Pilar L¨®pez y El G¨¹ito: arte con humor
45 a?os despu¨¦s, la maestra de bailaores recibe otra vez a su "ni?o" en su casa-museo
Puntual y con ese porte de rey gitano que aumenta un palmo su estatura de figura, el bailaor Eduardo Serrano El G¨¹ito espera frente a la puerta de la casa madrile?a donde vive Pilar L¨®pez, de 92 a?os, muy recuperada ya de "una peritonitis por buler¨ªas", r¨¢pida de cabeza y afilada de lengua y humor como siempre. "D¨ªgale que est¨¢ aqu¨ª su hijo", dice El G¨¹ito al portero, y dos minutos despu¨¦s, la maestra de la mejor generaci¨®n de bailaores del siglo XX (V¨¦lez, Gades, Mario Maya, Alejandro Vega...) se come a besos a su ni?o: "?C¨®mo has crecido!".
Luego, recordando viejos tiempos, se tratan de usted. El G¨¹ito acaba de dedicar su nuevo espect¨¢culo, Mis recuerdos, a Do?a Pilar, el teatro Alb¨¦niz se ha venido abajo con los dos, y ella, emocionada y risue?a, recibe a su alumno otra vez en la misma casa donde hace 45 a?os empez¨® a ense?arle a bailar y a vivir.
Pilar L¨®pez: "Quiz¨¢ lo mejor que tuve es que no le quitaba la personalidad al artista"
"Pilar me llamaba 'el ni?o' porque yo era el peque?o en todos los sentidos", recuerda El G¨¹ito. "Yo ten¨ªa 14 a?os, y ella me hab¨ªa ido a ver a la academia de Antonio Mar¨ªn con el doctor Barros, Pepe Caballero Bonald y Alfredo Ma?as, el guionista de Los Tarantos. En el ballet estaban ya Gades y Mario Maya, pero ellos de figuras, a punto de irse a la mili. Y all¨ª nos ense?¨® todo lo que sabemos: la puntualidad, la colocaci¨®n, a mover los brazos, a colocar el cuerpo, a vestirnos, lo que era un escenario y lo que era una coreograf¨ªa... O sea, lo que es bailar en hombre".
Despacio y sin dejar de hablar, la anfitriona donostiarra va ense?ando los incontables salones de esta casa-tesoro que contiene la historia gr¨¢fica, vivida y bailada del mejor siglo XX espa?ol. Hay literatura, arte, poes¨ªa, toreo, ¨¦xito, cante, muerte, el 27, y las fotos apenas caben en las paredes.
Hay fotos de Las calles de C¨¢diz, el m¨ªtico espect¨¢culo que dirigi¨® la hermana de Pilar, Encarnaci¨®n, La Argentinita: ah¨ª est¨¢n dos gloriosas bailaoras, La Malena y La Macarrona, con el mayor embustero de C¨¢diz, Ignacio Espeleta, vestido de zapatero. En la misma pared, Dal¨ª (dise?ador del escenario de El amor brujo), Antonio Ord¨®?ez, Nureyev, la Ni?a de los Peines y, en fin, Franco poni¨¦ndole a Pilar una medalla... En el pasillo hay cuadros de Viola y Neville. Y sobre una mesilla, una primera edici¨®n de Velado desvelo, de Bergam¨ªn. La biblioteca entera del poeta y ganadero del 27, Fernando Villal¨®n, descansa frente a una gran foto del que fuera compa?ero de Encarna, el torero lorquiano y calvo Ignacio S¨¢nchez Mej¨ªas, mirando al tendido, una semana antes de morir en Manzanares, con un toraco de 700 kilos a los pies.
Debajo hay una foto de la perrita del matador, Marquita. "Ignacio la quer¨ªa mucho", explica L¨®pez; "el d¨ªa que la mat¨® un cami¨®n no par¨® de llorar. Hasta que escribi¨® esto detr¨¢s: 'A mi querido due?o Ignacio, por sus infinitas atenciones, Marquita". El G¨¹ito se parte de risa y aqu¨ª est¨¢ ya el piano en el que Lorca compuso y toc¨® las canciones populares para La Argentinita. Do?a Pilar se sienta y habla de su p¨¢nico al avi¨®n ("¨ªbamos a Jap¨®n y a Argentina en barco, tan ricamente: el viaje a Tokio duraba 33 d¨ªas") y de los principios de El G¨¹ito: bailaba sardanas, mu?eiras y jotas. "Hab¨ªa que apayarlo un poco, no le ven¨ªa mal".
