Sobre la p¨¦rdida de olfato
?Qu¨¦ enigma esconde el hecho de que la expresi¨®n "sociedad de consumo", en otro tiempo punta de lanza de una escuela de sociolog¨ªa interesada en describir lo que tantas veces se ha considerado como la fase "superior" del capitalismo, y emblema correlativo de la cr¨ªtica social y pol¨ªtica contra la misma, haya perdido hoy su efectividad, convertida en una trivialidad en cuanto descripci¨®n y en un discurso rancio y sin mordiente en cuanto a sus pretensiones cr¨ªticas? En el fondo, las razones por las cuales se ha derivado semejante "despotenciaci¨®n" del artilugio cr¨ªtico-descriptivo, al cual no han conseguido devolverle el vigor los intentos de rebautizarle con otros r¨®tulos, no pueden hacer menci¨®n sino al ¨¦xito incuestionable del dispositivo mismo, tanto m¨¢s eficaz cuanto menos sentido como imposici¨®n. Una parte de este ¨¦xito se debe, probablemente, al modo en que estas sociedades han sabido corromper a sus cr¨ªticos e incorporar a su magma ideol¨®gico una "cr¨ªtica del consumismo" amansada y perfectamente compatible con lo criticado, de la cual da cuenta en especial el cap¨ªtulo titulado Homo emptor del libro que comentamos. Pero sin duda la parte del le¨®n de esta derrota de la cr¨ªtica se debe a su car¨¢cter omniabarcante y al papel central que en ella desempe?a el concepto de manipulaci¨®n: no solamente porque a todos nos cuesta aceptar la idea de que estamos siendo enga?ados y v¨ªctimas de una ilusi¨®n cuidadosamente elaborada (con la cual colaboramos inconscientemente), sino porque la idea misma de una sociedad en la cual todos son enga?ados -marxistas, liberales, cristianos y gente de a pie-, incluidos los enga?adores, y que debe su propia eficacia justamente a la impotencia de los enga?ados para notar el enga?o, provoca inmediatamente la pregunta por la posibilidad, el lugar y el sentido de la denuncia de tal enga?o (que en cierto modo se auto-refuta te¨®ricamente al formularse), tanto m¨¢s cuando dicha denuncia se produce -como no puede ser de otra manera- mediante la confecci¨®n de un producto-mercanc¨ªa que cotiza entre los bienes culturales, y que intentar¨¢ producir su consumo y a sus consumidores -por ejemplo, mediante recensiones en los suplementos culturales de los diarios (lo cual, en otro cierto modo, constituye una suerte de auto-refutaci¨®n pragm¨¢tica). Finalmente, un tercer factor de erosi¨®n de estos discursos se debe al reciente cambio de las circunstancias mismas de la producci¨®n, que comportan la desaparici¨®n o el declive de los objetivos tradicionales de su cr¨ªtica: tanto la Iglesia Militante de la producci¨®n como la Iglesia Triunfante del consumo parecen haber dejado su lugar a un rosario de Congregaciones Evanescentes que levantan sus capillas en los templos multiculturales de las Grandes Superficies: la trinidad weberiana del Ej¨¦rcito, la Iglesia y la Empresa est¨¢ en trance de ser sustituida por la de la guerrilla, la secta y el empleo precario, convirtiendo incluso el tan denostado "contrato de trabajo" en objeto de nostalgia.
