Apogeo de la vulgaridad
Peroraciones televisadas sobre masturbaci¨®n, deyecciones y eyaculaciones, toqueteos y contrastes del paquete reproductor en la pantalla, sopesamiento de senos, largas narraciones sobre rumores flatulentos en las emisoras, lenguajes salaces en el Parlamento, alusiones a la longitud del miembro viril del se?or presidente, excrementos ling¨¹¨ªsticos surtidos en entrevistas, comparecencias y conciertos al aire libre. Pr¨¢cticamente cualquier asunto que antes proteg¨ªa el pudor, la religi¨®n o la instrucci¨®n c¨ªvica ha ido sucumbiendo en la escena p¨²blica. ?La obscenidad? ?La ingle? ?La regla? ?Ponerse en cueros? ?Qu¨¦ pretexto queda todav¨ªa para que uno o varios sujetos, una pareja o una cebada multitud se baje las bragas o los calzoncillos ante el p¨²blico?
M¨¢s que la neumon¨ªa severa y at¨ªpica, la desverg¨¹enza, la ordinariez, la vulgaridad se han convertido en la epidemia m¨¢s vistosa a comienzos del siglo XXI
El adulto vulgar, en lugar de la escritura prefiere el impacto de la imagen, y en torno a ella se desarrolla la cultura de la m¨¢xima e inmediata exposici¨®n
Desde la media docena de obras de teatro que se registran ahora en torno al falo o los mon¨®logos de la vagina, al espect¨¢culo titulado Las marionetas del pene, el cuerpo se ha cargado de groser¨ªas como una manera desinhibida de hacer gracia y chapotear en la vulgaridad. Pero no s¨®lo en Espa?a. Aqu¨ª la vulgaridad se regocija en las muy taquilleras pel¨ªculas de Torrente, en el espeso y hediondo tufo de Los Morancos y hasta en cualquiera de los reality shows que fund¨® Gran Hermano y siguen en selvas y hoteles. Pero esta tendencia espa?ola viene siendo tambi¨¦n la que cruza de una a otra parte del mundo.
M¨¢s que la neumon¨ªa severa y at¨ªpica, la desverg¨¹enza, la ordinariez, la vulgaridad, se ha convertido en la epidemia m¨¢s t¨ªpica y vistosa a comienzos del siglo XXI. El globo entero, a partir de sus im¨¢genes medi¨¢ticas, tiende a ser la met¨¢fora bufa de un ¨®rgano sexual a punto de estallar o la forma henchida que anticipa alguna fetidez entre grandes carcajadas.
?Qu¨¦ pasa aqu¨ª, all¨ª, en casi todas partes? ?Lo grosero se est¨¢ haciendo normal? En la p¨¢gina web candilejas@candilejas.cl, de Santiago de Chile, puede leerse: "La pantalla chica hoy en d¨ªa se ve inundada de espacios de mal gusto, conductores grotescos con un lenguaje soez y programas anunciados a todo bombo con un contenido que dan ganas de llorar... Hoy, las palabras m¨¢s chabacanas y grotescas son escuchadas sin ning¨²n resquemor en la diaria programaci¨®n de TV chilenas".
Al grano
Pero, al otro lado del mundo, en Pek¨ªn, Cui Yongyuan, productor y conductor de un espacio titulado significativamente Al grano, el m¨¢s popular en la naci¨®n, admite que incurri¨® en pr¨¢cticas "vulgares" para agradar a la poblaci¨®n. Y lo mismo ha venido sucediendo con programas de entretenimiento chino, como uno llamado La diversi¨®n y rediversi¨®n, en manifiesta se?al de sus excesos.
La audiencia, no importa cu¨¢l, suele echar pestes de estos programas tildados incluso de "nauseabundos", pero, visto su ¨¦xito, ?es esto lo que desea hoy la poblaci¨®n? En Espa?a, especialmente desde Cr¨®nicas marcianas o los hermanos, la televisi¨®n ha destinado muchas horas a reunir audiencias millonarias que mientras condenan las "guarrer¨ªas" y desafueros que presencian, no retiran su vista de ese pi¨¦lago. M¨¢s a¨²n: entre la misma progres¨ªa culta siempre vigilante de la alienaci¨®n social, hay quienes siguen regularmente estas ofertas "para relajarse" y en el sobreentendido de que buscan informarse sobre la degradaci¨®n real.
Lo interesante, adem¨¢s, de este fen¨®meno es su absoluta rotundidad. Su car¨¢cter de gran pleonasmo, porque mientras en el fen¨®meno del kitsch, por ejemplo, se lograba recurrir a un discurso de segundo orden para su degustaci¨®n ir¨®nica, o en el trash chic se hallaba un punto de perversidad para degustar su bucle fementido, en la vulgaridad s¨®lo hay carnaza, lavaza, chocarrer¨ªa plana. O bien: el g¨¦nero que se adensa en Hotel Glam es pura grasa, la grand bouffe del mal gusto sin la compensaci¨®n de traspasar su metabolismo hacia cualquier delectaci¨®n pecaminosa. Lo visto es todo lo que se consume y su consumo se agota al final de la emisi¨®n.
