Cita en Samarra
Cuentan los que saben (pero Al¨¢ es m¨¢s sabio) que cierto d¨ªa, en Bagdad, un criado acudi¨® al Califa de los creyentes. "Se?or, acabo de encontrarme con la Muerte en la plaza del mercado y me ha hecho un gesto amenazador. Creo que viene a buscarme. Perm¨ªteme huir a Samarra, donde tengo familia, para esconderme y que no me encuentre. El Califa concedi¨® el permiso y su criado parti¨® de inmediato hacia Samarra. Poco m¨¢s tarde, paseando por su jard¨ªn, el Califa se encontr¨® con la Muerte y le pregunt¨®: "?Por qu¨¦ has amenazado a mi criado?". La Muerte repuso: "Mi gesto no fue de amenaza, sino de sorpresa. Me extra?¨® encontrar por la ma?ana a tu criado en Bagdad porque tengo cita con ¨¦l esta noche en Samarra".
All¨ª mismo, en Samarra, los marines acaban de rescatar a unos cuantos soldados norteamericanos prisioneros de los iraqu¨ªes. Es uno de los ¨²ltimos episodios de esta guerra rel¨¢mpago (pero el hermoso rel¨¢mpago es la parte visible del rayo, que es mort¨ªfero y cruel), cuya posguerra parece que va a ser m¨¢s problem¨¢tica y quiz¨¢ da?ina que las operaciones b¨¦licas propiamente dichas. He le¨ªdo con atenci¨®n los razonamientos que justifican o excusan la invasi¨®n de Irak por parte de la coalici¨®n anglo-americana, expuestos por intelectuales cuyos an¨¢lisis frecuentemente comparto y de cuya probidad no dudo: Emilio Lamo de Espinosa, Michael Ignatieff, Adam Michnick, Michael Waltzer o Pascal Bruckner. Sinceramente, no han logrado convencerme de que fuese imprescindible o ni siquiera recomendable. A diferencia de la primera guerra del Golfo, ¨¦sta no me parece necesaria ni, desde luego, creo que cumpla los debidos requisitos formales de legalidad internacional; a diferencia de la de Kosovo, creo que ¨¦sta tampoco es leg¨ªtima por urgencias ¨¦ticas. Las razones esgrimidas para aceptarla eran incre¨ªbles o fr¨¢giles: por ejemplo, la existencia de armas de destrucci¨®n masiva. Desde el comienzo todo pareci¨® indicar que Irak ser¨ªa invadido no porque hubiese armas, sino precisamente porque, como no las hab¨ªa, la invasi¨®n resultaba muy factible. Que Sadam Husein y sus compinches constitu¨ªan un peligro es indudable, pero un peligro sobre todo para los propios iraqu¨ªes, no ahora para los pa¨ªses lim¨ªtrofes ni, desde luego, para Estados Unidos o para Europa. Es dif¨ªcil aceptar que para rescatar del dictador a los iraqu¨ªes lo mejor fuese bombardearles y destruir sus ciudades. Y resulta evidente que poner en entredicho la credibilidad de la ONU o fomentar la desuni¨®n en Europa son riesgos mayores para las potencias occidentales que el representado por el tir¨¢nico Sadam.
Lo peor, con todo, no es que los motivos expl¨ªcitos de la guerra sean falsos, sino que los aut¨¦nticos que podemos intuir tras ellos resultan muy alarmantes. Los atentados del 11 de septiembre han convencido a la actual Administraci¨®n norteamericana de que debe reorganizar el mundo a su imagen y conveniencia, sin dejarse lastrar por consideraciones multilaterales que tomen en serio la pluralidad de intereses leg¨ªtimos que hoy deben coordinarse para que la sociedad planetaria alcance la seguridad a trav¨¦s de cierto equilibrio justo. Una vez cre¨ªmos que el gran proyecto pol¨ªtico del siglo XXI -liquidada la tensi¨®n de la guerra fr¨ªa- era consolidar y hacer efectivas en todos los campos las instituciones supranacionales inventadas en el XX, tan deficitarias en sus resultados como prometedoras en su invenci¨®n. Pero, por lo visto, el gobierno de los que gobiernan a Bush prefiere acelerar su liquidaci¨®n por derribo, reduci¨¦ndolas a un papel humanitario optativo y mendicante, mientras sustituye los espacios pol¨ªticos internacionales por los consejos de administraci¨®n de las grandes corporaciones y el estado mayor del Pent¨¢gono. La mayor fuerza militar de la historia no parece dispuesta a apoyar la extensi¨®n universal de la democracia y sus derechos, sino la autoafirmaci¨®n imperial de unos intereses particulares que ser¨¢ obligatorio para todos identificar con el progreso de la humanidad. El panorama no puede ser m¨¢s inquietante...
