La memoria del baile
Es una de las grandes bailaoras del siglo XX. Ha creado escuela como core¨®grafa y maestra. En esta entrevista habla de Dal¨ª, Lorca, La Argentinita, S¨¢nchez Mej¨ªas? Inflexible con los recuerdos, lo es tambi¨¦n con una forma de bailar que se practica poco. Toda una leyenda viva
Durante muchas semanas de los primeros a?os cuarenta del siglo XX, en la cartelera de Nueva York llegaron a coincidir tres grandes compa?¨ªas de baile flamenco. Antonio y Rosario triunfaban en el Carnegie Hall; Carmen Amaya incendiaba cada madrugada una sala de fiestas de Broadway mientras de d¨ªa su troupe gitana asaba sardinas en los jergones del Waldorf Astoria y ella les compraba a sus primas diamantes en Tiffany's y visones en Madison Avenue. Y Encarnaci¨®n L¨®pez J¨²lvez, La Argentinita, y su hermana Pilar asombraban en el Metropolitan con El Caf¨¦ de Chinitas, s¨ªntesis de baile espa?ol y flamenco con escenograf¨ªa de Dal¨ª y canciones de Lorca, y al acabar se iban a dormir a los dos lujosos apartamentos que ten¨ªan alquilados en la Quinta Avenida.
Mientras Espa?a contaba su mill¨®n de muertos y fusilaba a algunos miles m¨¢s de vencidos, mientras Europa se desangraba en la guerra contra Hitler, Manhattan parec¨ªa Jerez.
Probablemente la ¨²nica leyenda viva de aquel tiempo legendario que acabar¨ªa por ser el ¨²ltimo fogonazo de aquel milagro cultural que hab¨ªan sido los a?os veinte y treinta espa?oles, la llamada Edad de Plata, es Pilar L¨®pez.
Bailaora, bailarina y core¨®grafa, maestra de la mejor generaci¨®n de bailaores de la historia (Antonio Gades, Mario Maya, El G¨¹ito?), Pilar L¨®pez mantiene a los noventa y pico a?os (se niega as¨ª a confirmar el pico: "?Usted qu¨¦ es, polic¨ªa o periodista?") una ins¨®lita capacidad para recordar hechos y nombres, un criterio de hierro a la hora de analizar el arte actual, una agilidad y una gracia ¨²nicas para contar an¨¦cdotas y detectar tanto el duende como su contrario, la banalidad.
Como la reina que pule su corona con la tranquilidad de haberlo hecho todo por la causa, do?a Pilar vive todav¨ªa en la gigantesca y anacr¨®nica casa-museo-estudio-palacio de la calle del General Arrando, de Madrid. La casa m¨ªtica que fue adquirida por su hermana Encarnaci¨®n en los a?os veinte gracias a contratos fabulosos como el que firm¨® con el empresario Camp¨²a (100.000 pesetas de aquel tiempo por actuar en el Maravillas).
La Argentinita y Pilar tuvieron que abandonarla al poco de empezar la guerra, cuando huyeron desde Madrid hasta Alicante y luego hasta Or¨¢n en barco. Iban con el marido de Pilar, Tom¨¢s R¨ªos, un m¨²sico cubano que hab¨ªa llegado a Espa?a con la orquesta de Ernesto Lecuona. Se ha dicho que un peri¨®dico socialista acus¨® a La Argentinita de no haber querido actuar ante unos milicianos y que eso las oblig¨® a huir de Madrid. Pilar L¨®pez niega que fuera verdad. "De hecho, trabajamos mucho en los espect¨¢culos para milicianos. Nos recog¨ªan todas las tardes en un coche, vestidas de volantes, y nos iban llevando a los teatros. Hicimos muchas actuaciones. Catalina B¨¢rcena recitaba un poema, luego nosotras hac¨ªamos un bailecito, sal¨ªa Luis Esteso, otro que tocaba el viol¨ªn, o¨ªamos todos en el escenario La Internacional y nos llevaban en el mismo coche a otro teatro. Y al d¨ªa siguiente, otra vez lo mismo".
