Un perro en el grabado de Durero titulado 'El caballero, la muerte y el diablo'

El caballero (todos lo sabemos) vuelve de una guerra, la de los Siete A?os, la de los Treinta A?os, la de las Dos Rosas, la de los Tres Enriques, una guerra din¨¢stica o religiosa, o quiz¨¢ galana, en el Palatinado, en los Pa¨ªses Bajos, en Bohemia, no importa d¨®nde, tampoco importa cu¨¢ndo, todas las guerras son fragmentos de una ¨²nica guerra, todas las guerras forman la guerra sin nombre, la guerra a secas, la Guerra, de modo que el caballero vuelve de un viaje a trav¨¦s de uno de los fragmentos de la guerra, pero es como si hubiese recorrido todas las guerras y toda la guerra porque todas, aunque de cerca parezcan diferentes, vistas a la distancia repiten las mismas infamias y los mismos estruendos, as¨ª que no tengamos escr¨²pulos de fechas ni de nombres, no hay que preocuparse si de los Plantagenet y de los Hohenstaufen hacemos una sola familia d¨ªscola, si mezclamos lansquenetes con granaderos, ballesteros con arcabuceros, o si alborotamos la geograf¨ªa y juntamos ciudades con ciudades, castillos con castillos, torres con torres, y volviendo ahora al caballero, dec¨ªa que regresa de una guerra, regresa de una cuenta en el collar de la guerra, ¨¦l cree que es la ¨²ltima cuenta y no sabe que el collar es infinito o finito pero circular y que el Tiempo lo desgrana como si fuese infinito, parti¨® joven y gallardo y la guerra lo devuelve viejo, calvo y flaco, esto no es ninguna novedad, la guerra carece de imaginaci¨®n y repite sus trucos, de manera que el caballero, como todos los caballeros que han atravesado una guerra sin caer en la celada de la Muerte, tiene la barba crecida, est¨¢ sucio de polvo, huele a sudor, a sangre y a mugre, sus sobacos alojan piojos, entre los muslos le escuece la piel un sarpullido como una quemadura, a cada rato escupe una saliva verdosa estriada de filamentos c¨¢rdenos, habla con la voz enronquecida por los fr¨ªos, los fuegos, las borracheras, los juramentos, los gritos de terror y de coraje, no puede pronunciar dos palabras sin que una sea una blasfemia, ya olvid¨® el lenguaje florido que usaba cuando era ni?o y serv¨ªa como paje en la corte de alg¨²n Margrave o de un Arzobispo, olvid¨® los hermosos gestos y las graciosas reverencias con que trataba a las damas, ahora a las mujeres ya no les pide amor, les pide vino, comida, un lecho, y mientras los soldados violan a las muchachas ¨¦l bebe solitario y taciturno, hasta que los soldados reaparecen bostezando y entonces ¨¦l de pronto da un manotazo sobre la mesa y maldice a los reyezuelos que huyen, p¨¢lidos y con la ropa hecha jirones, en un corcel sudoroso, para enseguida que termin¨® la batalla volver a surgir vestidos de oro, bajo un palio de oro, en medio de un cortejo de oriflamas y estandartes, maldice a los Papas cubiertos de armi?o que desde lo alto de la silla gestatoria asperjan con agua bendita los sellos escarlatas de las alianzas y las coaliciones, maldice al Emperador al que una vez vio caminar entre lanzas erguidas como falos a la vista de ese damiselo de la guerra, finalmente el caballero se pone de pie y vuelca la silla, vuelca la mesa, los vasos y el jarro de vino, se produce una gran batahola, la taberna o lo que sea es incendiada, el propietario es vapuleado, la tropa de soldados con el caballero al frente reanuda la marcha, ahora atraviesan un bosque a la luz de la luna, el caballero ya no maldice, no habla, sigue adelante, mudo