Cultura para ni?os
El gusto por lo escatol¨®gico, la atracci¨®n de la mierda, el comportamiento sin asomo de inhibici¨®n, la indiferencia entre lo privado y lo p¨²blico, el culo, pertenecen a la condici¨®n del ni?o. Norbert El¨ªas, junto a E. Dunning, analiz¨®, en un libro sobre la evoluci¨®n del deporte, los comportamientos de los adultos en los espect¨¢culos deportivos asimilando sus gritos y braceos descontrolados a los modos desprejuiciados con que los ni?os expresan las emociones, incluso en plena v¨ªa p¨²blica o en los restaurantes.
Los hinchas actuar¨ªan en el estadio como ni?os gracias a la permisividad que all¨ª se les autoriza, pero no fuera de esa circunstancia. El espacio y el tiempo en torno al partido operar¨ªa como un desahogo de pulsiones elementales que vino reprimiendo la civilizaci¨®n para compartir m¨¢s ordenadamente la vida con los otros. De esta manera, el ciudadano se ha visto compelido a reservar para su vida privada muchas explosiones de gozo o de dolor, ha guardado los aullidos de placer para la alcoba y ha recluido el desarrollo de funciones fisiol¨®gicas en los retretes, lugares retra¨ªdos.
Ahora, en efecto, no se suele hacer de cuerpo en grupo como antes, no hay pla?ideras en los entierros, ni frecuente promiscuidad en los dormitorios de matrimonio. Los ciudadanos se sujetan en p¨²blico para dejar supuestamente limpia el ¨¢rea com¨²n. Pero todo ello, a lo que parece, empieza a ser parcialmente olvidado con el triunfo de la vulgaridad. ?C¨®mo explicar que un tipo mantenga a grito pelado una conversaci¨®n ¨ªntima a trav¨¦s del m¨®vil y en cualquier lugar? ?C¨®mo justificar las escenas en que el botell¨®n lo tolera todo?
La educaci¨®n fue dirigida a la contenci¨®n y fueron tanto m¨¢s distinguidas las clases cuanto menos dejaban desatados los sentimientos. ?Se ha perdido esta norma ahora? La nueva epidemia de vulgaridad, el dark side of the New Economy, el lado oscuro de la Nueva Econom¨ªa, la calificaba recientemente The Wall Street Journal, parece un s¨ªntoma m¨¢s que circunstancial.
Un signo que se relaciona probablemente con una infantilizaci¨®n general de la sociedad y la cultura, siendo su m¨¢xima peculiaridad la de hacer aquello que apetece, en seguida y sin recato. Hacer, en suma, como hace el ni?o que no entiende de reservas o convenciones, que se cree el amo del mundo y es incapaz de asumir la necesidad de aplazar la recompensa (de la golosina, del alimento, de la defecaci¨®n) para incomprensibles normas.
De esa vulgaridad forma parte tambi¨¦n hoy, aunque lateralmente, el descuido obstinado del lenguaje, el insoportable mal uso de dichos tradicionales ("enhebrar una aguja en un pajar", "hacer la vista sorda", "encontrarse entre la espalda y la pared", "poner los pelos de gallina", "estar las espadas en el tejado", etc¨¦tera) que llenan la escucha -radiof¨®nica y no radiof¨®nica- de frases catastr¨®ficas. Pero, por si no fuera bastante esta suerte de insolencias, se tiene adem¨¢s por "aut¨¦ntico" o "sincero", convalidable con el "directo" en la televisi¨®n, el "cine verdad", el uso de todos los tacos posibles hasta devaluar su ¨¦nfasis y hacerlos discurrir como basuras, material empobrecido y molesto que introduce m¨¢s elementos vulgares. De hecho, no s¨®lo se piensa poco o nada antes de hablar, sino que el pensamiento alardea de cabalgar sobre el lenguaje a la manera que ense?a el lenguaje del m¨®vil o los espasmos de la nueva y apremiada conversaci¨®n.
El ni?o no puede esperar y reclama a manotazos y llantos lo que desea. Pero, de la misma manera, el adulto m¨¢s vulgar se impacienta con la cadencia de la lectura, demasiado premiosa a efectos de la comunicaci¨®n o la gratificaci¨®n. En lugar de la escritura prefiere el impacto de la imagen, y en torno a ella se desarrolla la cultura de la m¨¢xima e inmediata exposici¨®n.
La vulgaridad puede tenerse por un mal, pero supone tambi¨¦n la forma m¨¢s corta y directa de llegar al grano. Cuanto m¨¢s pronto se llegue al grano, mejor y, simult¨¢neamente, cuanto m¨¢s inmediato sea este camino, m¨¢s elemental ser¨¢. El camino m¨¢s corto hacia el objeto suele ser tambi¨¦n el m¨¢s exiguo, tanto en tiempo como en sutileza, como demuestra la brutal actuaci¨®n norteamericana en Irak. El pragmatismo del camino corto es, en efecto, muy norteamericano, y, como tal, muy pegadizo para la cultura popular. No es extra?o que ahora todo el mundo participe de ¨¦l.
