ªmbolo del r¨¦gimen no parecen tener ganas de emprender la acci¨®n.
"Que los estadounidenses sepan que las gentes de Tikrit y de Irak no han dejado de amar a Sadam Husein y que si ellos nos matan a todos, nuestros hijos le amar¨¢n como nosotros", proclama Hasan Mehdi, que sirve t¨¦ en uno de los escaso locales reabiertos despu¨¦s de la ocupaci¨®n por las tropas de EE UU de Tikrit, a unos 180 kil¨®metros al norte de Bagdad.
En la ciudad que ha visto crecer a Sadam Husein que ¨¦l ha cubierto de sus favores, los pocos que no han huido no son tan categ¨®ricos. El abatimiento y la inquietud alimentan el resentimiento y, a la espera de saber algo m¨¢s, la nostalgia. Los innumerables retratos del rais, que en otros lugares han sido r¨¢pidamente ametrallados, est¨¢n intactos. Todav¨ªa no hay electricidad en esta localidad sometida a bombardeos desde el primer d¨ªa de la guerra, hay poca agua potable y a¨²n menos comida. Se toma el t¨¦ con mucha az¨²car para aguantar cuando se tire de las reservas.
Los saqueadores se han puesto manos a la obra en Tikrit y en Uy¨¦, el pueblo vecino al que le gustaba retirarse al antiguo presidente. Pero lo hacen de forma m¨¢s discreta que en Bagdad o en Mosul. La ciudad no es tan grande. Un cad¨¢ver sobre la acera marca la entrada de Uy¨¦.
Los culpables de todos los males son Estados Unidos y la ONU, acusa Hasan Huseini, un comerciante. Las bombas estadounidenses han despertado a su nieta de dos a?os durante veinte noches. Dede hace 15 d¨ªas, "no comemos otra cosa que arroz y jud¨ªas". Al menos, con Sadam Husein "hab¨ªa trabajo, orden y autoridad". "En Tikrit se juzga a la gente por sus actos y los estadounidenses no han hecho todav¨ªa nada", dice.
El teniente Peterson, que est¨¢ a la cabeza de uno de los batallones de reconocimiento de los marines que patrullan Tikrit, dice que hace lo que puede: "Yo dirijo una unidad de combate y no humanitaria. Desgraciadamente, estas gentes no tienen necesidad de chalecos salvavidas ni de cartuchos, sino de mantas y de comida. Nos distribuyeron raciones humanitarias cuando iniciamos nuestra misi¨®n, pero hemos atravesado un buen n¨²mero de pueblos y no ha habido bastante. Yo mismo estoy sorprendido por las necesidades humanitarias".
"Tengo esposa e hijos y trato de ponerme en su lugar. Evidentemente, no me sentir¨ªa bien", afirma el teniente, para a?adir: "Ellos no son felices, no les va bien, pero son comprensivos".
Desde la v¨ªspera, los marines han reforzado los controles y registran cada veh¨ªculo, a los hombres, lo mismo que a las mujeres, con lo que pueden herir la sensibilidad isl¨¢mica. "Yo s¨¦ que esto va en contra de su cultura", dice el sargento Michael Kolek en una de las barreras, "pero lo hacemos muy respetuosamente, s¨®lo les pedimos que se retiren los faldones y los velos, no las tocamos". "Debemos encontrar un compromiso entre nuestra seguridad y la cuesti¨®n cultural", a?ade el teniente Peterson.
El sargento Kolek se?ala que algunos habitantes han venido a hablar con ¨¦l e incluso le han dado la mano. "Comienzan a abrirse un poco. Algunos me han dicho que por primera vez no han conseguido dormir en toda la noche". En la noche de lunes al martes se oyeron fuertes ca?oneos. "No vamos a acabar con ellos, pero tampoco les vamos a dar la mano", resalta el obrero Osama Al¨ª Yasim.
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