Dolorosamente dulce
Como agua mansa que lleva el r¨ªo. S¨ª, as¨ª discurre la novela, la primera de Mar¨ªa Tena (Madrid, 1953). En Tenemos que vernos, el lector se surte tanto de las confidencias que la protagonista va relatando a una amiga como del dibujo minucioso que nos ofrece esa voz que todo lo sabe y todo lo ve. Y en las estaciones del a?o se suceder¨¢n los cambios de tiempo y tambi¨¦n los prop¨®sitos, los deseos, las negaciones y el atrevimiento. Todo bien encauzado en una historia que cuenta sobre cosas conocidas: matrimonio con hijos, veinte a?os casados, crisis de aburrimiento y el m¨¢s tremendo ?qui¨¦n eres t¨²? Tenemos que vernos est¨¢ entre la confesi¨®n y una suerte de inventario, pero la autora no medita tanto sobre las cosas que van mal en una pareja, sino sobre c¨®mo van las cosas que van. Tena ha tomado la decisi¨®n de observar esos sucesos cotidianos, gozosos a veces, sin sorpresa casi siempre, no con el ¨¢nimo de desmenuzarlos y preguntar por qu¨¦, sino que para que consten en acta. La autora ha escrito sobre las cosas sencillas que determinan una vida. Y lo ha contado bien.
TENEMOS QUE VERNOS
Mar¨ªa Tena. Anagrama. Barcelona, 2003. 178 p¨¢ginas. 12 euros
El lector sabe que lo que se le va a contar no es nada nuevo: amor que agoniza, pasi¨®n que crece, adolescencia muda, la insulsa y c¨®moda monoton¨ªa de las cosas en su sitio; pero pasan las p¨¢ginas y a quien lee lo atrapa una narraci¨®n agridulce donde los matices hay que buscarlos en el tono siempre sosegado del dolor en las imperceptibles batallas perdidas.
?sta es una novela melanc¨®lica, pero tambi¨¦n es una tragedia en el sentido cotidiano de la existencia, pues cuando la armon¨ªa de la burbuja elaborada y confortable ni se abandona ni se pierde sino que es arrebatada, cuando el espacio donde uno decide germinar, crecer y envejecer es violentado por extra?os, cuando "all¨ª dentro" las cosas siguen sucediendo sin nosotros, cuando sucede eso, otra vez se repite la expulsi¨®n del para¨ªso. Porque para el amor que desaparece hay remedio, pero para las cosas peque?as que se dejan atr¨¢s, no. Nada sustituye paseos repetidos e insignificantes a un rinc¨®n del jard¨ªn donde hay una planta que nos debe la existencia. De eso se habla tambi¨¦n en Tenemos que vernos.
El lector sabe desde la primera p¨¢gina del agua mansa y transparente que navega, pero tambi¨¦n del remolino que puede deparar una corriente en calma. Por eso, el simple merodeador, quien lee, persiste p¨¢gina tras p¨¢gina hasta convertirse en acompa?ante de la protagonista en su descubrimiento de la traici¨®n. Otra vez: Tenemos que vernos es una novela sobre gozos y sombras de las complejas cosas sencillas. Y est¨¢ bien contada.
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