"Lo que pas¨® es que Encarnaci¨®n era muy lista y sab¨ªa que est¨¢bamos vendidas", a?ade L¨®pez tirando del hilo de la memoria. "Si uno no te quer¨ªa bien, o te ten¨ªa envidia, y te denunciaba, ven¨ªan a tu casa de noche y te llevaban de la oreja".
Ni?a prodigio, bailaora, bailarina, cupletista, core¨®grafa, cantante y folclorista de fama mundial, La Argentinita se llamaba as¨ª porque hab¨ªa nacido en Buenos Aires en 1898, por azar. As¨ª que ten¨ªa pasaporte argentino. "Hab¨ªamos hecho una tourn¨¦e por Argentina y M¨¦xico de 14 meses, y all¨ª tomamos el barco de vuelta. Santander estaba muy raro, muy cambiado, se masticaba algo... Llegamos a Madrid el 9 de julio del 36. Cuando estall¨® la guerra, para evitar problemas, Encarna se fue a la Embajada argentina y el embajador le ofreci¨® una bandera y la doble nacionalidad. Pusimos la bandera en la ventana de casa".
"Los amigos dec¨ªan 'esto dura una semana', pero Encarna sab¨ªa que no". Ya hab¨ªan matado a su amigo Federico Garc¨ªa Lorca, con quien Encarna grab¨® al piano (que hoy a¨²n preside el sal¨®n de su casa madrile?a) las canciones populares que adapt¨® el poeta. "En julio, ¨¦l la llam¨® por tel¨¦fono para decirle que quer¨ªa leerle su ¨²ltima obra, La casa de Bernarda Alba. Vino a casa y nos la ley¨®. Encarna estaba entusiasmada. Pero ya no le vimos m¨¢s? Cuando las cosas se pusieron feas de verdad, y empez¨® a haber hambre, ser¨ªa septiembre u octubre. Entonces mi hermana escribi¨® a un manager de Or¨¢n para pedirle que arreglara una actuaci¨®n, cogimos cuatro trajes y nos fuimos".
"En Alicante esperamos varios d¨ªas a coger el barco. Un d¨ªa, en el puerto, los milicianos estaban mirando en nuestros ba¨²les. Eran muy simp¨¢ticos y empezaron a sacar los trajes para verlos, y algunas fotos para que se las firmara Encarna. Hab¨ªa un t¨ªo muy raro en una esquina que no hac¨ªa m¨¢s que mirar; era como de pel¨ªcula, muy teatral, y de repente se acerc¨® y le dice: '?A que no pone usted: viva la revoluci¨®n?'. Encarna le dijo: 'No, voy a poner: viva el baile; es de lo que
entiendo".
Las hermanas pasaron un par de meses en Or¨¢n. "La guerra segu¨ªa y ya no hab¨ªa forma de volver. As¨ª que nos fuimos a Par¨ªs. Yo me cas¨¦ con Tom¨¢s y actuamos unos d¨ªas en la sala Pleyel. Nos vio un manager de Nueva York, nos pidi¨® una audici¨®n, le pareci¨® bien, y nos hizo un contrato de tres meses con derecho a pr¨®rroga por una temporada m¨¢s. Nos tiramos seis a?os".
Un par de a?os antes, en 1934, el torero Ignacio S¨¢nchez Mej¨ªas hab¨ªa muerto en Madrid tras ser corneado por un toro en la plaza de Manzanares. Encarnaci¨®n, que hab¨ªa sido el gran amor de S¨¢nchez Mej¨ªas, decidi¨® abandonar Espa?a tras aquel suceso que inspir¨® uno de los m¨¢s grandes poemas de Lorca, el Llanto por la muerte de Ignacio S¨¢nchez Mej¨ªas, que dedic¨® a La Argentinita ("?Que no quiero verla! / Dile a la luna que venga, / que no quiero ver la sangre / de Ignacio sobre la arena").
"Cuando Ignacio muri¨®, Encarna estaba destrozada. Llam¨® a su amiga Lola Membrives, porque su marido, Reforzo, era el empresario del teatro Col¨®n de Buenos Aires, y le pidi¨® que nos llevara a hacer unos recitales all¨ª. Encarna s¨®lo quer¨ªa marcharse? Ella ya hab¨ªa hecho aqu¨ª su revoluci¨®n".
