Mosaicos, piedra en movimiento
No hace demasiado tiempo les dimos cuenta en esta misma p¨¢gina de una peculiar exposici¨®n fotogr¨¢fica que se realizaba en la galer¨ªa Mayoral de Barcelona. Era de la fot¨®grafa Sandra Balsells y trataba sobre el trabajo de la ONG Nuestros peque?os hermanos en Hait¨ª. Intentaba traducir a palabras la sensaci¨®n de aquellas fotos, y entend¨ª, lerdo que es uno, por qu¨¦ la fotograf¨ªa no sucumbi¨® a la irrupci¨®n del cine. Es un mundo de im¨¢genes solas, hipn¨®ticas, quietas, fijas para siempre. Y por lo tanto, sugerentes, que nos llevan a un mundo de melancol¨ªa insufrible porque nos atan al pasado. El cine, al contrario, con su movimiento, nos impide detenernos en la imagen, s¨®lo lo entendemos por su conjunto, y nos fascina porque nos ofrece presente y futuro.
En el Museo Arqueol¨®gico hay una exposici¨®n sobre mosaicos tunecinos. Vale la pena acercarse para conocer la televisi¨®n antigua
En ¨¦stas estaba cuando se inaugur¨® en el Museo Arqueol¨®gico de Catalu?a, en Montju?c, la exposici¨®n titulada Imatge de pedra. Se trata de fotograf¨ªas de gran tama?o y alta resoluci¨®n sobre los mosaicos romanos de T¨²nez. Fui en domingo y el colapso llegaba a la plaza de Espa?a. Enseguida vi que todas esas personas no iban al museo, sino que intentaban aparcar. Se dirig¨ªan en autom¨®vil al Sal¨®n del Autom¨®vil. En el museo, un grupo de veinticinco personas escuchaba pacientemente al gu¨ªa. Ese domingo se ofrec¨ªa una actividad complementaria para los ni?os. Una chica romana con mocasines y clips en el cabello les explicaba cuentos y leyendas de la antigua Roma mientras sus padres visitaban la exposici¨®n. Sonia Blasco, la relaciones p¨²blicas del museo, me explic¨® que seg¨²n el d¨ªa que era, les ense?an a componer mosaicos o a ponerse una toga y a jugar como los ni?os romanos. Por lo menos, aquel d¨ªa, los ni?os catalanes parec¨ªan distra¨ªdos. Me preguntaba si sus padres hab¨ªan acudido a ver mosaicos antiguos llevados por mi misma inquietud: discernir el poder evocador de este tipo de trabajo.
Una se?ora mayor me dio la clave. Dijo en voz alta: "Esto es como si fuera la televisi¨®n de la antig¨¹edad". Vox populi. La voz del pueblo. Y acertando, como tantas veces. Los mosaicos deben mirarse como miramos la televisi¨®n: a una cierta distancia. Las teselas o cuadraditos de piedra que componen el puzzle eran todos cuadrados y, seg¨²n la ¨¦poca, de la misma medida: un cent¨ªmetro por uno. Con lo cual, las l¨ªneas curvas eran dif¨ªciles de ejecutar incluso recort¨¢ndolas. Por ello, a medida que te alejas del mosaico, las teselas van desapareciendo al tiempo que la imagen se va aclarando y concretando. Llega un momento en que las piedrecitas ya no se ven, s¨®lo se ve la imagen, tan definida como si de una pintura -o de un fotograma- se tratara. Igual que la tele. Adem¨¢s, la se?ora, en otro momento, tambi¨¦n coment¨®, esta vez en voz baja: "Es que sale de todo, juegos, batallas, animales salvajes y dom¨¦sticos, una se?ora haciendo el amor con un cisne, bodegones, vaya, como en la tele, total, lo mismo que hoy en d¨ªa". Y aqu¨ª est¨¢ la clave de la cuesti¨®n, los romanos de hace 2.000 a?os eran igualitos que nosotros, incluso ten¨ªan su tele. Para ser sinceros, debemos decir que en todo esto hay una peque?a trampa: los mosaicos, en la ¨¦poca romana, formaban parte casi todos del pavimento de las casas, tanto si eran p¨²blicas como privadas. Es muy diferente mirarlos en el suelo despu¨¦s de pisarlos que delante tuyo, a la altura de la vista. Tanto da, la sensaci¨®n aut¨¦ntica de vida y de movimiento te ataca inmediatamente. Aquellos mosaicos, a pesar de llegar desde el fondo del tiempo, a diferencia de la fotograf¨ªa, no fijaban instantes reales, momentos de alegr¨ªa o de dolor, de cotidianidad. Me estaban dando fantas¨ªa, representaban objetos, animales y personas imaginativamente, aleg¨®ricamente. Me explicaban historias, no la historia. Y de golpe, me di cuenta de que, m¨¢s que la tele, aquello era el cine. La se?ora hab¨ªa errado el tiro por muy poco. Los mosaicos no me estaban proporcionando la misma sensaci¨®n de tiempo pasado e irrecuperable que me daban las fotograf¨ªas. ?D¨®nde estaba la diferencia? Quiz¨¢ en el hecho de que las fotos alcanzan su m¨¢xima eficacia en tama?o peque?o y de cerca, mientras que los mosaicos s¨®lo la consiguen en tama?os mayores y de m¨¢s lejos. Como en el cine. ?Se dan cuenta? ?Por qu¨¦ la gente siempre ha tenido esta necesidad de reproducir im¨¢genes?
En otra sala del mismo museo hay una representaci¨®n a escala natural de un hombre prehist¨®rico pintando bisontes en el techo de su cueva. A sus pies, embobados, dos ni?itos prehist¨®ricos, observando el trabajo del adulto. ?Para qu¨¦? Pero volviendo a los mosaicos tunecinos, son impresionantes. La exposici¨®n consta de 100 paneles fotogr¨¢ficos, la mayor¨ªa de tama?o grande o muy grande. Tan juntos, contemplados tan seguidos, ejercen un gran poder de fascinaci¨®n. Es como asistir a una especie de diorama gigante, o a cualquiera de los antiguos y entra?ables fen¨®menos ¨®pticos de feria. Vale mucho la pena visitar esta exposici¨®n. Entenderemos mejor nuestra necesidad casi patol¨®gica de im¨¢genes. Se dice que el siglo XX ha sido, entre otras cosas, el del triunfo de la imagen. Es mentira. Siempre ha estado aqu¨ª, entre nosotros. Vayan al Museo Arqueol¨®gico y compru¨¦benlo. Hasta el 22 de mayo.
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