Compa?¨ªa general del miedo
Camino de las Monta?as Rocosas desde el oeste, pasado un pueblecito llamado Red Desert, en el Estado de Wyoming hay -o hab¨ªa hace 10 a?os- un bar llamado, si no recuerdo mal, The Beard, con un peculiar mapa en la pared. Era un mapa oscurecido por el humo en el que se reflejaba parte de Europa y de ?frica. En el centro de la imagen se pod¨ªa divisar el mar Mediterr¨¢neo y en ¨¦l, el nombre de una sola ciudad: Casablanca.
Pese a que el tr¨¢nsito por las interminables carreteras de esta regi¨®n de Estados Unidos produce un efecto hipn¨®tico, reforzado a menudo por la borrachera del vac¨ªo, no pude dejar de asombrarme ante aquella capitalidad mediterr¨¢nea de Casablanca. Que esta ciudad fuera, en realidad, atl¨¢ntica apenas importaba ante la ausencia chocante de Roma, Atenas, Argel o N¨¢poles y, por supuesto, de Barcelona (uno no puede evitar buscar en los mapas el nombre de su ciudad natal cuando est¨¢ a miles de kil¨®metros de ella).
Los miedos que afectan al ciudadano de EE UU van desde la amenaza terrorista hasta la inseguridad en la ciudad, el barrio y la propia casa
El hombre que estaba detr¨¢s de la barra, un pelirrojo simp¨¢tico, se acerc¨® a m¨ª al ver que estaba contemplando atentamente al mapa. Me pregunt¨® de d¨®nde era y cuando le respond¨ª que era de Barcelona, se?al¨¢ndole aproximadamente la situaci¨®n de la ciudad, se puso muy contento: "?Ah, de Casablanca!". Le ratifiqu¨¦ su convicci¨®n con un gesto, pues era obvio que nada se pod¨ªa hacer frente al poder del cine que, al menos en aquel bar, no s¨®lo reinterpretaba la historia, sino tambi¨¦n la geograf¨ªa.
Pero el lugar era tambi¨¦n peculiar porque la mayor¨ªa de los clientes iban armados, salidos ellos mismos de una pel¨ªcula. El pelirrojo ten¨ªa una pistola en la estanter¨ªa de los licores. Le pregunt¨¦ si era un lugar peligroso y si hab¨ªa tenido problemas en su bar. Su respuesta fue negativa. En 20 a?os no hab¨ªa pasado nunca nada. Cuando quise saber cu¨¢l era entonces la funci¨®n de la pistola no tuvo la menor duda: adem¨¢s de sentirse m¨¢s seguro, no hab¨ªa ni imaginado la posibilidad de vivir sin ella.
Me ha venido a la memoria la imagen de este bar de Wyoming, igual en todo a centenares de bares que surcan las carreteras norteamericanas menos en el mapa, a prop¨®sito del documental Bowling for Columbine, de Michael Moore. Hacia el final de la pel¨ªcula hay una pat¨¦tica entrevista con Charlton Heston, presidente de la Asociaci¨®n Nacional del Rifle, en la que ¨¦ste le cuenta a Moore lo seguro que se siente con sus armas cargadas en la casa-fortaleza en la que vive en Hollywood. Tampoco a ¨¦l le ha sucedido nunca nada pero no podr¨ªa, como le sucede al pelirrojo de Wyoming, prescindir de su armamento. Claro que Heston, adem¨¢s, es el s¨ªmbolo visible del principal lobby armament¨ªstico de Estados Unidos, con una influencia absolutamente incomprensible para el resto del mundo.
Sin embargo, ?es de las armas de las que no pueden prescindir Charlton Heston ni el simp¨¢tico pelirrojo? No: es del miedo. Pertenecen a un mundo que no puede vivir sin el acecho cotidiano, obsesionante, omnipresente del miedo. Michael Moore, sarc¨¢stico, incisivo, conocedor ¨¦l mismo de la ra¨ªz profunda que marca la vida norteamericana -nacido en el midwest-, realiza una extraordinaria radiograf¨ªa de este escenario. La gama de miedos que afecta al ciudadano de Estados Unidos es enormemente amplia y pasa desde el c¨ªrculo exterior de la gran amenaza terrorista hasta los diversos c¨ªrculos interiores que socavan la seguridad en la ciudad, en el barrio y finalmente en la propia casa, concebida como ¨²ltima trinchera.
Moore muestra como esta tendencia a necesitar un estado de sitio permanente tiene un s¨®lido trasfondo hist¨®rico, pero que se ha incrementado todav¨ªa m¨¢s en las ¨²ltimas d¨¦cadas en la medida en que ha aumentado el poder de la industria del miedo. El cine y a¨²n con m¨¢s eficacia la televisi¨®n son los encargados de difundir a todo el pa¨ªs las amenazas y, cuando suceden, los hechos violentos que suscitar¨¢n nuevas amenazas.
Pero detr¨¢s de la televisi¨®n, verdadera vanguardia de la industria del miedo con sus reality show, persecuciones polic¨ªacas y asaltos, se hallan pertrechadas las restantes fuentes que alimentan el caudal de la continua sospecha: apenas disimulado, el brutal negocio armament¨ªstico que afila su cuchillo en los destrozos de pa¨ªses enteros, y m¨¢s camuflados el de la energ¨ªa que tan f¨¢cilmente confunde sangre con petr¨®leo, y el farmac¨¦utico que engrosa sus dividendos agitando el fantasma de inminentes epidemias.
El petr¨®leo es imprescindible para construir las armas que a su vez son imprescindibles para defender al ciudadano norteamericano de todos sus terrores, incluidos aquellos tan espectrales como el de la plaga de abejas asesinas que evoca Moore o el m¨¢s reciente y grotesco del ¨¢ntrax, que movi¨® hace unos meses monta?as de palabras y se desvaneci¨® luego bajo la polvareda de la demagogia. Cuando se produjo el terror cierto y brutal del atentado de Nueva York la industria del miedo empez¨® a dibujar la que un ex director de la CIA ha denominado cuarta guerra mundial (la tercera, seg¨²n ¨¦l, fue la "fr¨ªa" que domin¨® la segunda mitad del siglo XX).
Se han usado casi todos los argumentos para definir la invasi¨®n de Irak por parte de los que no creen en la hipocres¨ªa de su misi¨®n liberadora (Estados Unidos, como ha recordado Gore Vidal, no ha hecho ni una sola guerra liberadora desde 1945). Creo que la conquista del petr¨®leo, la redefinici¨®n de fronteras o la advertencia militar al mundo han sido importantes. Pero lo m¨¢s importante ha sido erigir una nueva escenograf¨ªa del terror que justificara la extensi¨®n universal de ese mismo estado de sitio que diariamente viven los norteamericanos en sus casas. Cuando se ha capturado a un delincuente los telespectadores esperan temerosa y ¨¢vidamente la retransmisi¨®n en directo de la captura de otro; cuando se acab¨® la amenaza de las abejas asesinas empez¨® la del ¨¢ntrax; cuando se diluy¨® Bin Laden (amigo americano hace una d¨¦cada) se apel¨® a Sadam Husein (amigo americano hace dos d¨¦cadas). Pronto sabremos qui¨¦n es el nuevo enemigo.
Lo malo es que, como en el mapa del bar de Wyoming, apenas importan las ciudades reales. Ni los nombres reales.
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