Pilar L¨®pez se refiere a la revoluci¨®n art¨ªstica que supuso el espect¨¢culo Las calles de C¨¢diz, que se estren¨® en el Teatro Espa?ol en 1933 y era una recreaci¨®n de la vida flamenca en la Tacita de Plata. Lo escribi¨®, lo dirigi¨® y lo produjo S¨¢nchez Mej¨ªas. "Cuando decidi¨® irse me dijo que qu¨¦ quer¨ªa hacer yo. Yo ten¨ªa novio y hab¨ªa debutado en Las calles de C¨¢diz con un ¨¦xito fenomenal y muy buenas cr¨ªticas. Pero se muere Ignacio y ella me dice: 'Yo me voy. ?T¨² qu¨¦ quieres hacer?'. Sab¨ªa que estaba ilusionada con Tom¨¢s, que hab¨ªa cogido mucha velocidad, hab¨ªa hecho tres o cuatro conciertos en el teatro de la Comedia... Pero yo la adoraba, y la ve¨ªa tan hecha polvo que le dije: 'Me voy contigo donde t¨² vayas".
Tras seis a?os de ¨¦xito, Encarna muri¨® en Nueva York el 24 de septiembre de 1945. Pilar L¨®pez volvi¨® a casa con sus restos en la Navidad de ese mismo a?o. Su hermana y ella vivieron all¨ª los mayores triunfos de sus carreras. El regreso fue trist¨ªsimo. La Argentinita hab¨ªa muerto a consecuencia de un tumor que no se quiso operar para no dejar de actuar. Pilar la enterr¨® en Espa?a y dej¨® de bailar durante m¨¢s de un a?o. Luego regres¨® a las tablas, y bail¨® por todo el mundo y ense?¨® baile en el estudio de su casa sin parar hasta 1977.
Ahora son las ocho de la tarde de un d¨ªa de septiembre de 2006. Pilar L¨®pez responde al tel¨¦fono en persona. Est¨¢ encantadora y l¨²cida, pero se niega en redondo a ser visitada y fotografiada (la coqueter¨ªa no caduca). Y menos todav¨ªa para hacer una entrevista.
"Si es que ya he hablado demasiado, ya no quiero hablar m¨¢s. ?Para qu¨¦?", dice. "Ahora hay una ignorancia terrible; a veces me dan ganas de salir a la calle con una metralleta? El otro d¨ªa vi en un suplemento que en Hollywood han hecho una pel¨ªcula sobre Manolete. ?Pues muy bien! All¨ª estaba el actor (Adrien Brody) y, efectivamente, se parece bastante a Manolete. Pero muchas fotos y fechas hist¨®ricas estaban mal. Hab¨ªa una foto de Ignacio S¨¢nchez Mej¨ªas, esa famos¨ªsima en la que est¨¢ (?guap¨ª¨ª¨ªsimo!) con una mano en la cabeza y otra acariciando la frente del cad¨¢ver de Joselito. Y en el pie de foto pon¨ªa: 'Manolete yacente'. ?Qu¨¦ ignorancia! ?Era Joselito, hombre de Dios! ?Jos¨¦ G¨®mez Ortega, El Gallo!".
Como casi siempre, Pilar L¨®pez habla
de primera mano. El primer amor de su hermana fue precisamente Joselito, El Gallo. Fue un amor juvenil, plat¨®nico y amistoso; casi no lleg¨® a ser amor. El Gallo fue el matador n¨²mero uno de su tiempo, con permiso de Juan Belmonte. "?l y Encarna se ve¨ªan mucho en las ferias. Pamplona, Bilbao, Valencia? Pero tambi¨¦n en las temporadas americanas", recuerda Pilar L¨®pez. "Joselito era un hombre muy t¨ªmido, pero a una mujer no se le escapa si a un hombre le gustas o no. Encarna era muy joven. Yo creo que tuvieron una buena amistad, pero amores, no. ?l estaba loco por ella, pero no se declar¨® jam¨¢s. Durante un viaje a M¨¦xico, se dio cuenta de que tener un amor con Encarna y con mi padre al lado no pod¨ªa ser. Vio que hab¨ªa que ir a por uvas, pedir la mano. Y desde Am¨¦rica escribi¨® una carta a mi padre pidiendo su mano: 'Don F¨¦lix, tenemos que hablar. Tengo gran simpat¨ªa por Encarna, bla, bla'. Y el pobre vuelve a Espa?a, va a Talavera y lo mata un toro. Adi¨®s ilusi¨®n".