Malos modos
Incluso los norteamericanos est¨¢n asombrados de su enorme divulgaci¨®n. "Estamos sorprendidos de la extensi¨®n de esta nueva mala conducta de los ciudadanos, pero m¨¢s a¨²n de la gran influencia que tiene en la gente", ha dicho la psic¨®loga norteamericana Lilia Cortina, de la Universidad de Michigan-Ann Arbor, en una reciente intervenci¨®n en Toronto durante el encuentro de la American Psychological Society, y refiri¨¦ndose, sobre todo, al trato interpersonal cargado de rudeza y mala educaci¨®n. Ser vulgar es, en consecuencia, algo m¨¢s que una eventual perversi¨®n de lo existente y mucho m¨¢s que jugar con la eyaculaci¨®n, la baba o el culo. Llegado a un punto, a este punto actual, la vulgaridad tiende a convertirse en un estilo de vida. El estilo de una democracia degradada, el hedor de las relaciones humanas heridas, la cara obscena de la biograf¨ªa cuando la intimidad se ha comercializado y la prestancia es un lastre para la acci¨®n en busca de provecho personal.
As¨ª, en otra interpretaci¨®n sobre el actual apogeo de lo vulgar, el profesor Robert D. Putnam, de la Universidad de Harvard, alude al factor del creciente aislamiento social. Putnam public¨® en 1999 un libro titulado Bowling alone (Solo en la bolera. Galaxia Gutenberg. C¨ªrculo de Lectores), donde explicaba la disminuci¨®n de la satisfacci¨®n de los ciudadanos por causa de la aminoraci¨®n de las relaciones interhumanas. La p¨¦rdida de contactos y experiencias compartidas con los dem¨¢s fomentaba las depresiones y el desamparo, propiciaba la agresividad y la tristeza, mientras, a la vez, incrementaba la desconfianza hacia el otro.
Faltos de una relaci¨®n habitual, el residente cercano deja de ser el vecino a quien recurrir en busca de compa?¨ªa o ayuda y se transforma en una posible y extra?a amenaza. La desproporcionada agresividad entre conductores, las asperezas o frialdad en el trato con empleados de comercio en los pa¨ªses desarrollados, el formidable aumento de quejas en los servicios, la dram¨¢tica disminuci¨®n de conexiones en barrios, familias y amistades, componen un cuadro donde poco a poco ha ido faltando la estimaci¨®n y el respeto por el otro. Tambi¨¦n por uno mismo.
De esta situaci¨®n ha nacido un comportamiento nervioso o desabrido, un lenguaje rudo y, en suma, un auge de la groser¨ªa. Cada cual trata de defenderse sin importar c¨®mo o a qui¨¦n se aporrea. Pero, simult¨¢neamente, la televisi¨®n o el cine ense?an de una u otra forma que a mayor groser¨ªa, a mayor vulgaridad, mayor audiencia. ?Habr¨¢ sido el ¨¦xito de la vulgaridad lo que ha inducido a salpicar de un lenguaje sexual antes in¨¦dito el fino programa vespertino de Ana Rosa Quintana? ?Es este factor el que permiti¨® que aun bajo la delicada y cuidadosa voz de Nieves Herrero se tratara durante muchos minutos los efectos flatulentos de una fabada Litoral y su posible funci¨®n en un conjunto musical de viento?
'T¨¢mpax'
En Hotel Glam se ha podido asistir a una ex¨¦gesis sobre el hilo que escapaba del t¨¢mpax de Yola Berrocal, u otra por el estilo, pero en Londres los espectadores alcanzaron a seguir la exploraci¨®n de un pene con su escroto a trav¨¦s de una web cam que, con capacidad para discernir en la oscuridad, se introduc¨ªa en el pantal¨®n de un concursante, y han visto a un ministro hacer bromas con la palabra cl¨ªtoris. Recientemente, en San Sebasti¨¢n, uno de los spots de gran resonancia en el certamen internacional de publicidad mostraba a un beb¨¦ que mientras mamaba de un pecho se deleitaba manipulando el pez¨®n del otro. Y antes, Iberia, celebrando su 75? cumplea?os, emple¨® todo un pasaje de beb¨¦s para jugar con el mismo recurso de mal gusto, y las diferentes marcas de fibra o cereales no se han ahorrado alusiones al tr¨¢nsito intestinal y a los correspondientes cuartos de ba?o.
?Ser¨¢, en fin, el mal gusto, el gusto de la actualidad? La actualidad, entre el paro delirante, la mentira cr¨®nica, la guerra falsa, el bufo de la deflaci¨®n, no sabe a qu¨¦ atenerse y la vulgaridad es el signo de su desarreglo org¨¢nico. El gusto por lo que en principio huele o sabe mal, como ciertos quesos, ciertas bebidas, requiere un refinamiento de segundo orden, a menudo m¨¢s complejo y exquisito. Pero aqu¨ª la vulgaridad se manifiesta a la manera de un chapapote moral, como la cloaca de una dignidad est¨¦tica residual o como la descomposici¨®n pestilente de la calidad democr¨¢tica.
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