Al otro lado del Imperio
Hegel lo hizo notar sirvi¨¦ndose de una hermosa met¨¢fora: s¨®lo al atardecer emprende su vuelo el b¨²ho de Minerva. ?nicamente cuando un proceso hist¨®rico toca a su fin resulta posible abordar la comprensi¨®n de su significado. La advertencia es v¨¢lida asimismo trat¨¢ndose de episodios de alcance m¨¢s reducido, y de manera espec¨ªfica conviene a la crisis que ha desembocado en la ocupaci¨®n americana de Irak. S¨®lo al consumarse la victoria de las tropas de Bush y cobrar forma sus designios respecto de la posguerra, nos encontramos en condiciones de entender la naturaleza de la intervenci¨®n y lo que la misma representa en el plano de las relaciones internacionales.
De entrada, el comportamiento de los Estados Unidos tras la conquista de Bagdad pone al descubierto la falacia de las razones esgrimidas en los meses previos a la invasi¨®n, algo ya previsible dada la debilidad de los argumentos y supuestas pruebas exhibidas por Colin Powell en su penoso alegato fiscal ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Nadie se acuerda hoy de las famosas armas de destrucci¨®n masiva que hac¨ªan de Irak una amenaza para Oriente Medio, e incluso para la seguridad de todo Occidente si Sadam Husein las pon¨ªa en manos de Bin Laden. El Ej¨¦rcito iraqu¨ª fue aplastado con toda facilidad y el desenlace hubiera sido sin duda mucho m¨¢s r¨¢pido de arriesgar un punto m¨¢s el general Franks la seguridad de sus hombres. Comparativamente, ha sido mucho m¨¢s peligroso en esta guerra ser periodista que soldado norteamericano, a pesar de todas las restricciones impuestas a los informadores para que dieran cuenta del curso real de los acontecimientos. As¨ª que las piezas justificativas de la invasi¨®n parecen haber sido un montaje bastante burdo, cuyo ¨²nico aval ante la opini¨®n p¨²blica mundial fue la impagable colaboraci¨®n del fanfarr¨®n dictador iraqu¨ª, empe?ado en confirmar la veracidad de las acusaciones al obstaculizar la acci¨®n de los inspectores de la ONU. Las razones para haber desencadenado esta guerra son otras, y por lo que estamos viendo, de repercusiones potencialmente m¨¢s graves que las sugeridas inicialmente en torno a la prepotencia de Bush, el sentimiento de inseguridad norteamericano despu¨¦s del 11-S o la pretensi¨®n de hacerse con uno de las grandes reservas de petr¨®leo en el planeta. Estos tres factores no son desde?ables, pero todo indica que han de integrarse en una explicaci¨®n de mayor calado.
La hip¨®tesis m¨¢s plausible es que George W. Bush y sus halcones est¨¢n sirvi¨¦ndose de ese aparente complejo de inseguridad surgido de los atentados de Manhattan para imponer una l¨®gica imperial acorde con la posici¨®n de privilegio otorgada a los Estados Unidos por el desplome de la URSS. Desde este punto de vista, el 11-S deja de ser el origen de un llamamiento a la solidaridad internacional para convertirse en la coartada de un proceso expansivo. M¨¢s a¨²n, representa la raz¨®n suprema que impone a todos los aliados occidentales los deberes de obediencia y lealtad a las directrices emanadas de la Gran V¨ªctima (que re¨²ne la condici¨®n de ser al mismo tiempo el Gran Poder). Tuve ocasi¨®n de escuch¨¢rselo hace unas semanas a uno de los m¨¢s destacados voceros de esa exigencia, Michael Ledeen, un hombre del mismo American Enterprise Institute a que pertenece Richard Perle, y como ¨¦l veterano colaborador de Reagan y experto en la lucha subterr¨¢nea por anteponer los intereses norteamericanos en nombre de su democracia a toda consideraci¨®n democr¨¢tica pluralista. Desde su perspectiva, a partir del 11-S, el simple intento de condicionar desde el exterior la pol¨ªtica de fuerza norteamericana, legitimada por la invocaci¨®n sagrada del antiterrorismo, constituye una traici¨®n imperdonable. No estamos ante la exigencia de colaborar, sino frente a la obligaci¨®n de obedecer. De ah¨ª que al obstaculizar la pol¨ªtica de Washington, la ONU quede inmediatamente desahuciada y Francia convertida en un adversario siniestro a quien es preciso castigar y anular para ejemplo de todos en la escena internacional. Hasta los muertos americanos en la contienda habr¨ªan sido culpa suya: Delenda est Lutetia! Una vez lograda la victoria sobre Irak, calificada por Perle como la m¨¢s importante de Estados Unidos desde 1945, su colega Ledeen propone llevar hasta el final la lucha contra los bastiones del terrorismo en la regi¨®n, derribando los reg¨ªmenes de Ir¨¢n y de Siria (primero, eso s¨ª, por medios pol¨ªticos). No importa que para sostener la argumentaci¨®n haya que insistir en la inexistente vinculaci¨®n entre Sadam Husein y Al Qaeda. La pol¨ªtica de nudo poder, cuando corre a cargo de Washington, es en s¨ª misma garant¨ªa suprema de racionalidad.