A Joselito le mat¨® un toro llamado Bailaor, en la plaza de Talavera, el 16 de mayo de 1920. En aquella corrida toreaba tambi¨¦n su cu?ado, Ignacio S¨¢nchez Mej¨ªas, que fue el encargado de dar muerte a Bailaor.
Hay que recordar que el amor de La Argentinita e Ignacio fue c¨¦lebre y muy pol¨¦mico, porque Ignacio estaba casado y ten¨ªa dos hijos con Lola, la hermana de El Gallo, que adem¨¢s de su cu?ado hab¨ªa sido su padrino de alternativa. "Fue un gran amor. Ahora Ignacio se hubiera divorciado, pero entonces no se pod¨ªa. Era un hombre que no ten¨ªa nada que ver con su mujer, ni en gustos ni en nada. Lola era una gitana guapa sin otra cosa. Se enamor¨® mucho de Encarna y la fatalidad fue ¨¦sa, que estaba casado".
Se hab¨ªan enamorado en M¨¦xico en 1923. De vuelta a Madrid, ¨¦l viv¨ªa en el hotel Palace, pero visitaba a Encarna en la casa del General Arrando (las paredes todav¨ªa est¨¢n llenas de fotos suyas).
A Pilar L¨®pez no le gusta mucho hablar de eso, pero el romance dur¨® hasta que S¨¢nchez Mej¨ªas se enamor¨® de la francesa Marcelle Auclair, a la que conoci¨® en casa del poeta Jorge Guill¨¦n. Lorca pens¨® que La Argentinita los mataba a los dos. "Matarlos, no. Encarna era una mujer muy entera, no era de crimen pasional".
El romance hab¨ªa sido espectacularmente fruct¨ªfero. Para ellos tres, y para la Edad de Plata. Entre otras cosas, el torero financi¨® el viaje fundacional de la generaci¨®n del 27 a Sevilla, y congreg¨® en torno a Las calles de C¨¢diz la m¨²sica de Lorca (canciones como Los Pelegrinitos, ?Anda jaleo! o El Caf¨¦ de Chinitas) y de Manuel de Falla, la coreograf¨ªa de Encarnaci¨®n L¨®pez, el deb¨² art¨ªstico de Pilar L¨®pez y el arte de monstruos gaditanos de la talla de las bailaoras La Malena y La Macarrona, o el cantaor Ignacio Ezpeleta, aquel genio que, cuando Lorca le pregunt¨® en qu¨¦ trabajaba, le dijo: "Yo, se?or, es que soy de C¨¢diz".
"Ezpeleta era el m¨¢s vago del mundo, pero tambi¨¦n el m¨¢s gracioso", recuerda L¨®pez. "Siempre iba despu¨¦s de comer a una plaza cerca de su casa. Se sentaba y echaba la siesta. Una vez hubo unas huelgas con obreros pidiendo la jornada de ocho horas. La polic¨ªa hizo una batida y en una de ¨¦sas, Ignacio, que era conocid¨ªsimo en C¨¢diz, acab¨® trincado y en comisar¨ªa. El inspector fue tomando declaraci¨®n uno a uno, y cuando llega a ¨¦l, le dice: 'Pero hombre, don Ignacio, ?de modo que usted tambi¨¦n las ocho horas?'. Ignacio: 'Pero ?qu¨¦ est¨¢ usted hablando? Yo, ni dos minutos".
El caso es que Pilar L¨®pez vivi¨® toda esa ¨¦poca, la protagoniz¨® incluso, la llor¨®, la goz¨® y la ri¨®, y ahora se indigna con estos periodistas modernos que "tienen muy poca verg¨¹enza y mucha caradura".