Y despu¨¦s, este di¨¢logo.
El G¨¹ito. ?Ha visto bailar a Farruquito, Pilar, qu¨¦ maravilla?
Pilar L¨®pez. S¨ª, una monada. S¨¦ que le han hecho cr¨ªticas muy buenas en Nueva York Y es triste: muchas veces se enteran m¨¢s fuera que aqu¨ª. La ¨²ltima vez que vi a Farruco, su abuelo, en Col¨®n, era precioso ver el escenario: ni un micr¨®fono ni un caj¨®n. ?sa era su bendici¨®n y su talento.
G. Yo nunca llevo caj¨®n. S¨®lo un viol¨ªn, pero poco, cuando hace falta. En la farruca queda bonito.
P. L. Un toque est¨¢ bien, ?pero toda la santa noche...! Es como cuando te ponen un mu?equito con el solomillo. Tiene cierta gracia, pero si te lo ponen en la sopa, en el lenguado, en el postre, ?eso ya no hay qui¨¦n lo aguante!
G. Es que el flamenco de ahora est¨¢ como la vida. En 30 a?os se ha acelerado todo mucho, vamos todos como locos, atacaos, nerviosos, y el baile igual. Salen y enseguida est¨¢n d¨¢ndole a los pies, tacatacat¨¢, una velocidad tremenda.
P. L. Como si fueran a coger un Ave que se va. Yo a veces me pregunto si las coreograf¨ªas ahora las hace la ETA, son tan violentas... Confunden el temperamento con la violencia.
G. Bailan muy bien, pero se olvidan de los brazos, de la cabeza, de escuchar, salen despacio y al minuto, zas, la metralleta. ?Acaba de quitarte las pulgas ya y empieza a bailar, hombre!
P. L. S¨ª, est¨¢n muy fuertes y abusan de la fuerza. Preparados, como nunca, pero mal.
G. ?Y hay que ver qu¨¦ resistencia, el tiempo que aguantan!
P. L. Es que toman vitaminas, pero el baile, m¨¢s que fuerza, es un conjunto. Hay que ver, escuchar, salir bien vestido, porque el escenario te examina, y si sales mal vestido, te predispone en contra. Hay un canon de elegancia, est¨¦tica y autenticidad que hay que respetar. ?Qui¨¦n ha visto a un torero salir a torear en pijama?
Pregunta. ?Y cu¨¢l ha sido su mejor virtud como maestra?
P. L. El ojo cl¨ªnico. Al ver venir a un joven he visto el valor que ten¨ªa, cosas que otros no ve¨ªan. Me pas¨® con Alejandro Vega. En Barcelona dec¨ªan: "?D¨®nde vas con ese cigarr¨®n de pies grandes?". En un a?o lo pul¨ª, y hac¨ªa ese taconeo de reposo, para despu¨¦s del Ave, que era una maravilla. Usted tambi¨¦n lo tiene, Eduardo.
G. Para bailar de pareja era el mejor, c¨®mo adornaba.
P. L. El partenaire se acab¨®.
G. Salen los dos juntos y es como si no se conocieran.
P. L. Pero pens¨¢ndolo bien, quiz¨¢ lo mejor que tuve yo es que no le quitaba la personalidad al artista. Usted tiene un sello personal en todo, un baile que si se ve una vez no se olvida.
G. Es que usted nos dio peso, esa presencia que tenemos todos los que estuvimos en su ballet. Y a todos nos daba su sitio. Yo al principio daba tantas piruetas como Gades, hasta que un d¨ªa usted me cogi¨® aparte y me dijo: "Usted no necesita dar piruetas. Usted d¨¦ una vuelta flamenca y ya est¨¢".
P. L. Esos peque?os detalles a los que nadie les da importancia son, seguramente, lo m¨¢s importante. ?No, hijo?
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