El museo imaginario
Escribo este art¨ªculo el D¨ªa Internacional de los Museos, una jornada de puertas abiertas que quiere fomentar la participaci¨®n de la sociedad civil en el entorno de los museos a trav¨¦s de la gratuidad, algo que muchos museos nacionales europeos ya llevan planteando desde hace tiempo. Quisiera, por tanto, participar en esta iniciativa invitando al p¨²blico local a una singular y virtual visita al museo sin que suene a servicio tur¨ªstico, tan en boga en esta ciudad amurallada.
Hay muchas maneras de entrar en un museo. Gomez de la Serna hizo la humorada de recorrer las salas vac¨ªas del Prado a la luz de una farola. Malraux nos dio la idea del museo como espacio imaginario donde la experiencia art¨ªstica se busca siempre por ausencia. Jean Luc Godard hizo correr a sus personajes de Bande ¨¤ part por el Louvre recopilando el museo con un barrido de c¨¢mara. Marcel Broodthaers y Christian Boltanski, entre otros artistas, han hecho obra de la instituci¨®n muse¨ªstica y su destino expo. Cada uno de estos creadores ha querido apropiarse del museo y reinventarlo en buena parte porque es tambi¨¦n su resguardo como artista. Pero ning¨²n viaje tan alucin¨®geno como el del cineasta ruso Alexandr Sokurov por el Ermitage de San Petersburgo en la pel¨ªcula El arca rusa, reconocida un¨¢nimamente en el pasado Festival de Cannes y que ahora se estrena en nuestro pa¨ªs. Una apasionante y arriesgada traves¨ªa sensorial que sobrepasa todo lo que se ha podido ver hasta ahora a trav¨¦s de las im¨¢genes.
Los prop¨®sitos de Alexandr Sokurov, uno de los creadores m¨¢s extra?os y fascinantes del cine contempor¨¢neo, rozan la desmesura. Se trata de rodar de forma ininterrumpida con una c¨¢mara digital el interior del Museo del Ermitage y sus obras de arte. Un trabajo experimental compuesto de un solo y ¨²nico plano secuencia de 96 minutos y 1.300 metros de travelling que recorre la steedy camp del alem¨¢n Tilman B¨¹ttner, con una c¨¢mara compacta de alta definici¨®n que registra sobre un sistema de disco duro capaz de almacenar hasta 100 minutos de imagen (cosa impensable en un soporte de 35mm). El dispositivo t¨¦cnico podr¨ªa resultar mareante y est¨¦ticamente irrespirable, pero se convierte en un ceremonial lit¨²rgico que busca un cierto estado de receptividad del espectador. Este hombre no es un titiritero manierista; si acaso un cham¨¢n que coloca al espectador en estado de trance.
Pero si la ambici¨®n formal de El arca rusa es una verdadera performance, no es menor la desmesura de su ideario: la fluidez de la c¨¢mara se adentra por las estancias del museo como si penetrara en el laberinto de la historia entre los esplendores y los fastos de la vida imperial rusa. Un ¨¢lbum de im¨¢genes en el que cada p¨¢gina ser¨ªa como una puerta franqueada a diferentes ¨¦pocas del pasado -Pedro el Grande, Catalina II, Nicol¨¢s I, la Segunda Guerra Mundial...- , cada una de las cuales constituye un sue?o art¨ªstico antes de disiparse. Solo la Revoluci¨®n de l9l7 falta a la cita, tal vez porque para Sokurov es una causa infilmable, a pesar de que sus ecos circulan por las lujosas estancias del antiguo Palacio de Invierno ocupado por los bolcheviques. De modo que esa visita al Museo del Ermitage se transforma en un remonte on¨ªrico por los 300 a?os de vida de San Petersburgo, la ciudad arist¨®crata levantada sobre los muelles del Neva. Y a la vez una circunvalaci¨®n por ese vientre inmenso que es la madre Rusia confrontada con sus propios fantasmas.
Cualquier escr¨²pulo ideol¨®gico ante este ¨¢lbum de im¨¢genes parece fuera de juego. Justamente porque para Sokurov la historia reciente tiene algo de patolog¨ªa y mucho de declive civilizatorio, lo que explicar¨ªa su inter¨¦s f¨ªlmico por dos figuras monstruosas de la historia, como Hitler (Moloch, l999) y Lenin (Taurus, 2000). En los mejores cineastas rusos contempor¨¢neos resuenan ecos religiosos, de a?oranza de un pasado arist¨®crata, de restauraci¨®n y no de revoluci¨®n (en l¨ªnea con una pel¨ªcula como La inglesa y el duque, de Eric Rohmer, que maldec¨ªa la Revoluci¨®n Francesa y el Siglo de las Luces combinando la tecnolog¨ªa con la imaginer¨ªa m¨¢s na?f). Al final el criterio pol¨ªtico tiene el mismo bar¨®metro que la idea f¨ªlmica: pertenece al cine la posibilidad de restaurar la edad de oro del zarismo en el doble sentido muse¨ªstico y elegiaco. El pasado no existe m¨¢s que en las operaciones de un presente reminiscente que permite que las figuras hist¨®ricas se muevan como mutantes gen¨¦ticos y las estatuas nos inquieten desde el fondo de su misterio.
Para esa visita espectral por las 30 salas del Ermitage, Sokurov busca un gu¨ªa excepcional, un mon¨¢rquico franc¨¦s del XIX (interpretado por el actor Sergu¨¦i Dreiden) que nos acompa?a en el paseo on¨ªrico por este laberinto art¨ªstico tan barroco y lujurioso como los salones de Marienbad. Se dir¨ªa que se trata de un vampiro, de un revenant que observa el esplendor de una ciudad vac¨ªa antes de perderse entre los cortesanos e invitados del lujoso baile imperial de l913 organizado por el zar Nicol¨¢s I en los salones del vest¨ªbulo del Ermitage. Una extraordinaria deambulaci¨®n f¨ªlmica entre centenares de figurantes que reviven el esplendor fantasmag¨®rico de esta arca rusa convertida en un m¨¢gico Finis Terrae.
En la jornada de puertas abiertas de los museos interesada en capturar a un p¨²blico fiel y convertirlo en usuario de sus instalaciones, he querido incitarles a visitar "un lugar mental, ambiente sin lugar y mundo fuera del mundo", como se?alaba Blanchot a prop¨®sito del Museo Imaginario de Malraux. Y me doy cuenta de que no he hecho otra cosa que invitarles a una poderos¨ªsima historia de fantasmas como el propio cine.
Dom¨¨nec Font es profesor de Comunicaci¨®n Audiovisual de la Universidad Pompeu Fabra.
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