Ponga un censor en su vida
A Juan Carlos Rodr¨ªguez Ibarra le ha dado un arrebato. El presidente de la Junta de Extremadura ha arremetido contra Carlos Saura porque el famoso director tiene el proyecto de contar en una pel¨ªcula aquella matanza ocurrida hace trece a?os en Puerto Hurraco, en la comarca pacense de La Serena, la que algunos llamaron Siberia extreme?a. Dos familias hist¨®ricamente enfrentadas se liaron a tiros: nueve muertos, doce heridos. A Rodr¨ªguez Ibarra no le gusta que se recuerde aquella negra p¨¢gina de la Espa?a negra, como si todo cuanto sucede en su territorio fuera algo suyo. "Bastante tenemos con Las Hurdes de Bu?uel", ha enfatizado el vehemente pol¨ªtico, no se sabe si arremetiendo tambi¨¦n contra aquel documental de 1933 -joya indiscutible del cine social- o contra lo que Bu?uel denunci¨® en su momento, con tanta energ¨ªa y talento que, como se sabe, acab¨® prohibi¨¦ndose. Parece que ahora, Rodr¨ªguez Ibarra quiere repetir la haza?a: "?A qu¨¦ viene aqu¨ª Carlos Saura?", grit¨® en un mitin a sus adictos: "?A ganar dinero a costa nuestra? Si quiere morbo y hacer una pel¨ªcula de cr¨ªmenes, ?pues anda que no tiene cr¨ªmenes en Madrid!", y dirigi¨¦ndose por las ondas celestes al cineasta aragon¨¦s, le vaticin¨® amenazante: "No venga usted a fastidiar, que no le van a dar ni el Goya ni el Oscar. Deje usted en paz a los extreme?os... y d¨¦jese de rollos"... Rodr¨ªguez Ibarra, a la Academia de Cine, ahora que buscan presidente.
Ya hubo bastante revuelo en la ciudad de Cuenca cuando Pilar Mir¨® anunci¨® a finales de los setenta que iba a plasmar, en la que acab¨® siendo su m¨¢s famosa pel¨ªcula, las brutales torturas que all¨ª se hab¨ªan perpetrado. De igual modo, a?os atr¨¢s, en pleno franquismo, surgieron trifulcas en el pueblo murciano de Mazarr¨®n cuando Fern¨¢n-G¨®mez intent¨® especular en una pel¨ªcula sobre un inexplicado (y cutre) crimen que all¨ª hab¨ªa ocurrido; tantas tensiones hubo que acabaron obligando a silenciar el nombre del pueblo, y El extra?o viaje se acab¨® titulando la que hoy se considera pel¨ªcula clave en el cine espa?ol, pero que debi¨® llamarse El crimen de Mazarr¨®n.
M¨¢s censuras: en 1970, las autoridades espa?olas, con el ministro S¨¢nchez Bella a la cabeza, presionaron al director italiano Gillo Pontecorvo cuando ¨¦ste quiso fabular sobre la ¨¦poca colonial en su pel¨ªcula Quemada, hasta lograr de la productora Columbia que el t¨ªtulo diera un giro al portugu¨¦s y que se llamara Queimada, que es como es conocida en el mundo esta excelente pel¨ªcula interpretada por Marlon Brando. (Saura, con gui¨®n de Ray Loriga, va a camuflar modestamente su proyecto sobre Puerto Hurraco con el t¨ªtulo de El s¨¦ptimo d¨ªa, y va a rodarlo en un pueblecito toledano, quiz¨¢s para que Rodr¨ªguez Ibarra no pierda m¨¢s los papeles).
Los censores suelen alucinar. Esta semana se ha hecho p¨²blico un estudio de la Facultad de Psicolog¨ªa de la Universidad Ram¨®n Llull de Barcelona (donde parece que no tienen nada mejor que hacer) donde han malgastado su tiempo rebuscando en las pel¨ªculas de Pedro Almod¨®var lo mucho que se habla en ellas de las drogas. ?El 14% del tiempo total!, han gritado escandalizados a los cuatro vientos estos contables universitarios, que desde la supuesta seriedad de su magisterio han concluido que el tiempo dedicado por los personajes de Almod¨®var a beber, fumar o drogarse en sus trece primeros largos ha sido de tres horas, cinco minutos y treinta y nueve segundos, que oscilan entre los veintis¨¦is minutos de Entre tinieblas a los tres de Matador. Para matizar, el estudio se?ala que en estas pel¨ªculas las drogas legales aparecen citadas m¨¢s frecuentemente que las ilegales, y que las mujeres consumen m¨¢s. Terminada su important¨ªsima labor de denuncia, estos censores de nuevo cu?o se han quedado tan anchos.
Almod¨®var no ha tardado en replicar. Este estudio le ha producido una "mezcla de miedo, asco, estupor, furia e indignaci¨®n". Cre¨ªa el director manchego que la censura hab¨ªa quedado definitivamente abolida en Espa?a all¨¢ por 1977; no sospechaba el hombre, ni Carlos Saura tampoco, que seguir¨ªan apareciendo aficionados a Torquemada, que iban a ser aupados por los peri¨®dicos y que la libertad de expresi¨®n seguir¨ªa amenazada. Pero as¨ª parecen estar de nuevo las cosas, amigos.
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