A prop¨®sito de propiedades intelectuales
El otro d¨ªa me fui a la poller¨ªa, a comprar un pollo, y he aqu¨ª los hechos extraordinarios y desmesurados que me sucedieron.
Mientras el pollero proced¨ªa a abrir el pollo en canal, destriparlo y descuartizarlo, advert¨ª lo mucho que disfrutaba de su trabajo. Cuando admir¨¦ en voz alta el arte con que manejaba las tijeras y el estilo personal¨ªsimo e inimitable de los cortes, el tipo pareci¨® regresar de un trance creativo. Yo segu¨ª elogiando la pureza y la limpieza de sus cortes, as¨ª como la aparente facilidad y la precisi¨®n quir¨²rgica de sus gestos. Cuando acab¨® de cortar el pollo, venciendo mi timidez y mi natural pudor, le dije si no le importar¨ªa dedicarme el pollo. "?C¨®mo dice?", pregunt¨® el hombre mir¨¢ndome de forma algo rara. "Que si me podr¨ªa echar una firmita en el pollo, maestro, no me sea modesto. Usted es un artista, que corta el pollo como nadie, y a m¨ª me har¨ªa muy feliz si me estampara su firma en una de las alas". El pollero, efectivamente, me firm¨® su obra, me la envolvi¨® y luego me anunci¨® con pasmosa tranquilidad: "Son cinco euros".
A los polleros les pagan con monedas de curso legal; a los escritores, masaje¨¢ndonos la vanidad o con toneladas de prestigio o bienes intangibles
"?C¨®mo!", pens¨¦ yo. "?Ser¨¢ antip¨¢tico y pesetero, el t¨ªo ¨¦ste! Con lo que ha disfrutado cort¨¢ndome el pollo y encima, en vez de pagarme ¨¦l a m¨ª por permitirle llevar a cabo un trabajo que le encanta, va y pretende cobrarme! ?Qu¨¦ materialista! ?Qu¨¦ asco!". Le di un poco m¨¢s de alpiste para el ego, pero ni con esas. El tipo escuch¨® con impavidez lo mucho que valoraba yo su trabajo y, cuando me par¨¦ a respirar, aprovech¨® para volver a reclamarme la pasta, como un vulgar mercachifle. "Oiga, buen hombre, contraataqu¨¦. Cuando a m¨ª me dan alpiste para el ego, significa que no piensan pagarme por mi trabajo". "?Y usted hace su trabajo gratis?", me pregunt¨® absolutamente pasmado.
Entonces le expliqu¨¦ que gratis, gratis, lo que se dice gratis del todo, pues no. Que, a diferencia de lo que ocurre con los polleros, que por lo visto pretenden cobrar s¨®lo en la moneda de curso legal, a los escritores muchas veces nos pagan masaje¨¢ndonos vigorosamente la vanidad o d¨¢ndonos toneladas de prestigio y otros bienes intangibles.
El pollero quiso saber qu¨¦ clase de trabajos realiz¨¢bamos los escritores a cambio de bienes et¨¦reos y proced¨ª a especific¨¢rselos. "Para empezar, dije, est¨¢n las presentaciones de libros. Las hay a porrillo y, si te descuidas, cada semana har¨ªas una o dos. Yo soy una gran entusiasta de las presentaciones, pero habida cuenta de que, en el mejor de los casos, los editores te hacen un regalito o te invitan a cenar despu¨¦s de la presentaci¨®n, y en el peor de los casos te dicen que has estado fant¨¢stica, te dan unas palmaditas en la espalda y adi¨®s muy buenas, pues presentar libros es para m¨ª un lujo que no siempre puedo permitirme. Encima, como las palmaditas y los elogios son el pago, te los dan aunque lo hayas hecho fatal, con la consiguiente devaluaci¨®n de palmaditas y elogios.
Adem¨¢s de esto, tambi¨¦n te pueden llamar para ser miembro no remunerado de alg¨²n jurado (porque lo de ser jurado unas veces se paga y otras no). Lo de miembro de jurado tiene a¨²n m¨¢s peligro que las presentaciones porque, si es literario, tienes que leerte cuatro o cinco manuscritos, si no m¨¢s (de modo que durante un par de semanitas no lees m¨¢s que eso, sean esos textos maravillas sin par o pavorosos mamotretos, que de todo hay en la vi?a del Se?or). Encima, como jurado corres gran peligro de hacerte enemigos virulentos, pues los escritores que no ganan un premio literario pueden ser terriblemente rencorosos y vengativos. Luego te los encuentras en alguna fiesta literaria y te dicen: "Hola, soy fulanito de tal y no me votaste en tal premio", y durante el resto de la noche, imposible sac¨¢rtelos de encima, tratan de convencerte de que cometiste un gran error. Y todo eso, insisto, gratis. Por el prestigio y por la vanidad, como cuando vas a alguna tertulia en la tele.
Cuando acab¨¦ la fil¨ªpica, el pollero me ten¨ªa preparado un golpe cruel. "Pues oye, no entiendo nada. Porque por un lado, mucho trabajar gratis, como si fuerais los primeros en no valorar lo que hac¨¦is, y por otro, cuando el Gobierno hace una ley que amenaza con mermar vuestros ingresos como autores, os pon¨¦is hechos un basilisco". "Es que somos un gremio muy contradictorio", fue lo ¨²nico que se me ocurri¨® contestar d¨¢ndole los cinco euros.
Al llegar a casa tras mi deprimente conversaci¨®n con el pollero, me encuentro en el buz¨®n una carta en la que un editor me invita a mandarle un relato in¨¦dito por una cantidad tan rid¨ªcula que prefiero omitirla. Quiz¨¢ debido a la influencia del pollero, se me ocurre contestarle lo siguiente, que pongo a disposici¨®n de mis colegas autores, pues me consta que no soy la ¨²nica que pasa por estas coyunturas:
"Querido se?or tal: He recibido su amable carta y le agradezco mucho que haya pensado en m¨ª, pues aunque no nos conocemos personalmente, su trabajo me merece el mayor de los respetos".
"La filantrop¨ªa se halla desde antiguo entre mis m¨¢s nobles aspiraciones. Lamentablemente, la mezquina urgencia de comer caliente tres veces al d¨ªa y de pagar el alquiler me constri?en a un penoso materialismo y a la innoble aspiraci¨®n de cobrar por mi trabajo, el ¨²nico medio de subsistencia con que cuento".
"Sin embargo, tengo una t¨ªa abuela rica que morir¨¢ en cualquier momento y de la que voy a heredar. En cuanto esa luctuosa circunstancia se produzca y funde por fin la ONG que ardo en deseos de fundar, prometo mandarle a usted un relato in¨¦dito no por la suma que usted apunta, sino... ?totalmente gratis!".
"Sin otro particular, se despide atentamente".
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