"Es que te ponen nerviosa. Un poco de documentaci¨®n, por favor, que vayan a aprender un poco. O, si no, que se vayan al carajo", truena. "Hay cosas que saben hasta los ni?os de teta y que se cuentan mal. Yo ya estoy fuera de combate, pero si ma?ana me hago directora de un ballet y no he visto bailar a Ana Pavlova y voy a decir que era contempor¨¢nea de La Macarrona, tendr¨¦ que documentarme antes, ?no? Con esta confusi¨®n que hay, si yo diera todas las entrevistas que me piden, tendr¨ªa que estar todo el d¨ªa mandando cartas de rectificaci¨®n?".
Claro, do?a Pilar. Y entonces, usted ?a qui¨¦n vio bailar? ?A Nijinski?
No tanto, no tanto. Vi a ese hombre maravilloso que era Rudolf Nureyev. Coincid¨ª con ¨¦l en Londres, en una gala, y tengo un retrato con ¨¦l. Era una cosa ben¨¦fica, un festival, y bail¨® all¨ª todo el mundo, 50 o 60 bailarines, y entre ellos, ¨¦l y yo. S¨®lo hac¨ªamos un baile cada uno, claro, y yo bail¨¦ mi Boda de Luis Alonso, que, aunque est¨¦ mal el decirlo?
Ja, ja.
?De qu¨¦ se r¨ªe?
De nada, de nada.
Bueno, pues, aunque est¨¦ mal decirlo: lo bailaba como los propios ¨¢ngeles. Y no s¨¦ qu¨¦ co?o es lo que pasaba que antes de terminarlo, como dos o tres minutos antes, la gente empez¨® a aplaudir y buuu, buuu, buuuu, se tiraron aplaudiendo hasta el final. Se conoce que esto debi¨® de asustarle,a Nureyev, porque ¨¦l todav¨ªa no hab¨ªa bailado, y vi que de pronto se met¨ªa a verme entre cajas. Y entonces, cuando acab¨¦ por fin y salud¨¦, ¨¦l vino hacia m¨ª, me dio la mano y me dijo: "Tr¨¨s bien, madame, tr¨¨s bien". Hab¨ªa all¨ª cientos de fot¨®grafos. Yo creo que se asust¨® de tantos aplausos.
?As¨ª que le aplaud¨ªan antes de terminar? ?Es que paraba la m¨²sica o algo?
No, no. ?No era un "viva Cartagena", eh! Yo siempre he sido anti eso, nunca me ha gustado el "viva Cartagena". No se paraba la m¨²sica ni nada. Yo segu¨ªa bailando. Completamente. Y no hac¨ªa desplantes ni nada. Nunca. Y lo gracioso es que no s¨®lo me aplaud¨ªan antes de terminarlo en Londres. Me pasaba tambi¨¦n en Valladolid. Y en Calasparra. En todas partes.
Pues ahora el desplante bailando se lleva mucho; algunos parecen domadores de circo reclamando aplausos.
S¨ª, ahora los bailaores paran setenta veces la m¨²sica para que la gente aplauda. Paran tantas veces, que cuando llega la vez 24 y se acaba el baile de verdad, la gente se queda tan tranquila porque ya no sabe si tiene que aplaudir o no.
?Eso es nuevo, baile moderno?
Eso es de ahora, s¨ª. Antes el baile s¨®lo se remataba cuando se acababa.
Sigue yendo a ver baile, ?no? ?Piensa ir a ver a Joaqu¨ªn Cort¨¦s?
No creo. Cort¨¦s empez¨® bailando muy bien; eso es lo lamentable. Pero yo no s¨¦ qu¨¦ pasa ahora que est¨¢n intoxicados, encocainizados de baile, y creen que bailar por derecho no puede ser. Y entonces le empiezan a dar a la fusi¨®n, que m¨¢s que una fusi¨®n es una infusi¨®n, un l¨ªo que no se entiende. Dicen que es una manera de comprender el baile, pero yo no lo veo. Me parece bien que digan que no vamos a hacer ahora lo mismo que hace 50 a?os, pero la misi¨®n de todos, del que baila, gobierna o hace churros, es mejorar eso, no empeorarlo. Si el churro nos gusta mucho, a ver qu¨¦ churro hace usted que est¨¦ m¨¢s rico que el otro churro. Si va a hacer una
porquer¨ªa, prefiero quedarme con el churro que me gusta. Invocan el progreso. Ni progreso ni nada. Hay que bailar por derecho y se acab¨®. Yo veo que los toreros tratan de mejorar lo anterior. Los mismos pases que daban Joselito y Belmonte los dan ahora. Que antes se arrimaban menos y ahora se arriman m¨¢s, estupendo. Pero empeorarlo, no. Y eso se aplica al baile, al f¨²tbol y a todo.