y con los ojos fijos en la noche, uno a uno los soldados callan, se adormecen sobre sus cabalgaduras, sue?an con la cabeza ca¨ªda sobre el peto, uno cree o¨ªr una m¨²sica lejana, la m¨²sica de su ni?ez en alguna aldea del Milanesado o de Catalu?a, otro cree o¨ªr voces que lo llaman, la voz de su madre, la voz de su mujer o de su novia, alguien lanza un grito y despierta sobresaltado, pero el caballero no se detiene, no se vuelve a mirar qui¨¦n grit¨® como si el grito fuera el de un p¨¢jaro en el bosque, sigue con los ojos abiertos fijos en la noche, la luna le lustra la armadura, el soldado que va detr¨¢s de ¨¦l, el que est¨¢ m¨¢s pr¨®ximo al caballero, el que lleva una bandera desflecada y quemada por la p¨®lvora y que ahora pende sobre la grupa del caballo como una ro?osa gualdrapa, ese soldado, un mancebo rubio con la apariencia de un juglar, de pronto tiene un extra?o pensamiento, se le ha ocurrido que la armadura del caballero cabalga vac¨ªa, que el caballero desapareci¨® y s¨®lo queda la armadura como un mu?eco de fierro, o tal vez la armadura se posesion¨® del caballero, lo absorbi¨® como una esponja a un l¨ªquido, le succion¨® la sangre, le tritur¨® los huesos y ahora la armadura es una c¨¢scara hueca sin la pulpa del caballero, esto lo imagina porque nunca vio al caballero sino revestido de su armadura, porque del caballero no conoce sino esa armadura que sostiene una lanza, esos guardabrazos y guanteletes que se?alan los nortes de la guerra, la borgo?ota que a¨²lla y bajo la borgo?ota una pelambre enmara?ada, pero quiz¨¢ la pelambre es una barba sin rostro, es el relleno de paja de la armadura, y esta idea, esta fantas¨ªa hace re¨ªr al soldado rubio porque piensa que tal vez ha transcurrido mucho tiempo desde que el caballero se disec¨® dentro de la armadura, mucho tiempo desde que la armadura se vaci¨® del caballero y ellos no se dieron cuenta, ellos, los soldados, han seguido tras la hueca armadura de batalla en batalla, desafiando a la Muerte porque cre¨ªan que el caballero los defend¨ªa de la Muerte, y cuando el portaestandarte rubio r¨ªe como son¨¢mbulo o como borracho el caballero se yergue sobre la clav¨ªcula de los estribos y prorrumpe en una maldici¨®n, como si hubiese adivinado de qu¨¦ se r¨ªe el portaestandarte y quisiera hacerle una broma y demostrarle que en el interior de la armadura sigue vivo, o reprenderlo por la fantas¨ªa que imagin¨®, as¨ª que el soldado rubio se encoge de miedo pero enseguida comprende que el caballero no se ha despabilado ni ha maldecido a causa de su risa sino porque los ¨¢rboles del bosque, que hasta ese momento parec¨ªan ateridos bajo la luna como bajo la nevaz¨®n del invierno, repentinamente se cubren de flores y de frutos, quiero decir, aunque la met¨¢fora es vieja y todos han adivinado, quiero decir que los ¨¢rboles se han cubierto de esa floraci¨®n que el calor de la guerra hace brotar durante las cuatro estaciones, en el buen tiempo y en el mal tiempo, en las comarcas f¨¦rtiles lo mismo que en las comarcas ¨¢ridas, se han cubierto de esos frutos siempre en saz¨®n, siempre maduros para la siega y la cosecha, quiero decir el enemigo, quiero decir los enemigos inextinguibles que nos aguardan pacientemente, tercamente, ocultos en la sombra, confundidos con la niebla y el humo, y entonces los jinetes somnolientos se transforman en pero todo esto ya sucedi¨®, todo esto ya pas¨® y ahora el caballero regresa solo a su castillo, sin la mescolanza de hierros, de caballos