Emociones ensuciadas
La inesperada generosidad con la que Jes¨²s Gil atravesaba el centenario, capaz de dar un paso atr¨¢s al olor de los focos, de entregar el protagonismo de la fiesta a los otros, result¨®, como algunos sospechaban, una simple pose. Gil es el de siempre. El de los gritos, las voces y los insultos. El del ego¨ªsmo cr¨®nico, en suma. Poco le import¨® desatender a su propia palabra, empe?ada bajo el compromiso del silencio no hace a¨²n cuatro meses. Y poco le afect¨®, por supuesto, faltarle el respeto al mismo Atl¨¦tico, el club que supuestamente quiere y defiende. A la m¨ªnima entr¨® a saco con su habitual falta de mesura y educaci¨®n, inc¨®modo como estaba, en realidad, en su desconocido papel de actor secundario. A su manera, con el ruido y la inoportunidad de costumbre, se apropi¨® del centenario y destroz¨® el acento sentimental con el que los rojiblancos lo estaban viviendo.
Porque Gil ha logrado que los actos del centenario ya no pasen a la memoria por su alto grado de emociones. Pasar¨¢n por la bronca, por los l¨ªos, por las malas formas. El Atl¨¦tico, que es su afici¨®n, hab¨ªa mostrado tambi¨¦n su indignaci¨®n con los futbolistas por su falta de compromiso, que s¨ª result¨® irritante el s¨¢bado, y la hab¨ªa castigado con una sonrojante pa?olada. Pero no consinti¨® que un mero resultado le alejara de su fiesta, de su conmovedora ceremonia. Y as¨ª, tras dejar constancia de su enojo, los atl¨¦ticos dejaron que fueran sus corazones los que siguieran hablando en su cumplea?os.
Pero Gil no pod¨ªa dejar escapar una oportunidad as¨ª. Sabe que su cota de popularidad en la casa est¨¢ por los suelos, que lleva sobre la espalda una sentencia condenatoria por apropiaci¨®n indebida y estafa s¨®lo pendiente del fallo definitivo del Supremo, que el Calder¨®n se hab¨ªa insinuado harto de ¨¦l no hace mucho. Y sabe que ya no le quedan escudos con los que protegerse de la hinchada, lejos Futre y distanciado Luis Aragon¨¦s. Por eso, a la que vio volar los pa?uelos, se tir¨® de cabeza a hacerse con ellos. Y aunque la afici¨®n los escondi¨® enseguida para seguir venerando la celebraci¨®n de su propia historia, Gil necesitaba publicitarlos. Y micr¨®fono en mano, ya con toda la atenci¨®n en su ombligo, atac¨® a los futbolistas, trat¨® de enfrentarlos entre s¨ª utilizando nombres propios y desafi¨® al entrenador (contra quien carga con toda la intenci¨®n). Los tir¨® a todos contra la gente, en suma, para protegerse ¨¦l.
Y as¨ª, con tal de sacar ventaja, cometi¨® la imperdonable groser¨ªa de arruinar la magia del centenario, de ensuciar para la posteridad uno de los episodios m¨¢s emocionantes que ha conocido el Atl¨¦tico.
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