Un artefacto lleno de posibilidades
Lo primero que pas¨® con Rayuela era que ten¨ªa un formato manejable en aquella edici¨®n de Sudamericana. Parec¨ªa un peque?o ladrillo negro, con las sobrias l¨ªneas blancas que dibujaban la rayuela y sus letras amarillas, que incluso pod¨ªa servir para tir¨¢rselo a alguien y romperle la crisma. Pero casi mejor era abrirlo y adentrarse en sus p¨¢ginas, y suced¨ªa entonces que se abr¨ªan miles de posibilidades de manipular el objeto. Pod¨ªas leerlo seguido o saltar de cap¨ªtulos o aceptar el camino que te suger¨ªa el propio autor, de un lado a otro, de atr¨¢s hacia delante, y luego al rev¨¦s.
Los escritores latinoamericanos hab¨ªan roto las estructuras, las formas, de los libros que se le¨ªan por entonces, y cultivaban alegremente estilos que desafiaban las normas y en sus historias pod¨ªa ocurrir cualquier cosa. No es que se lo hubieran inventado todo, aunque eso era lo que parec¨ªa, pues recorr¨ªan caminos que ya hab¨ªan sido transitados en otras latitudes. Todo ten¨ªa, sin embargo, un aire de frescura y era como si se hubiera abierto una caja de Pandora y hubiera salido todo lo que estaba tapado.
El artefacto de Rayuela, pues, romp¨ªa unos cuantos esquemas, aunque tuviera tambi¨¦n sus peligros. Uno de ellos, grave, era que daba facilidades para convertir al lector en un aut¨¦ntico pedante. Otro de ellos, menos dram¨¢tico, era que pod¨ªa llevar a quien lo leyera a recorrer Par¨ªs con el gesto ligeramente torcido y la mirada un tanto perdida, como quien va por el mundo con unas vivencias tan sofisticadas que en nada se parecen a las que padecen el resto de los mortales.
Ten¨ªa, as¨ª, algo de libro inici¨¢tico, y el que se hubiera empapado en ¨¦l resultaba autorizado para recorrer el free jazz o las obras de Mondrian como si fueran su propia casa. M¨¢s all¨¢ de estos riesgos, lo que se encontraba en Rayuela era a Julio Cort¨¢zar. Un hombre de una estatura imponente con rasgos de adolescente que hab¨ªa convertido la literatura en una suerte de alimento sin el cual resultaba imposible vivir. En Rayuela, Cort¨¢zar contaba una historia de amor, con todos sus dolores y miserias, la ponzo?a de los celos, los ajustes de cuentas, y tambi¨¦n con la intensidad de sus arrebatos y su ternura ("Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca...").
Es un libro habitado por la melancol¨ªa y por un extra?o dolor. Y Cort¨¢zar hab¨ªa puesto todo aquello despu¨¦s de agitar las palabras, de meterlas en pasadizos caprichosos, de hacerlas transitar al azar. Todo fluye en Rayuela, se desparrama, pueden decirse las cosas en argentino, clavar fragmentos de procedencias diversas unos detr¨¢s de otros, inventar sonidos ("Apenas ¨¦l le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el cl¨¦miso y se ca¨ªan en hidromurias..."). ("Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguir¨¦ hacer sentir que el verdadero y ¨²nico personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo deber¨ªa contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extra?arlo, a enajenarlo").
Lleg¨® Rayuela, hace tanto ya, para romper la rutina de las letras. Cort¨¢zar transcrib¨ªa en una de sus p¨¢ginas una "nota pedant¨ªsima de Morelli": "Provocar, asumir un texto desali?ado, desanudado, incongruente, minuciosamente antinovel¨ªstico (aunque no antinovelesco)". Y despu¨¦s apuntaba su "m¨¦todo": "La iron¨ªa, la autocr¨ªtica incesante, la incongruencia, la imaginaci¨®n al servicio de nadie". Eso fue lo que trajo, un fuerte golpe sobre la mesa para cambiar de sitio los papeles (y adem¨¢s el libro ten¨ªa esas maneras distra¨ªdas de quien camina hacia ninguna meta, y no lleva ninguna prisa). Con Rayuela llegaron tambi¨¦n La Maga, Horacio, Rocamadour, Talita, Traveler... Vinieron, aunque parezca imposible con esos nombres. Y lleg¨® tambi¨¦n esa desaz¨®n, que se qued¨®, y que Cort¨¢zar formulaba as¨ª contado de uno de sus personajes: "Sab¨ªa que sin fe no ocurre nada de lo que deber¨ªa ocurrir, y con fe casi siempre tampoco".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.