?Con qu¨¦ objetivos y por qu¨¦ medios a medio y a largo plazo? Alguna luz puede venir de los an¨¢lisis y modelos establecidos por asesores del Pent¨¢gono durante la era Reagan. Uno de ellos, Edward N. Luttwak, elabor¨® entonces una imaginativa proyecci¨®n de lo que pudiera ser, para un Imperio que ejerciera el poder mundial en r¨¦gimen de monopolio parcial, un modelo de seguridad orientado a reducir riesgos y costes por medio de una pol¨ªtica de disuasi¨®n. Entonces la hip¨®tesis carec¨ªa de sentido, dado que exist¨ªa el enemigo comunista, pero pas¨® a tenerlo cuando los Estados Unidos quedaron como ¨²nica gran potencia a escala mundial, sometidos, eso s¨ª, a tensiones y amenazas perif¨¦ricas, singularmente en Oriente Medio. Una soluci¨®n pr¨¢ctica ven¨ªa dada por el ejemplo de la estrategia imperial romana a partir de Augusto. No se trataba de mantener una ocupaci¨®n territorial, sino de establecer una hegemon¨ªa asumida tanto por aliados como por eventuales adversarios, y para conseguir esta meta lo esencial era conjugar las intervenciones militares puntuales, de forma implacable en la resoluci¨®n de los conflictos, a favor de una aplastante superioridad militar, con el tejido de una trama clientelar en la periferia, de manera que los Estados clientes, formalmente independientes, secundasen las iniciativas del Imperio y eventualmente se convirtieran en sus aliados durante las campa?as. Estos "clientes" ser¨ªan recompensados de acuerdo con su lealtad e intensidad de implicaci¨®n, justo lo que ha decidido Bush, incluso en el plano simb¨®lico, tras la conquista de Irak: aquellos Estados que llevaron la implicaci¨®n con la pol¨ªtica de la Casa Blanca hasta la participaci¨®n militar reciben responsabilidades de gesti¨®n del territorio iraqu¨ª, como el Reino Unido y Polonia; el apoyo s¨®lo pol¨ªtico o tard¨ªo recibe premios menores y dentro de la subalternidad. Caso de la Espa?a de Aznar, la Italia de Berlusconi, Albania y otros sat¨¦lites voluntarios en el nuevo sistema solar.
Estamos, pues, ante un "nuevo orden internacional", de trazos mucho m¨¢s concretos que el evanescente propuesto por Bush padre hace una d¨¦cada. El Imperio atiende a sus intereses econ¨®-micos y estrat¨¦gicos, con el volumen de La democracia en Am¨¦rica bajo el brazo, y sobre todo con el respaldo moral del 11-S, poniendo en pie una pol¨ªtica exterior de belicosidad, m¨¢s que de guerra, permanente, y reduciendo costes gracias al doble repertorio de recursos que le proporcionan, de un lado la impresionante tecnolog¨ªa militar, de otro el cintur¨®n de Estados-clientes, con el Reino Unido a la cabeza. Cualquier obst¨¢culo real o simb¨®lico a su hegemon¨ªa se expone a una escala de represalias, desde las estrictamente militares a las econ¨®micas, y ¨¦sta es una condici¨®n ineludible para que funcione semejante sistema de poder, eliminando por v¨ªa de ejemplaridad los potenciales conflictos. De ah¨ª la primac¨ªa en todos los planos de la dimensi¨®n militar, encarnada de modo emblem¨¢tico en el aterrizaje triunfal de Bush sobre el Abraham Lincoln. La apoteosis transitoria del jefe victorioso en Roma se alcanzaba mediante su ingreso y desfile en la ciudad; aqu¨ª es lo contrario, el presidente civil se disfraza de h¨¦roe guerrero y celebra su triunfo en la cubierta de un portaaviones, el s¨ªmbolo de la superioridad militar inalcanzable de los Estados Unidos. Del fervor de las masas de ciudadanos ante el espect¨¢culo pasamos a los aplausos de unos tipos uniformados y en perfecta formaci¨®n. El augurio no puede ser optimista. Como amenaza o como tr¨¢gica realidad, la l¨®gica del poder instaurada por Bush implica el recurso permanente a la guerra.