?De verdad no cree que nadie est¨¦ mejorando ahora el baile cl¨¢sico?
Bueno, hay un se?or que lleva una trayectoria parecida a la de Antonio Gades y Antonio Ruiz, que es Antonio M¨¢rquez. Pero hay una confusi¨®n ahora con la palabra bailar¨ªn. Una cosa es bailaor y otra bailar¨ªn. El bailaor s¨®lo debe atenerse a la guitarra y punto. El bailar¨ªn es un concepto m¨¢s amplio: debe conocer todo, todas las reglas, por decirlo as¨ª; tiene que saber bailar la escuela cl¨¢sica espa?ola, es decir, la escuela bolera, y conocer todos los bailes regionales de Espa?a: Asturias, Arag¨®n, Castilla, etc¨¦tera; y adem¨¢s de eso, debe saber tocar las casta?uelas, bailar con zapatillas y bailar bien flamenco. Eso era Antonio el bailar¨ªn y eso es Antonio M¨¢rquez, que baila muy bien y es muy normal, y tiene todas esas escuelas, y le puedes poner unas casta?uelas sin que pase nada.
Y en flamenco, ?qu¨¦?
Me gusta mucho El Pipa, y los Farrucos, aunque el ni?o se me hab¨ªa desquiciado ¨²ltimamente (el abuelo era pata negra, lo tuve yo en mi compa?¨ªa), y El G¨¹ito y Mario Maya (que tambi¨¦n puede tocar unas casta?uelas). Y entre las chicas hay una maravillosa aunque un poco conflictiva, que es Lola Greco. Quiz¨¢ es demasiado inquieta, picotea mucho, pero le luce mucho el baile; como dicen los ingleses, lo vende muy bien. Sabe lo que hace y traspasa. Como Antonio el bailar¨ªn, pasa la bater¨ªa.
?La bater¨ªa?
Hay gente que baila muy bien pero se queda en el escenario, que no sale de ah¨ª. La bater¨ªa son las candilejas. Hay gente que baila muy bien y otros que bailan muy bien y adem¨¢s llegan al p¨²blico, que tienen algo especial, un duende que les hace llegar m¨¢s. Pero veo que est¨¢ haci¨¦ndome la entrevista, ?no?
S¨ª, do?a Pilar. Pero si quiere, ma?ana voy a su casa.
?Ni se te ocurra venir que no te abro! Bueno, si quieres te cuento alguna cosa m¨¢s de El Caf¨¦ de Chinitas. Partimos de que el ¨²nico documento que tiene Garc¨ªa Lorca al piano son las canciones populares que le toc¨® a mi hermana. Los cuatro muleros, el ?Anda jaleo!, Los Pelegrinitos, todos esos romances. Desafortunadamente, ¨¦se es el ¨²nico documento sonoro que existe de Federico, que siempre los toc¨® en el piano de esta casa con Encarna, y los grabaron en discos. Despu¨¦s de aquello, esos romances los han tocado orquestas, como la de Filadelfia, o la de Chicago, los han tocado a violonchelo y a viol¨ªn, los han cantado 50.000 tiples, pero nunca acompa?ados por Lorca, claro. Encarna, no s¨¦ por qu¨¦, siempre prefiri¨® entre esos romances El Caf¨¦ de Chinitas, supongo que porque mi padre la llev¨® desde muy peque?a a los caf¨¦s cantantes, esos disparates que se hac¨ªan entonces. En los a?os treinta, los cantaba cuando hac¨ªamos recitales, pero ella estaba obsesionada con esa canci¨®n y siempre quiso ampliarla, hacer algo m¨¢s grande con ella.
