Las casas baratas
Es cada vez m¨¢s dif¨ªcil saborear en la Girona antigua una de las pocas delicias que la vida provinciana ofrece: pasear en soledad por calles ensimismadas como hac¨ªa Giorgio Bassani por la dulce Ferrara en sus "passeggiate prima di cena". La ensimismada Girona desaparece, transformada en un bello escenario hist¨®rico. Se da por supuesta la bondad del cambio: las piedras se maquillan, los visitantes se enamoran de ellas y el dinero corre. A los naturales del lugar que ten¨ªan la anticuada costumbre del paseo vespertino no les queda otra opci¨®n que perderse en los barrios de menor pedigr¨ª. En el de Sant Narc¨ªs, por ejemplo, que, adem¨¢s, est¨¢ de aniversario. Ha cumplido 50 a?os.
Ciertamente, 50 a?os no son nada en una ciudad que tiene m¨¢s de 2.000. Sucede que todos los barrios de Girona, excepto el original, son modernos. A causa de los asedios que la diezmaron repetidamente, Girona estuvo largos siglos encerrada en su claustro amurallado. Incluso la industrializaci¨®n, que en tantas zonas de Catalu?a arranc¨® precozmente, tuvo en Girona un comienzo l¨¢nguido. Hasta las grandes migraciones de la d¨¦cada de 1960, la ciudad no empez¨® a colonizar los campos y las huertas del mediod¨ªa. Tal como mandaban los c¨¢nones, el nuevo urbanismo se hizo con extrema avaricia y fealdad. S¨®lo el de Sant Narc¨ªs emergi¨® con cierto encanto. Es un barrio agradable que TV-3 populariz¨® en la serie Secrets de fam¨ªlia, con gui¨®n de Maria Merc¨¨ Roca. Fue construido por el arquitecto Ignasi Bosch Reitg siguiendo las pautas de lo que se dio en llamar "casas baratas".
El barrio de Sant Narc¨ªs de Girona ha cumplido 50 a?os. Popularizado por la serie 'Secrets de fam¨ªlia', mantiene su encanto, pero parece vac¨ªo
El t¨¦rmino casas baratas procede, seg¨²n cuenta Rosa M. Fragell (UdG), del concepto de ciudad jard¨ªn (acu?ado en el siglo XIX por el socialismo ut¨®pico ingl¨¦s). En 1911 exist¨ªa ya una ley espa?ola que las promov¨ªa. Corrientes ideol¨®gicas muy diversas las reclamaron, en aquel entonces, como soluci¨®n a los tremendos problemas de vivienda de las clases populares que la industrializaci¨®n hacinaba en rincones insalubres. El ideal cristaliz¨® en la f¨®rmula de la caseta i l'hortet, popularizada por Maci¨¤, y fue retomada por los tecn¨®cratas falangistas que promovieron barrios nuevos en toda Espa?a con las mismas caracter¨ªsticas: casitas unifamiliares de una o diversas plantas, con jardincito propio, realizadas con materiales pobres en un marco urbano de baja densidad y con espacios verdes comunes.
A esta descripci¨®n responde el barrio de Sant Narc¨ªs de Girona, que hoy visito en compa?¨ªa del economista Manel Serra. Manel tiene los mismos a?os que el barrio y ha escrito un precioso texto para acompa?ar una colecci¨®n de fotograf¨ªas de los primeros a?os de Sant Narc¨ªs, publicada recientemente. Con los ojos del ni?o que fue, cuenta Manel la vida dom¨¦stica del barrio que entonces estaba, literalmente, en el quinto pino, y que ahora, a dos pasos ya del centro moderno, respira con dificultad, presionado por los bloques levantados en los fe¨ªsimos a?os setenta. Los campos de labranza, los m¨¢rgenes del r¨ªo G¨¹ell, algunas mas¨ªas, la vaquer¨ªa y los enormes dep¨®sitos y hangares de Campsa conformaban el paisaje. Separado de la ciudad por las l¨ªneas f¨¦rreas, Sant Narc¨ªs fue un mundo aparte, de arquitectura humilde y racionalista, en el que lo rural se mezclaba con lo industrial. El texto que ha escrito Manel Serra es un Cu¨¦ntame a la catalana. En los primeros a?os de aquel barrio, en el que se mezclaron las clases obrera y media, el papa Juan XXIII muri¨® en la tele del Hogar del Productor (hoy centro c¨ªvico), la misma tele que daba la serie Rintint¨ªn y el festival de Eurovisi¨®n. Todas las familias eran numerosas (el r¨¦cord: los 17 hermanos Casanova), y la escuela con estufa de pi?ones de la maestra Reparada Camps no daba abasto. Pronto llegaron las dominicas y se mezclaron con las gallinas de una casa de pay¨¦s. En la parroquia se agruparon los escoltes. Al salir de clase, empezaban las peleas, o se constru¨ªan caba?as en los m¨¢rgenes del torrente (corr¨ªan las ratas, gordas como conejos), o se jugaban al b¨¨lit (una especie de b¨¦isbol local). Fatigados, descansaban, fumando los primeros Bisonte, en la plaza porticada junto al estanque de peces de colores.
Manel recuerda los apellidos de los que viv¨ªan en cada casa. Aqu¨ª los hijos del m¨¦dico Maci¨¤, all¨ª los Camps, m¨¢s all¨¢ los Barba, los Curbet, los Oliver Alonso. Observo algunos detalles cer¨¢micos, t¨ªpicamente noucentistes, que decoran las sencillas casas. El arquitecto Bosch conect¨® incluso est¨¦ticamente el ideal de la caseta i l'hortet con la Obra Sindical del Hogar. Curioso personaje este arquitecto. Amenazado de muerte durante la guerra por ser cat¨®lico de Uni¨® y posteriormente depurado por Franco por catalanista, encontr¨® empleo, gracias a una casual amistad con un gerifalte, en los sindicatos franquistas. Desde all¨ª se enfrent¨® a los caciques locales (alcalde incluido), que se opon¨ªan a la construcci¨®n del barrio por razones especulativas, y logr¨® el apoyo de diversos tecn¨®cratas de Madrid.
Sant Narc¨ªs mantiene su encanto, pero parece vac¨ªo. Encontramos algunos amigos de la quinta de Manel. Hablan de la infancia perdida. Viejecitas de pelo c¨¢ndido cuidan amorosamente de las rosas. La primavera perfuma las blancas calles ajardinadas. En el centro c¨ªvico, me entero de las infinitas actividades que efect¨²a la gente mayor. ?Pero d¨®nde est¨¢n los ni?os de anta?o? Junto al estanque, ya sin peces, un inquietante grupo de j¨®venes rapados. Cerca del r¨ªo, hombres adustos atados a perros de colmillo feroz. Encontramos, finalmente, algunos ni?os cerca de la antigua escuela profesional. No juegan en grupo, sino en grupitos raciales. Cada cual con su bal¨®n. El de piel canela lleva la camiseta del Bar?a. Tres j¨®venes de color de antracita, saludan a una anciana. Sentada bajo un cerezo en flor, la mujer, que tiene Parkinson o algo parecido, tiembla, con la mirada ausente, encerrada en su ¨ªnfimo jard¨ªn.
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