Seg¨²n la ocurrencia de Robert Kagan, Estados Unidos y la "vieja Europa" encarnan respectivamente a Marte y a Venus, la confrontaci¨®n entre la energ¨ªa propia de una pol¨ªtica de poder y la belleza de una construcci¨®n idealista que aqu¨¦lla habr¨ªa hecho posible con su protecci¨®n en las largas d¨¦cadas de amenaza sovi¨¦tica. Demasiado favorable para unos y para otros. M¨¢s que Venus, a la construcci¨®n europea le corresponde Hermes, y por otra parte, una pol¨ªtica fundada exclusivamente en el uso de la fuerza antes que a Marte recuerda a Polifemo. Es cierto que la nueva situaci¨®n internacional, desaparecido el comunismo, hace precisa una articulaci¨®n m¨¢s compleja entre las pol¨ªticas de los Estados Unidos y de Europa, pero es la trayectoria imperialista americana lo que introduce el inevitable conflicto. Buscar una resoluci¨®n equitativa, si la hay, del contencioso entre israel¨ªes y palestinos, evitar avisperos disimulados como el de Irak, no son muestras de idealismo, sino de racionalidad. La pol¨ªtica de poder sin inteligencia lleva a la dictadura de una superpotencia o/y al caos. De momento, ¨¦ste ya se encuentra anunciado por el suicidio impuesto desde Washington a toda variante de las Naciones Unidas que no sea su mero instrumento de dominio. Y en lo que concierne a Europa, por muchas declaraciones de optimismo que haga Romano Prodi, las perspectivas unitarias en pol¨ªtica internacional y de defensa son nulas, salvo que se trate de dar consentimiento un¨¢nime a cuanto decida en lo esencial Washington. Mientras haya gente como Aznar, Ana Palacio, Berlusconi o el presidente polaco, ni siquiera la intervenci¨®n de Blair resulta necesaria.
Por otra parte, para que el modelo augusto funcione, es preciso consolidar aquellos Estados-clientes que ocupan localizaciones estrat¨¦gicas en la periferia. Nada indica que en Afganist¨¢n, y sobre todo en Irak, las previsiones sean favorables al respecto. Cierto que no ha tenido lugar la temida movilizaci¨®n de masas en los pa¨ªses musulmanes; como contrapunto, es poco probable que los iraqu¨ªes acepten tranquilamente la forma de "liberaci¨®n" que les es impuesta, con los americanos matando manifestantes cada dos d¨ªas y buscando la aguja en un pajar de unos gobernantes-t¨ªteres cre¨ªbles. El r¨¢pido fracaso del virrey Garner constituye todo un presagio. Adem¨¢s, el islamismo es paciente y sabe tanto movilizar como resistir. Si la crisis presente se prolonga durante meses y tiene lugar por a?adidura alg¨²n atentado sangriento de Al Qaeda, la gloria del triunfo por las armas se convertir¨¢ para Bush en polvo, incluso electoralmente en su pa¨ªs.
A todo esto, Aznar prosigue la huida hacia delante. Fuera m¨¢scaras humanitarias: se trata de colaborar en el ¨²ltimo escal¨®n de la ocupaci¨®n militar del territorio iraqu¨ª. La subordinaci¨®n es absoluta, seg¨²n prob¨® la actitud indigna renunciando a exigir una investigaci¨®n oficial sobre el asesinato del periodista Jos¨¦ Couso. Dos palabritas de Powell y do?a Ana Palacio, embelesada y conforme. Todo sea por la guerra mundial contra todos los terrorismos del mundo, aunque eso cueste la derrota pol¨ªtica ante el que tenemos al alcance de la mano. ?C¨®mo aspira el PP a que todo se olvide de repente y sea una realidad tras el d¨ªa 25 la necesaria alianza estatutista en Euskadi?
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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