Y esper¨® hasta Nueva York para hacerlo?
S¨ª, fue a?os m¨¢s tarde, en 1943. En Nueva York nos encontramos a Salvador Dal¨ª, que acababa de llegar con su mujer, Gala, de Par¨ªs. All¨ª estaba tambi¨¦n el marqu¨¦s de Cuevas, que era un gran mecenas de todo lo espa?ol y ayud¨® mucho a Dal¨ª, consigui¨¦ndole encargos para retratar a sus amigos ricos. Cuevas quer¨ªa mucho a Cagancho, el torero, y, por cierto, hay una an¨¦cdota muy graciosa, porque durante la guerra, cuando estaba Espa?a dividida en dos zonas, Cagancho fue desde M¨¦xico a Nueva York para ver al marqu¨¦s, y lleg¨® en barco con la cuadrilla, y fueron algunos periodistas al puerto a recibirlos, y uno de ellos le pregunt¨® a un banderillero que se llamaba Rojitas: "Ustedes los toreros, que son gente del pueblo, tan enraizada en el pueblo -venga arriba y abajo con el pueblo-, ?c¨®mo es posible que ustedes est¨¦n en el lado de Franco?". Y Rojitas dio una respuesta perfecta: "Pues nosotros estamos en el lado de Franco porque en el otro lado se comen los toros".
Ja, ja. ?Natural!
Claro, ?c¨®mo no se los iban a comer con el hambre que hab¨ªa? A eso no tienes que responder. Le das la mano y te vas. Los flamencos son as¨ª. No se puede decir m¨¢s con menos.
Pero est¨¢bamos con Dal¨ª retratando a los ricos neoyorquinos.
S¨ª, el marqu¨¦s adoraba Espa?a y estaba casado con una nieta de Rockefeller. Ten¨ªa una gran posici¨®n, ya te imaginas, y Dal¨ª empez¨® a hacer retratos y a ganar mucho dinero, l¨®gicamente. Yo no s¨¦ si mi hermana conoc¨ªa de antes a Dal¨ª, pero creo que no, porque no recuerdo haberle visto en esta casa, no creo que viniera nunca con Federico. Pero el caso es que un d¨ªa, el marqu¨¦s le dijo a Encarna: "Te voy a regalar un retrato de Dal¨ª". Y Encarna le dijo: "Preferir¨ªa un decorado".
Para hacer 'El Caf¨¦ de Chinitas' a lo grande.
Siempre lo llev¨® en la cabeza. Yo creo que se le qued¨® en el subconsciente ese amor a los caf¨¦s cantantes que hab¨ªa conocido, era casi una obsesi¨®n, y El Caf¨¦ de Chinitas era un caf¨¦ de M¨¢laga... As¨ª que Dal¨ª hizo un decorado maravilloso, pero, menos pintarlo con los pinceles, mi hermana le inspir¨® en todo. Dal¨ª estaba desambientado, no conoc¨ªa a Carmen Amaya y mi hermana lo llev¨® a conocerla, la vio bailar y se qued¨® alucinado, y luego hizo un decorado que es, ni m¨¢s ni menos, Carmen Amaya: una guitarra fenomenal al fondo, y del m¨¢stil salen dos brazos como si fuera un Cristo, dos brazos muy musculosos, como los de Carmen, y en vez de clavos, las manos tienen dos casta?uelas sangrando. La cabeza mira para abajo y el pelo est¨¢ tap¨¢ndole la cara.
?Y no pint¨® un tel¨®n tambi¨¦n?
Hizo un teloncito peque?o para cantar el romance que presentaba el caf¨¦. Era una puertita peque?a con un cartel que dec¨ªa "Caf¨¦ de Chinitas". La funci¨®n empezaba con Encarna cantando ese romance. Entonces sal¨ªa yo con el novio, ten¨ªamos una peque?a disputa y entr¨¢bamos los tres al caf¨¦ por la puertita. Hab¨ªa un oscuro y entonces sal¨ªa el tablao.
?Y c¨®mo lleva que el Ballet Nacional haya hecho esa versi¨®n de 'El Caf¨¦ de Chinitas'?