y de hombres que lo escoltaba a trav¨¦s de su viaje por una provincia de la guerra, ya dej¨® atr¨¢s todo ese estr¨¦pito, se desprendi¨® para siempre de los vivaques, de los saqueos, de las emboscadas, del hambre, del terror, del sue?o, no conserva de la guerra sino el caballo, la armadura, la lanza con la piel de zorro en un extremo para que la sangre no chorreara y le empapara la mano, conserva el olor a mugre y a sudor, los piojos, el sarpullido, el cansancio, la flacura, la vejez, y los recuerdos, los recuerdos, los recuerdos recortados del gran cuadro chill¨®n de la guerra, aquel joven ca¨ªdo sobre la hierba, de cara al cielo, que hund¨ªa en un r¨ªo, el Meno, el Tajo, el Arno, que hund¨ªa en un r¨ªo indiferente las dos piernas hasta las rodillas y el agua, cuando pasaba junto al muchacho, le tomaba las piernas, se las maceraba y se las mol¨ªa, se las llevaba r¨ªo abajo convertidas en hilachas primero p¨²rpuras, despu¨¦s ros¨¢ceas, despu¨¦s grises y ocres, los diez pat¨ªbulos en una plaza negra y desierta y en cada pat¨ªbulo un ajusticiado, diez p¨¦ndulos de lengua afuera que el viento hac¨ªa sonar, que el viento hac¨ªa doblar y el campanario daba siempre la misma hora fuera del Tiempo, el anciano que se agachaba para defecar en el suelo helado y cubierto de nieve y que enseguida se desplomaba sobre una flor de sangre y de excremento, la rosa de la disenter¨ªa, la torre alt¨ªsima, cuadrada, de ladrillos, y m¨¢s lejos una fila de cipreses, y el chorro de pez ardiente que cay¨® desde las almenas de la torre, que cay¨® sobre los caballeros vestidos con t¨²nicas blancas y una cruz roja en el pecho, sobre los caballeros que eran todos finos y hermosos y un rato antes hab¨ªan o¨ªdo misa, la misa que ofici¨® para ellos un arzobispo cuajado de pedrer¨ªas, y el cr¨¢ter negro que abri¨® la pez hirviente, el agujero que humeaba y crepitaba como una sart¨¦n al fuego, ¨¦l, el caballero, percibi¨® un perfume dulz¨®n, un aroma de fritura y de trapo quemado, sinti¨® sobre la mano un escozor y vio que sobre la mano se le hab¨ªa posado un trocito de carne, un trocito de la carne de uno de aquellos caballeros que un rato antes o¨ªan misa y se encomendaban a Dios, porque esto hab¨ªa sido para ¨¦l la guerra, aunque quiz¨¢ para los reyezuelos ser¨ªa otra cosa, y otra cosa para los Papas y los Emperadores, un juego de ajedrez que jugar¨ªan a distancia, cada uno encerrado en una ciudad, en una fortaleza, en un palacio, hasta que, terminada la partida, saldr¨ªan el uno al encuentro del otro y se estrechar¨ªan las manos como buenos contrincantes y repartir¨ªan las comarcas donde los frutos ya hab¨ªan sido segados y cosechados, pero ahora tambi¨¦n el caballero salt¨® fuera del tablero de ajedrez de Papas y Emperadores, ahora el caballero vuelve a su castillo donde est¨¢ su mujer, que ¨¦l dej¨® joven y que espera encontrar tan joven como entonces, donde est¨¢ la suntuosa mesa servida y el c¨¢lido lecho preparado, donde est¨¢ el nebl¨ª que reposaba sobre su pu?o en las ma?anas de cacer¨ªa, donde est¨¢ el la¨²d que alguna vez ta?