Los locos
A poco que se rasca, enseguida nos brotan las ansias linchadoras. Asisto espeluznada a la cruzada "anti-locos" que se ha desatado en nuestro pa¨ªs tras el tr¨¢gico suceso protagonizado por Noelia de Mingo, esa joven doctora esquizofr¨¦nica que mat¨® a cuchilladas a tres personas. ?C¨®mo no se hizo algo antes con ella?, clama ahora todo el mundo con el sabelotodo y puritano esc¨¢ndalo de los que se creen normales. Pero, ?qu¨¦ significa "hacer algo"? Pues encerrarla de por vida en alg¨²n sitio. Borrarla del mundo de los vivos. Impedir que su presencia inquietante nos moleste. Eso es lo que siempre se ha hecho con los lun¨¢ticos.
Se calcula que en Espa?a hay 800.000 personas con trastornos ps¨ªquicos, y la mitad de ellos son enfermos graves. Tan graves como la doctora De Mingo. Pero eso no quiere decir que todos ellos se dediquen a acuchillar al pr¨®jimo. De hecho, el caso de Noelia es inusual. En nuestra sociedad abundan mucho m¨¢s los cr¨ªmenes atroces cometidos por personas supuestamente normales que los protagonizados por dementes. Hace unos d¨ªas, un canalla quem¨® viva a su compa?era en Gran Canaria. Ella ten¨ªa 25 a?os, ¨¦l tiene 29. Es uno m¨¢s de esos repugnantes energ¨²menos oficialmente sanos que andan por el mundo torturando y matando. Y, sin embargo, la sociedad no exige que todos los que tienen una denuncia por maltrato sean internados en alg¨²n sitio de por vida. Casi lo lamento, porque a m¨ª esos tipos s¨ª que me dan miedo.
La reforma psiqui¨¢trica de los a?os ochenta ech¨® a la calle a miles de pacientes. Hoy el 84% de los enfermos ps¨ªquicos de Espa?a viven con su familia (en Suecia, por ejemplo, es s¨®lo el 21%) y, para peor, el Estado se ha desentendido de ellos. No hay centros de rehabilitaci¨®n suficientes, ni talleres ocupacionales, ni residencias temporales para aliviar a los allegados. Eso es lo que hay que reclamar, no m¨¢s represi¨®n. Porque encima se les ataca con el estigma social, con el rechazo irracional que provoca el loco. Hay miles de enfermos que, bien atendidos y medicados, pueden llevar una vida decente; pero el caso de Noelia ha despertado al monstruo que llevamos dentro. Que los encierren, gritamos. Que los encadenen a todos en los s¨®tanos, como en el siglo XIX.
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