Me parece bien, yo soy respetuosa con todo. Los artistas deben tratar de mejorar todo y tienen derecho a inspirarse en algo que les guste mucho. Pero no podemos omitir la creaci¨®n de una persona cuando nos inspiramos en algo. Si yo hago un ballet sobre el Quijote, lo que no puedo decir es que es de Pilar L¨®pez; tengo que decir que es de Miguel de Cervantes y que esta idea la he tenido gracias a ¨¦l. El programa deber¨ªa decir que El Caf¨¦... lo hizo La Argentinita en el Metropolitan con el decorado de Dal¨ª. Y yo eso no lo he visto.
Pero es que la obra de Jos¨¦ Antonio es distinta, aunque usen una copia del decorado de Dal¨ª. Por cierto, ?d¨®nde est¨¢ el original?
Desapareci¨® misteriosamente. Ten¨ªa unas dimensiones impresionantes, porque se hizo para el Metropolitan. La obra se estren¨® con direcci¨®n de Jos¨¦ Iturbi y fue un ¨¦xito impresionante, pero dur¨® s¨®lo algunas semanas y despu¨¦s seguimos con los recitales por todo Estados Unidos. Entonces, Encarna le pidi¨® al marqu¨¦s de Cuevas que guardara el decorado en sus almacenes, porque ¨¦l mont¨® un ballet flamenco, lo guard¨® all¨ª en unas cajas y ya no se ha vuelto a saber m¨¢s. Al a?o y pico de eso falleci¨® mi hermana, y yo s¨®lo pensaba en traerla a Espa?a, no pens¨¦ en ning¨²n decorado. Llegu¨¦ aqu¨ª y me olvid¨¦ de todo. No quer¨ªa ni bailar m¨¢s. Pero me insistieron mucho Edgar Neville y su mujer, Conchita Montes, y los bailaores Jos¨¦ Greco y Manolo Vargas; y ya sal¨ª del agujero. Y en 1946 hice un Caf¨¦ de Chinitas en homenaje a ella; hasta canti?eaba un poco.
?Y c¨®mo se llevaba su hermana con Carmen Amaya?
Muy bien, ?c¨®mo se iban a llevar? Carmen era una persona excepcional, una mujer muy buena, no sab¨ªa ni lo que ganaba; s¨®lo pensaba en bailar. Y como artista no se ha podido imitar. Es la ¨²nica mujer que yo he soportado ver vestida de hombre. Estaba m¨¢s sugestiva incluso que con la bata de cola. Con el pantaloncito, tan delgada, con esa cabecita tan peque?a, ese pelo tan negro y esos pies tan flamencos, estaba preciosa.
Estando todos esos espa?oles juntos en Nueva York, ?aprendieron ingl¨¦s?
Encarna y yo vivimos seis a?os all¨ª, en dos apartamentos muy buenos de la Quinta Avenida, en un edificio precioso que ten¨ªa muchos ascensores. Pero de ingl¨¦s, nada.
Como flamencas aut¨¦nticas.
Igual. Bueno, yo me aprend¨ª media docena de cosas para manejarnos en la cafeter¨ªa. Jamanegs (ham and eggs, huevos con jam¨®n), sopa de almejas (clams soup) y la chuleta de cerdo (porkchop). Ah¨ª yo me defend¨ªa. Pero me acuerdo de que, una vez que llegamos a Chicago a las dos de la madrugada en tren, yo llevaba mucho equipaje, muchos paquetitos, y cogimos un taxista que era un maleducado, y cada vez que el mozo descargaba un paquetito, el taxista no paraba de rezongar, venga a largar, y yo sab¨ªa que nos estaba poniendo de chupa de d¨®mine. El t¨ªo era un verdadero hijo de puta, pero yo no sab¨ªa c¨®mo se dec¨ªa eso en ingl¨¦s, y pensaba: "Le voy a llamar hijo de puta y no se va a enterar". Total que, pensando, pensando, dije: "Le voy a llamar cerdo". Y le dije: "You are a pork chop!". Y ¨¦l me dijo: "You are crazy". "Usted est¨¢ loca". Claro, el hombre no pod¨ªa entender que le llamara chuleta de cerdo. Pens¨® que yo era una loca.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.