Qui¨¦n se come a Max Aub
SE CUMPLEN cien a?os del nacimiento de Max Aub. Es hora de com¨¦rselo. En estos tiempos en los que poco importa lo que diga un libro, y lo que vale es lo que los medios de comunicaci¨®n dicen de ¨¦l, vamos a ver qui¨¦n se lleva las mejores piezas del cad¨¢ver de Aub. Disputan los contendientes. A?os atr¨¢s, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar (heredero directo del franquismo contra el que Aub luch¨®) inaugur¨® una fundaci¨®n en la que se recogen los documentos de una de las vidas m¨¢s representativas de los avatares del siglo XX, y que avanza a toda m¨¢quina en las tareas de edici¨®n de su obra completa. Sin duda, Aznar buscaba apoyos para su segundo mandato. Por eso, el fugaz candidato socialdem¨®crata a la jefatura del Gobierno, Joaqu¨ªn Almunia, encontr¨® inmoral esa inauguraci¨®n. Aub era de los nuestros, dijo el candidato, Aub era socialista. Pero, claro, los de Aub, los socialistas, hab¨ªan estado 14 a?os (?fueron 14? Pareci¨® un siglo) en el poder y, durante todo ese tiempo, la obra de Aub no existi¨®.
En el fervor de la transici¨®n, se hab¨ªa publicado buena parte de sus libros en una u otra editorial (algunos se publicaron antes, con Franco a¨²n vivo; los Campos, en la editorial Alfaguara, en 1978), pero, luego, lleg¨® la normalizaci¨®n socialdem¨®crata, y esas obras se agotaron y ya no volvieron a reeditarse. ?A qui¨¦n en la Espa?a de trenes de alta velocidad, exposiciones internacionales y olimpiadas pod¨ªa interesarle mirar hacia un pasado de pobreza y sangrientas luchas de clase en busca del garbanzo perdido? Europa eran J¨¹nger, Popper y Heidegger. Europa era, todo lo m¨¢s cerca, Benet, que contemplaba la piel de toro desde su acantilado de hielo. Repasen las hemerotecas. Hablar de los Campos de Max Aub -seguramente la experiencia narrativa en lengua castellana m¨¢s importante de nuestro siglo- era hablar de pobreter¨ªa, en un tiempo en el que se dec¨ªa que, en Espa?a, no hab¨ªa tradici¨®n novelesca; que hab¨ªa que mirar hacia altivos y lejanos horizontes para reencontrarla. El futuro de la novela espa?ola no pasaba ni por la Celestina, ni por el Lazarillo, ni por Gald¨®s, ni, claro est¨¢, por Aub. Aub, cuando mandaron los que ahora se dicen suyos, no estaba en las librer¨ªas. Estaba agotado, descatalogado. Del todo. Era humo, aire, nada. Imag¨ªnense ustedes que Balzac, o Proust, o Dickens, o Faulkner, no estuvieran en las librer¨ªas de sus respectivos pa¨ªses, bueno, pues aqu¨ª Aub no estaba. Y a nadie le hac¨ªa ninguna falta que estuviera. Hagan memoria, relean los suplementos culturales de los peri¨®dicos (ahora seguramente podr¨¢n hacerlo por Internet), busquen los escritos que en aquellos a?os del socialismo triunfal citaban como referente a Aub, lo pon¨ªan en alg¨²n sitio, el que fuera. No existen, ¨¦l no estaba. Hab¨ªa que ganar los votos de polic¨ªas, guardiaciviles, militares y banqueros. No estaba en el ambiente Aub, como no estaban el Sender de Im¨¢n, o el Ramiro Pinilla de Las ciegas hormigas. La preguerra, la guerra y la posguerra s¨®lo pod¨ªan tratarse como desenfadadas comedias ligeras.
Hasta que son¨® la alarma. Y se descubri¨® que el socialismo no era eterno y que polic¨ªas, militares y banqueros pod¨ªan votar tambi¨¦n por el pep¨¦, y entonces, se toc¨® a rebato, y empezaron a conmemorarse los sesenta a?os de la rebeli¨®n fascista y de la llegada y despedida de las brigadas internacionales (los cincuentenarios hab¨ªan pasado desapercibidos), y se descubri¨® que hab¨ªa fosas de fusilados que ten¨ªan nombre, apellido y, desde hac¨ªa unos a?os, hasta ADN, y se puso de moda la memoria. La memoria se puso de moda, porque se convirti¨® en la guarida en la que se escond¨ªa el lobo que quer¨ªa volver a comerse a Caperucita, y, porque, en su nombre, pod¨ªa ped¨ªrsele al Parlamento que condenara un franquismo que, cuando se ten¨ªa mayor¨ªa absoluta, no se hab¨ªa condenado; que se condecorara a los h¨¦roes populares de la guerra a quienes se les hab¨ªa dicho que callaran; y se habl¨® del exilio, de las torturas franquistas. Empezaron a aparecer los intelectuales org¨¢nicos que reclamaban memoria, los novelistas y cineastas org¨¢nicos que ped¨ªan a gritos memoria, porque s¨®lo en el mercado de la memoria pod¨ªa volver a comprarse la legitimidad malgastada. Cuenten ustedes las novelas, las pel¨ªculas sobre guerra y posguerra que vieron la luz con el mandato socialista y las que est¨¢n viendo la luz con el de la derecha. C¨®mo ha crecido la cosecha, ?verdad? Pregunt¨¦monos por qu¨¦. No nos apuntemos alegremente a la moda sin pens¨¢rnoslo al menos un minuto. Hag¨¢mosle caso a Aub, que, en sus Diarios, escribi¨®: "Pase lo que pase: s¨®lo la ignorancia es mala".
Aznar at¨® el cad¨¢ver de Aub del carro triunfal de su cortejo y los otros quieren usarlo como arma arrojadiza (un arma que se les hab¨ªa quedado olvidada en el desv¨¢n). Y ¨¦l, pobre Aub, qu¨¦ va a hacer, si nadie lo lee. Porque, si alguien lo leyera, descubrir¨ªa que es un gigante tan grande que es capaz de comerse a Aznar y a Almunia. Que ¨¦l no es de nadie. Que es de esos que nos hacen odiar la miseria de la literatura de hoy, y tener esperanza en la grandeza de la de ma?ana. Y ya s¨¦ que no he hablado para nada de literatura en este art¨ªculo, ya lo s¨¦; y es que a Aub la literatura le importaba casi tan poco como a m¨ª: un comino. "El planteamiento de los problemas de realidad e irrealismo me ha tenido siempre sin cuidado: me importan la libertad y la justicia", dijo en Campo de los almendros, su m¨¢s grande novela y una de las mayores de este siglo. Qu¨¦ les parece la pieza cobrada, se?ores. Es Max Aub. Ustedes, homenaj¨¦enlo, intenten com¨¦rselo, que no saben lo que est¨¢n haciendo.
Rafael Chirbes es autor de la novela Los viejos amigos y del ensayo El novelista perplejo (ambos en Anagrama), que incluye diversos trabajos sobre Max Aub.
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