Nubes blancas que parecen bombas
UNA PRUEBA de que la imaginaci¨®n est¨¢ en el poder y es una fuerza negativa la tenemos en el tenebroso hecho de que desde hace un a?o el FBI puede exigir los registros de los libros que la gente sospechosa compra en librer¨ªas o pide prestados en las bibliotecas. Puede ser un libro de Hegel, la historia del islam o un simple tratado de qu¨ªmica. Cualquier persona que en una biblioteca p¨²blica o privada solicite un libro que las autoridades consideren medio raro corre el riesgo de a las pocas horas recibir la visita de un agente del FBI en su casa.
No es que yo frecuente mucho las bibliotecas. Comparto con mi amigo Jordi Llovet la impresi¨®n de que las bibliotecas p¨²blicas tienen algo de conventual y puritano, pues no puede uno re¨ªrse en ellas con estridencia cuando precisamente la mejor literatura est¨¢ llena de situaciones o frases que invitan a las grandes carcajadas, cuando precisamente la mejor literatura ya hace a?os que denuncia que la seriedad es un continente misterioso del cuerpo que sirve para ocultar los defectos de la mente. No frecuento mucho las bibliotecas p¨²blicas, pero eso no quita que una biblioteca siempre es para m¨ª una biblioteca, la casa de la sabidur¨ªa. Y hoy m¨¢s que nunca cuando no poder re¨ªr con estridencia se ha convertido en algo que tiene una m¨ªnima importancia si se compara con esa siniestra seriedad que est¨¢n mostrando en estos d¨ªas ciertos gobernantes altivos que han encontrado en el espionaje de las lecturas una ayuda inestimable para poder esconder los defectos de sus mentes.
Algunos piensan que es la venganza de Bush junior por haber sacado tan malas notas en la asignatura de Historia del Petr¨®leo en la Universidad de Tejas, es decir, por haber mostrado en su juventud, con admirable celo y persistencia, su inconmensurable zoqueter¨ªa, la misma que le ha llevado a probar las bombas de racimo. Pero esto es como pensar -deducci¨®n demasiado simple- que Hitler fue tan imaginativo en sus matanzas porque quer¨ªa vengarse de la risa y de la inteligencia del jud¨ªo Wittgenstein, su compa?ero de pupitre.
Desde hace un a?o, en una oscura secci¨®n de una tenebrosa ley, concretamente en la cl¨¢usula 215, se le otorgan poderes al FBI "para pedir a cualquier biblioteca o librer¨ªa del pa¨ªs la lista de los libros que la gente solicita o compra". Y un detalle a tener muy en cuenta: ni las bibliotecas ni los libreros pueden informar a sus clientes de que la polic¨ªa federal est¨¢ investigando sus h¨¢bitos de lectura, pues, si lo hacen, pueden ser detenidos y encarcelados. No es ninguna broma todo esto, sino la puesta en pr¨¢ctica de la delincuente imaginaci¨®n de los serios, esa imaginaci¨®n de los que con defectos mentales rigen hoy el mundo y, en su inmenso delirio criminal y analfabeto, permiten -en realidad no ha sido m¨¢s que una consecuencia directa y natural de su ley del espionaje a los lectores- el saqueo del Museo Nacional iraqu¨ª y el incendio de la Biblioteca de Bagdad, permiten toda esa barbarie de la ignorancia, esa destrucci¨®n o violaci¨®n de los or¨ªgenes de nuestra civilizaci¨®n -ahora se comprende porque creyeron menospreciar a Europa trat¨¢ndola de vieja-, toda esa destrucci¨®n que numerosos arque¨®logos y expertos internacionales no han dudado en calificar, tras el previo recordatorio estremecido de las v¨ªctimas civiles de la guerra de Irak, como el crimen del siglo, pues no olvidemos que en Mesopotamia naci¨® la primera civilizaci¨®n, y con ella, la escritura, es decir, la fuente de la memoria.
Ese espionaje a los lectores -esa sensaci¨®n de leer con la polic¨ªa federal en el cogote- me recuerda a los d¨ªas de la dictadura militar que conoc¨ª en mi juventud. En el cuartel donde hice el servicio militar me arrestaron por leer un libro de Lezama Lima que les pareci¨® sospechoso debido al t¨ªtulo, Introducci¨®n a los vasos ¨®rficos. El teniente que me llev¨® al calabozo justific¨® mi detenci¨®n por la escasa claridad de ese t¨ªtulo, que, en su opini¨®n, parec¨ªa ocultar en su interior consignas de orientaci¨®n marxista. Conservo ese libro en mi casa, miro la ilustraci¨®n de la portada -chimeneas dormidas, nubes blancas que parecen bombas, guantes de pl¨¢stico- y me digo que hoy con ese libro, en cualquier biblioteca americana y pensando que se trata de propaganda de armas qu¨ªmicas, me habr¨ªan llevado directamente a Guant¨¢namo. ?Estamos cada vez peor? Hemos o¨ªdo hablar de la destrucci¨®n de la Biblioteca de Alejandr¨ªa, sabemos que las obras de Prot¨¢goras se quemaron en Atenas en el a?o 411 antes de Cristo y que los nazis quemaron millares de libros en mayo de 1933. Sabemos que en 303, Diocleciano conden¨® al fuego a todos los libros cristianos y que la Casa de la Sabidur¨ªa -la escuela de ciencia m¨¢s importante desde la destrucci¨®n de Alejandr¨ªa- fue devastada en 1258 por el nieto de Gengis Kan que destruy¨® Bagdad y sus librer¨ªas y museos al igual que acaba de suceder ahora. M¨¢s que estar cada vez peor, m¨¢s bien estamos donde estaba el imaginativo nieto de Gengis Kan, en la m¨¢s pura barbarie de la ignorancia. Claro est¨¢ que nosotros -no debemos olvidarlo- estamos tambi¨¦n en el derecho de echarle imaginaci¨®n al asunto y pensar en esa inscripci¨®n contra los saqueadores de libros descubierta por Alberto Manguel en la biblioteca de un monasterio barcelon¨¦s y desearle a todo aquel que en nombre de Dios haya participado en el crimen del siglo que cualquiera de los libros que ha saqueado se le convierta en serpiente en la mano y lo desgarre, que quede paralizado y desfallezca de dolor, suplicando a gritos misericordia y que nada alivie sus sufrimientos hasta que muera. Y que los gusanos de los libros le roan las entra?as como lo hace el remordimiento que nunca cesa. Y que cuando, finalmente descienda al castigo eterno, que las llamas del infierno lo consuman para siempre. Es terrible, lo s¨¦. Pero aun lo es m¨¢s pensar que ni aun as¨ª vamos a poder vengar el crimen del siglo.
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