¨® para cantar en una corte de Provenza o de Sicilia los rondeles de Cino de Pistoia, el castillo donde se despojar¨¢ por fin de la armadura como de una costra seca, donde se quitar¨¢ la borgo?ota como una cabeza ajena que s¨®lo sab¨ªa blasfemar y espiar la estela del bando contrario, el castillo donde los reyezuelos que ¨¦l salv¨® de la ignominia de la derrota lo colmar¨¢n de honores, donde el Papa y el Emperador que movieron los trebejos del ajedrez de la guerra lo har¨¢n duque o conde palatino, hasta que, al doblar un recodo del sendero, ve sobre la colina intacta su intacto castillo, ve alrededor la campi?a y a los campesinos doblados sobre la tierra, ve un perro, un perro dom¨¦stico, un perro vagabundo tal vez sin due?o, un perro que corretea entre las piedras y se detiene aqu¨ª y all¨¢ a oliscar el rastro de otros perros, y ante ese cuadro casi id¨ªlico del castillo, los labradores y el perro, el caballero piensa que as¨ª como a ¨¦l se le escapan las verdaderas claves de la guerra, cuya posesi¨®n estar¨¢ en manos de Papas y Emperadores y que los reyezuelos codiciar¨¢n rabiosamente, a estos campesinos doblados sobre los surcos les est¨¢ negado conocer esa faena terrible de la guerra que en cambio ¨¦l ha sobrellevado durante tanto tiempo, la guerra habr¨¢ sido para los campesinos una noticia difusa, un resplandor de incendio en el horizonte, el paso de las tropas por el camino, y en cuanto al perro, piensa el caballero, ni siquiera supo que hab¨ªa guerra, que hab¨ªa pillajes y matanzas, tratados bendecidos por el Papa, un Emperador que hac¨ªa erguir las lanzas como falos, el perro habr¨¢ seguido comiendo, durmiendo, apare¨¢ndose con una perra e ignorando que all¨¢ lejos donde el caballero guerreaba las fronteras se deshac¨ªan para rehacerse en un nuevo dibujo, el perro nunca sabr¨¢ que un Vicario de Cristo era arrastrado por las calles, que un Emperador se hincaba, d¨ªa y noche, desnudo ante una puerta que nunca se abr¨ªa, no sabr¨¢ que la flor de la Cristiandad hab¨ªa hervido en pez y en aceite y que un campanario de ahorcados daba la hora en aquella plaza desierta y negra, porque para el perro el trueno de la guerra ser¨ªa el mismo ruido pavoroso que el trueno de la tempestad, y si hubiese visto al damiselo de la guerra le habr¨ªa ladrado como a un desconocido o le habr¨ªa movido la cola si le ca¨ªa simp¨¢tico o le daba de comer, de modo que ahora el caballero siente el orgullo de ser un caballero, de haber sido una de las piezas en el ajedrez de la guerra, de pertenecer a la Historia aunque su nombre no figure y s¨®lo figuren los nombres de los Papas y de los Emperadores y en letras m¨¢s peque?as los nombres de los reyezuelos, el caballero experimenta compasi¨®n por esos campesinos que no hacen la Historia, y una especie de estupor frente al perro contempor¨¢neo de Papas y Emperadores que nunca se enterar¨¢ de que ha habido Papas y Emperadores, que no se enterar¨¢ ni siquiera de que hubo caballeros, una especie de azoramiento frente al perro que viene a su encuentro como podr¨ªa venir al encuentro de un campesino o del Emperador sin distinguir al uno del otro, que viene a su encuentro sin sospechar las cat¨¢strofes y las proezas que nimban la armadura del caballero, y siguiendo con este razonamiento, siguiendo con esta cadena de pensamientos que se inician en el perro, el caballero piensa que los ¨²ltimos eslabones quiz¨¢ no sean ni el Papa ni el Emperador, porque as¨ª como el perro ignora lo que saben los campesinos, as¨ª como los campesinos ignoran lo que sabe el caballero y as¨ª como el caballero ignora lo que saben los reyezuelos y ¨¦stos lo que saben los Papas y Emperadores, de la misma manera los Papas y Emperadores ignorar¨¢n lo que s¨®lo Dios sabe en su totalidad y en la perfecci¨®n de la verdad, y estas reflexiones, aplicadas a la guerra, este creer que tambi¨¦n para Dios la guerra ser¨¢ otra cosa distinta