La Edad de Oro
Aquella noticia perteneci¨® desde el principio a la Edad de Oro. ?O fue, quiz¨¢, el inicio de ¨¦sta? No puedo jurarlo, pero asegurar¨ªa que fue el primer acontecimiento de que tengo memoria. Con respecto a los recuerdos, cuando tiramos la piedra es dif¨ªcil saber la profundidad del pozo. Supongo que en las capas m¨¢s hondas conviven enjambres de peque?os hechos cotidianos que estuvieron marcados por la intimidad familiar y la corta distancia. Pero aquel fue probablemente el primer acontecimiento que romp¨ªa las coordenadas del min¨²sculo escenario para insinuarme el mundo.
Hace 50 a?os que Edmund Hillary y el sherpa Tensing coronaron por primera vez el Everest. Todos los peri¨®dicos han informado de este aniversario. Es dif¨ªcil adivinar, sin embargo, c¨®mo se dio esa informaci¨®n entonces y, todav¨ªa m¨¢s, c¨®mo lleg¨® a m¨ª. La llegada de la noticia a Europa debi¨® de ser lenta, sin comparaci¨®n posible con la instantaneidad actual. Con toda probabilidad la difundi¨®, en primer lugar, la radio para convertirse despu¨¦s en un buen titular de peri¨®dico. Al fin y al cabo, la lentitud de los medios de entonces quedaba compensada por la excitaci¨®n que en esos d¨ªas acompa?aba a este tipo de haza?as.
"En los trabajos y azares de la memoria mi mito dorado llega a su plenitud cuando Hillary y Tensing alcanzan el Everest"
Mucho m¨¢s conflictivo me resulta reconstruir c¨®mo la aventura de Hillary y Tensing lleg¨® a ocupar una regi¨®n tan importante de mi primera memoria. No puedo ni siquiera saber cu¨¢ndo tuve conocimiento de la prodigiosa ascensi¨®n al Everest y cu¨¢ndo me hice una idea m¨¢s o menos aproximada de lo que esto significaba. El preludio debi¨® de estar constituido por murmullos y rumores. La infancia est¨¢ llena de ellos: palabras entrecortadas, voces huidizas, ecos que reverberan en la boca de los adultos. No es imposible que la vejez sea, sim¨¦tricamente, la recuperaci¨®n de aquel universo de rumores y de murmullos.
Tras el preludio -algunos meses, algunos a?os quiz¨¢-, las palabras ordenaron un significado n¨ªtido y la escalada de Edmund Hillary -en adelante, siempre, sir Edmund Hillary- vino a ocupar su trono entre los primeros acontecimientos. Revivido ahora marca la frontera entre una ¨¦poca sin pasado y otra en la que ya el tiempo empezaba a proclamar su poder. Aunque no me atrever¨ªa a decir que tambi¨¦n sucede con mi historia ¨ªntima, s¨ª puedo asegurar que la historia del mundo empez¨®, para m¨ª, con la ascensi¨®n de Hillary y Tensing. Los acontecimientos del mundo se hab¨ªan introducido, con ella, en mi vida o as¨ª lo decreta la memoria que quiere recuperar aquellos a?os.
En la mayor¨ªa de las tradiciones el mito de la Edad de Oro describe un tiempo sin tiempo: los d¨ªas pasan sin la conciencia del paso de los d¨ªas. Luego, perdida la edad ¨¢urea, vienen la muerte, el calendario y la historia. En los trabajos y azares de la memoria mi mito dorado llega a su plenitud cuando Hillary y Tensing -el "fiel sherpa" en el lenguaje de entonces- alcanzan el pico del Everest. Mientras ellos est¨¢n all¨¢ la Edad de Oro parece continuar, generosamente perdida en fuentes inmemoriales.
El descenso del Everest se conforma, no obstante, como la p¨¦rdida de aquel remolino feliz en el que todo, sin acontecimientos, aparec¨ªa confusamente mezclado, desnudo de contornos. Claro est¨¢ que implica tambi¨¦n una ganancia puesto que, desvanecido el remolino, empieza el aut¨¦ntico di¨¢logo en el que se exigen interlocutores, l¨ªmites y luchas. La Edad de Oro va convirti¨¦ndose en materia prima de la nostalgia cuando se apodera de nosotros la fascinaci¨®n por la vida.
Curiosamente, tambi¨¦n Edmund Hillary fue un protagonista principal de los a?os que iban desprendi¨¦ndose del color dorado. El monstruo es, creo, la criatura favorita de esos momentos de transici¨®n en el que el hombre que nos despierta al mundo no se sacia, s¨®lo, con los alimentos de la realidad y busca capturar un sinf¨ªn de sensaciones que no son perceptibles inmediatamente. El monstruo es oscuro y luminoso, maligno y ben¨¦volo al un¨ªsono, encarnando, en sus diversas manifestaciones, la work in progress de la imaginaci¨®n.
P¨¢lida ya la Edad de Oro, el larguirucho neozeland¨¦s, Edmund Hillary, me -nos- ofreci¨®, tras la conquista del Everest, al gran monstruo del momento, el yeti, aquella criatura de la que todos, llen¨¢ndosenos la boca, pod¨ªamos decir que era el "abominable hombre de las nieves". El yeti -hombre, bestia, tit¨¢n- reun¨ªa las mejores cualidades de los monstruos de todos los tiempos, y naturalmente el tenaz Hillary y su "fiel sherpa", los h¨¦roes indiscutibles de la aventura, fracasaron en su empresa de capturarlo. El monstruo es irreductible porque pertenece a ese momento crucial de nosotros mismos en que la Edad de Oro se pierde en la lejan¨ªa pero a¨²n no poseemos la experiencia de la Edad de Hierro que nos aguarda. Aquel c¨¦lebre yeti, como el calamar gigante que todav¨ªa ocupa a algunos de tanto en tanto o Nessie, el imbatible habitante del lago Ness en Escocia, vagan en un aire que no ha de ser vulnerado.
No debemos ser injustos con la Edad de Hierro. Gracias a ella todos podemos evocar esa Edad de Oro que nunca existi¨®.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.