Que muchas personas en todo el mundo han sentido esa inquietud es evidente cuando se contemplan las enormes manifestaciones contra la guerra celebradas en casi todas partes. Sin duda es un buen s¨ªntoma c¨ªvico que las haya habido (como lo es que se produzcan movimientos cr¨ªticos de la globalizaci¨®n, por ejemplo), ya que un sistema democr¨¢tico autom¨¢ticamente adquiescente queda privado de su mejor sustancia pol¨ªtica. Pero la intenci¨®n que cabe suponer a esas protestas -siempre es preferible ver multitudes ocupar las calles para pedir la paz en lugar de para secundar la guerra- es m¨¢s prometedora que los lemas y contenidos que se han hecho expl¨ªcitos en ellas. Declarar la maldad de las guerras y de las armas satisface la coqueter¨ªa del alma, pero no obliga a la inteligencia a ning¨²n ejercicio agotador. De hecho, ni siquiera exige considerar a fondo la relaci¨®n entre c¨®mo vivimos o qu¨¦ valores tenemos y las matanzas del pasado, as¨ª como tampoco cu¨¢l es la defensa adecuada frente a quienes amenazan lo que apreciamos no desde la santidad, sino desde formas peores de despotismo.
Si queremos tener una imagen clara de c¨®mo est¨¢ el mundo en el plano internacional, la Bagdad ocupada -la de los saqueadores sin escr¨²pulos, los marines ap¨¢ticos, preocupados s¨®lo por su autodefensa, y la ayuda humanitaria boicoteada- nos ofrece una met¨¢fora adecuada. Vivimos en una Bagdad global y planetaria, aunque en el mejor de los casos nuestros pa¨ªses gocen internamente de los beneficios del Estado de derecho... y de las fuerzas jur¨ªdicas y policiales que los garantizan. Al ver en televisi¨®n c¨®mo las mafias depredadoras o los desesperados operan en la ciudad sin ley, mientras los damnificados y los d¨¦biles padecen las consecuencias de ese desorden, exigimos (sin saber del todo a qui¨¦n) que "alguien haga algo". Bagdad necesita una fuerza policial que permita reconstruir su ritmo vital pac¨ªfico y sus libertades conculcadas: leyes que protejan y garanticen, as¨ª como "alguien" que por medio de una coacci¨®n justa proteja y garantice el cumplimiento de esas normas. A escala mundial, necesitamos lo mismo. Es precisamente eso lo que prometieron las instituciones supranacionales sin conseguirlo, ni en Irak, ni en Palestina ni en tantos otros lugares. Y aprovechando el vac¨ªo de poder de tales instituciones, que para ser atendidas requieren cobrar impuestos y poseer un ej¨¦rcito verdaderamente disuasorio, act¨²a hoy en su beneficio la coalici¨®n imperial. No basta patalear contra ¨¦sta, es imprescindible tambi¨¦n proyectar c¨®mo va a conseguirse que funcionen de verdad aqu¨¦llas.
En nuestro pa¨ªs, gran parte de la poblaci¨®n se siente soliviantada por la manera obcecada y arrogante que el Gobierno ha tenido de secundar la intervenci¨®n anglo-americana. Quiz¨¢ sea por mi car¨¢cter col¨¦rico, pero no estoy convencido de que siempre convenga una "democracia sin ira": me parece que a veces la indignaci¨®n puede ser tambi¨¦n profundamente democr¨¢tica e incluso una forma de salud c¨ªvica. El Ejecutivo de Aznar ha comprometido sin verdadera necesidad la armon¨ªa ciudadana de un Estado con un serio problema interno de terrorismo totalitario y una fr¨¢gil convicci¨®n unitaria. No alcanzo a ver lo que ganamos con esto, pero me resulta obvio lo que ya estamos perdiendo. Sin duda, comparar el amparo a los cr¨ªmenes etarras con el apoyo a la guerra de Irak es un abuso, dado el car¨¢cter incontrovertible de las leyes nacionales frente al evanescente y discutible de las normas internacionales. Pero la miseria pol¨ªtica y moral de quienes se agarran a estos paralelismos no excusa a los gobernantes cuya imprudencia los ha propiciado. La democracia espa?ola ha sido expuesta al trance de verse deslegitimada por quienes no quieren (ni sabr¨ªan) mejorarla, pero se aprovechan de las grietas que pueden fracturarla. Como muestra, un bot¨®n basta: Euskaltelebista niega su apoyo a la campa?a de las instituciones alavesas que promociona el Estatuto y la Constituci¨®n, por considerarla "propaganda pol¨ªtica", pero publicita la p¨¢gina web del Gobierno vasco en que se ofrece la posibilidad de protestar contra la guerra de Irak. Como en la Bagdad invadida y bombardeada, florece tenebrosamente la cara dura mafiosa... ?y con certificado ¨¦tico de buena conducta!
Como en el cuento de Las mil y una noches, la Muerte ha hecho su se?al a nuestra civilizaci¨®n injusta y satisfecha, pr¨®diga en buenas palabras que nadie intenta hacer cumplir aunque muchos est¨¦n dispuestos a protestar cuando no se cumplen. Pero recordemos que es in¨²til intentar huir a Samarra para evitar a la muerte, porque es all¨ª donde verdaderamente nos espera cuando caiga la ¨²ltima noche.
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Complutense de Madrid.
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