NON OLET
Rafael S¨¢nchez Ferlosio
Destino. Barcelona, 2003
309 p¨¢ginas. 22 euros
Claro est¨¢ que Rafael S¨¢nchez Ferlosio tiene m¨¢s de narrador que de soci¨®logo (v¨¦ase la formidable trama novelesca sobre el nacimiento del "Nuevo Testamento" del consumo que construye con ayuda de Baudrillard y Jeremy Rifkin), m¨¢s de moralista que de cr¨ªtico cultural (l¨¦anse, a lo largo de este libro, los diversos jirones que componen un hermoso homenaje a la belleza), y m¨¢s de gram¨¢tico que de te¨®rico de la clase consumidora: los t¨ªtulos de sus libros nunca son azarosos, y el de ¨¦ste se?ala desde su portada cu¨¢l es la principal virtud de su autor y el instrumento del cual se sirve para atacar al enemigo cuya victoria se da por reconocida desde el comienzo: el olfato. La an¨¦cdota de Vespasiano de la cual procede este t¨ªtulo (a saber, la observaci¨®n de que el dinero no huele aunque se haya recaudado en las letrinas) pone de relieve el m¨¦todo general que explica el ¨¦xito de una sociedad que hace de la producci¨®n el fin final y pone todo lo dem¨¢s a su servicio: conseguir eliminar de todas las cosas el aroma, as¨ª sea el hedor de las m¨¢s podridas como la fragancia de las m¨¢s puras, empezando por el de la misma sociedad que as¨ª se comporta. Mientras el t¨¦rmino producci¨®n huele a esfuerzo, a sudor y a holl¨ªn, la palabra "consumo" rezuma placer, bienestar y limpieza. Por ello, lo primero que se ha de hacer para restituirle a esta sociedad su olor es llamarla por su nombre verdadero: sociedad de producci¨®n. No s¨®lo para notar -como ya est¨¢ asumido- que en ella no se produce para satisfacer una demanda previa de consumo (pues m¨¢s bien se consume para mantener en marcha la maquinaria productiva), sino para remachar que se produce el consumo mismo de lo producido y al consumidor que ha de llevar a t¨¦rmino el ciclo, y que esa producci¨®n no es menos "sucia", esforzada y dolorosa que la miner¨ªa o la fundici¨®n. Alcanzado un cierto nivel de descomposici¨®n, una sociedad no puede soportarse a s¨ª misma si no es a condici¨®n de perder el olfato. Y, aqu¨ª, la p¨¦rdida de olfato no solamente es el s¨ªmbolo de la "abstracci¨®n" que la conversi¨®n de las cosas y personas en mercanc¨ªas tiene como resultado, sino de la correlativa p¨¦rdida de responsabilidad que ello acarrea: Non olet es la excusa impl¨ªcita que permite al patr¨®n y al asalariado desentenderse de los da?os causados por lo que ambos producen, la que permite al publicista y al consumidor despreocuparse de lo que anuncian o consumen (pues los verbos "trabajar" y "consumir" se han convertido para todos ellos en intransitivos), y la que permite a ciertos pol¨ªticos (si es que s¨®lo son algunos) desinteresarse por el origen de los votos gracias a los cuales gobiernan, conductas todas ellas que el olor har¨ªa, si no impracticables, s¨ª al menos m¨¢s penosas y quiz¨¢ algo menos probables. As¨ª pues, el olfato que puede restituir el olor a lo que ha sido sistem¨¢ticamente rociado con desodorante ha de ser -por as¨ª decirlo, e invocando el tradicional parentesco entre el olfato y el gusto- el olfato de la lengua. Ferlosio despliega entonces el arte que maneja con m¨¢s destreza: el de desmontar textos, ya sean de los peri¨®dicos diarios, de los discursos del Papa, de Simone de Beauvoir o de la Cr¨®nica de Indias, haci¨¦ndoles decir lo que en verdad dicen a menudo sin quererlo ni saberlo sus autores, mediante el ¨²nico y exclusivo cedazo de la gram¨¢tica: "Afortunadamente las palabras tienen un l¨ªmite, que nos impide abusar de ellas haci¨¦ndoles decir lo que queramos. Se acepte o se rechace designar esa ley suya propia como 'intelecto agente', el caso es que sin ella ser¨ªa imposible cualquier significar".
Si se repara en que los escritos de Ferlosio son un constante bucear en este poder an¨®nimo de la lengua, contra el uso y abuso que una y otra vez sus usuarios hacemos de ella para nuestros fines, quiz¨¢ se entienda que esta obra, desali?ada, l¨²cida, tozuda, llena de ingenuidad y de memoria, en la cual los argumentos m¨¢s prolijos se entretejen con estampas de amor y de desdicha, que a ratos se desdice de s¨ª misma con humor y humildad no fingida, est¨¢ enteramente entregada a la confianza -seguramente excesiva- de que ese poder alcance a compensar todo el hedor del mundo.
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