de la que es para los Papas y Emperadores, hace nacer en el caballero la esperanza de que, para Dios, la Historia incluir¨¢ el nombre del caballero, la esperanza de que si el Papa y el Emperador que dominan el juego de la guerra lo har¨¢n, a ¨¦l, al caballero, duque o conde en gracia de su hero¨ªsmo, Dios, que domina el juego de Papas y Emperadores, lo absolver¨¢ de las muertes, las violaciones y las rapi?as en gracia de su dolor, de su hambre y de su sue?o y lo recibir¨¢ en el Para¨ªso, y esta esperanza provoca la sonrisa del caballero, esta esperanza lo reconforta y lo compensa de todos los pasados males de la guerra, y justo en el momento en que la esperanza reconforta al caballero y lo hace sonre¨ªr, el perro, que ven¨ªa correteando a su encuentro, se detiene como delante de una pared, clava las patas en el suelo, la piel se le eriza, entreabre el hocico, muestra los dientes y comienza a aullar l¨²gubremente, pero el caballero atribuye esa actitud del perro a una circunstancia balad¨ª, la atribuye a que el perro no lo conoce, a que el perro se espanta del caballo, de la armadura, de la pica con la cola de zorro en un extremo, no hay que sorprenderse de que ese perro de campesinos se asuste frente a un caballero cubierto de hierro y a un caballo adornado con testeras y petrales, de modo que el caballero no da ninguna importancia a la actitud del perro, sigue avanzando por el camino rumbo a la colina en cuya cumbre se alza el castillo, las patas del caballo est¨¢n a punto de aplastar al perro, el perro se hace a un lado de un salto y contin¨²a aullando, contin¨²a gimiendo y mostrando los dientes mientras el caballero ha vuelto a recordar a su mujer, su nebl¨ª y su la¨²d de amor y se olvida del perro, ya el perro ha quedado atr¨¢s como la guerra y lo que el caballero no conocer¨¢ jam¨¢s es que el perro oler¨¢ alrededor de la armadura el tufo de la muerte y husmean, y siempre dentro de este raciocinio el caballero pensar¨ªa que quiz¨¢ los Papas y los Emperadores se detengan donde Dios pasa de largo, quiz¨¢ jueguen un ajedrez que para Dios no cuenta, quiero decir que quiz¨¢ Dios no mire, quiz¨¢ Dios no vea esa tablero y el sacrificio de las piezas no sirva, delante de Dios, de nada y el caballero no sea absuelto de sus pecados ni admitido en el Para¨ªso, quiero decir que si el caballero razonase de esta manera pensar¨ªa que tal vez para Dios las realidades que atrapan a los hombres forman un tejido que no atrapa a Dios, al igual que el caballero ha atravesado, sin verla, la malla en que qued¨® atrapado el perro no obstante que la malla fue urdida para el caballero y no para el perro, no obstante que los ruegos, las esperanzas y el dolor de los hombres est¨¢n trenzados para Dios, pero el caballero jam¨¢s leer¨¢ lo que ahora escribo y ya llega al pie de la colina, feliz con la esperanza de que su valor haya entretejido la red en la que caiga la mosca Papa, la mosca Emperador, feliz con la esperanza de que Papas y Emperadores hayan entretejido la otra red en que caer¨¢ la mosca Dios, mientras all¨¢ abajo, en el camino, el perro que confunde el trueno de la guerra con el trueno de la tormenta sigue y sigue entablando otra guerra en la que el caballero confunde el ladrido de la muerte con el ladrido de un perro.

Todas las guerras son fragmentos de una ¨²nica guerra, la guerra a secas, sin nombre

La guerra de los caballeros es, para los Emperadores, como el hedor de la Muerte y del Diablo que s¨®lo los perros husmean