Liberalismo 'versus' multiculturalismo
El t¨¦rmino multiculturalismo se aplica tanto a la realidad como a la ideolog¨ªa, y en ambos casos de modo bastante falto de precisi¨®n. Se suele decir que hoy en d¨ªa las sociedades son cada vez m¨¢s multiculturales. ?En qu¨¦ sociedades estamos pensando? No en Estados tradicionalmente formados por muchas comunidades con lenguas, religiones y costumbres diversas, como Nueva Guinea, la India, Sur¨¢frica o hasta la antigua Yugoslavia, donde lo que los multiculturalistas lamentan es la uniformidad producida por los procesos de globalizaci¨®n. Tampoco en los pa¨ªses que fueron colonias europeas y se formaron a base de inmigrantes, como Brasil o EE UU, pues tambi¨¦n en ellos han operado fuertes procesos de homogeneizaci¨®n cultural. Lo que en realidad se quiere decir es que hay cada vez m¨¢s inmigrantes en los pa¨ªses europeos, aunque ni siquiera con este significado la afirmaci¨®n es precisa. Pues si bien hay m¨¢s inmigrantes que hace veinte o treinta a?os en Espa?a o Italia, hay menos en Francia o en Alemania.
Temo que el resultado final sea el contrario del que pretenden los multiculturalistas
Como ideolog¨ªa, el multiculturalismo es tambi¨¦n muy impreciso. Intento sintetizarlo en tres rasgos. 1. Las personas pertenecen a sus culturas, sin la cuales no tienen aut¨¦ntica identidad, y por ello se da mayor valor a la diversidad cultural m¨¢s que a la libertad de las personas; hay incluso quien asimila la diversidad cultural a la biol¨®gica y propone proteger lo mismo a los animales que albergan la primera que a los ind¨ªgenas que conservan la segunda. 2. Relativismo cultural: todas las culturas tienen igual valor, tanto en el plano cognitivo como en el moral y el est¨¦tico. 3. Las unidades de la sociedad pol¨ªtica no son los individuos, sino las culturas; las sociedades pol¨ªticas deber¨ªan constituirse por la integraci¨®n de culturas, entendiendo por integraci¨®n un estado que supera las tendencias contrarias a la asimilaci¨®n y a la segregaci¨®n de las comunidades culturales.
Se trata obviamente de una concepci¨®n particularista y adscriptiva de las relaciones sociales, opuesta al universalismo y el logro caracter¨ªsticos de la modernidad. No voy a tratar aqu¨ª de la fortuna de estas concepciones en Canad¨¢ o Estados Unidos, ni de las tragedias pol¨ªticas que suelen sufrir los pa¨ªses realmente multiculturales (Irlanda, Chipre, la antigua Yugoslavia, Sri-Lanka, Malasia, India, Afganist¨¢n, Irak, L¨ªbano, Palestina, Sud¨¢n, Ruanda, Burundi, casi toda ?frica), ni del magro ¨¦xito de la ONU al aplicar programas multiculturalistas en Bosnia y Kosovo (quiz¨¢ EE UU tenga ahora m¨¢s ¨¦xito en Irak). Me limitar¨¦ a la pregunta de si la integraci¨®n de culturas ofrece alguna ventaja en temas de inmigraci¨®n sobre el universalismo de las democracias liberales.
En el liberalismo las unidades pol¨ªticas son individuos regidos por una ley com¨²n (sin privilegios) y libres para decidir sus rasgos culturales. Y como individuos se considera ante todo a los inmigrantes. Individuos con proyectos muy variados: ahorrar mucho y volver cuanto antes, probar y decidir luego, quedarse para siempre. Algunos tienen costumbres prohibidas entre nosotros, como la poligamia, el matrimonio arreglado, la celebraci¨®n del viernes, y prohibiciones que nosotros ignoramos, como la de ingerir alcohol, cerdo o vaca. Esas costumbres suelen dar lugar a problemas de convivencia. Las democracias liberales se llaman as¨ª por los dos principios con que intentan solucionar esos problemas. El primero es el principio de la libertad individual en todo lo que no afecta a los dem¨¢s, desde la religi¨®n a los estupefacientes. El segundo es el principio de la universalidad de la ley en las cuestiones que no pueden sustraerse al ¨¢mbito pol¨ªtico. En aplicaci¨®n del primer principio, cada cual puede hablar, vestir, comer y rezar como le parezca, pero nadie puede forzar el matrimonio de sus hijos. Hay asuntos menos claros, como la poligamia, pues si bien por un lado hacen falta buenos argumentos para prohibir a dos adultos convenir libremente entre ellos, por otro tales convenios afectan a terceros, aunque s¨®lo sea a trav¨¦s de la Seguridad Social. Supongamos que la poligamia se regula pol¨ªticamente. Entonces aparece el principio de la universalidad de la ley, de modo que si a los espa?oles se les proh¨ªbe la poligamia, se les proh¨ªba tambi¨¦n a los inmigrantes y se les permita a todos si se les admite a algunos. Estos dos principios no implican ning¨²n proyecto de vida global para los inmigrantes, como no lo implican para nadie. Cada cual elige tan libremente como puede sus propios proyectos.
A diferencia del liberalismo, los multiculturalistas s¨ª tienen un proyecto para los inmigrantes. A saber, que constituyan comunidades y se integren a trav¨¦s de ellas. Siendo ante todo portadores de diversidad cultural, es perentorio que mantengan su identidad; la libertad formal para elegir como individuo es una ficci¨®n que equivale a dejarlo inerme ante la asimilaci¨®n. Es, como puede verse, un paternalismo de otro signo. Seguimos siendo superiores, s¨®lo que ahora en vez de civilizarlos, los conservamos.
No tengo duda de la buena intenci¨®n de estas actitudes, ni de su sincero celo por evitar el racismo y la xenofobia. Puede incluso que tengan alguna ventaja pedag¨®gica. Pero temo muy mucho que su resultado final sea el contrario del que pretenden. Reconocer derechos adscritos perturba el funcionamiento de las escuelas, de la administraci¨®n y de las instituciones p¨²blicas basadas en la igualdad y el logro. El relativismo cultural niega el fin primero de la educaci¨®n, que no es la buena conducta sino el pensamiento libre. Y, sobre todo, la perpetuaci¨®n pol¨ªtica del nosotros y del ellos, la innecesaria construcci¨®n de comunidades, es una aventura m¨¢s bien irresponsable a la luz de la experiencia de los pa¨ªses originalmente multiculturales.
Julio Caraba?a es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense.
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