Una tarea para m¨¢s de un d¨ªa
Sostiene el autor que la preservaci¨®n del medio ambiente es una obligaci¨®n moral y un ejercicio de solidaridad.
Desde que en 1972 se instaur¨® el D¨ªa Mundial del Medio Ambiente por resoluci¨®n de Naciones Unidas n? 2994 (XXVII) del 15 de diciembre, anualmente se ha venido celebrando esta fiesta el 5 de junio. La conmemoraci¨®n trata de recordarnos, en definitiva, que no somos una especie al margen del ecosistema natural. Su lema para la jornada de este a?o ha sido: "Agua: dos mil millones sufren sin ella".
Y es que parece muy dif¨ªcil llegar a un equilibrio entre todos (o la mayor parte) de los factores en juego. Aceptar que todo est¨¢ relacionado con todo, que lo que entregamos a la naturaleza nos es devuelto por ¨¦sta y que somos una especie m¨¢s de la biodiversidad que ocupa el planeta, parecen premisas que se escapan a la inteligencia del desde hace milenios homo sapiens. Y para reflexionar sobre ello parece que fue necesario reservar en el calendario un d¨ªa concreto. Necesario, pero, a nadie se le escapa, insuficiente. El medio ambiente, en esta ¨¦poca supertecnificada, necesita m¨¢s que nunca de un debate serio, reflexivo y plural, aunque s¨®lo sea porque nos va en ello la vida.
A partir de 1972, todo el constitucionalismo occidental recoge la preocupaci¨®n por el medio ambiente
No puede haber de todo para todos si se sigue al ritmo actual de desarrollo
La arrogante actitud humana hacia lo dem¨¢s le ha llevado a considerarse un espectador de la realidad ambiental. La naturaleza es una cosa, el hombre otra y todo aquel que no lo ha querido ver as¨ª ha sido frecuentemente visto como un ut¨®pico outsider del sistema. La relaci¨®n de uni¨®n m¨¢s potenciada es la de due?o a esclavo y de ah¨ª, como podemos imaginar, al saqueo de la misma, como dice Shiva, no ha habido que esperar mucho. La noci¨®n de progreso, tanto material como mental, se ha ido construyendo contra natura; es la inmolaci¨®n de la naturaleza a la tecnolog¨ªa en palabras de Delibes, de forma que sociedades gobernadas bajo el respeto a las m¨¢s b¨¢sicas leyes naturales son calificadas poco menos que de primitivas.
La generalizaci¨®n de esta mentalidad ha propiciado que el que entend¨ªamos inagotable almac¨¦n de recursos vaya extingui¨¦ndose, y con ¨¦l todo un modelo econ¨®mico y social que desde los pa¨ªses subdesarrollados y en v¨ªas de desarrollo es contemplado todav¨ªa con envidia. La constataci¨®n de que no puede haber de todo para todos, si se sigue al ritmo actual, parece quedar circunscrita al c¨ªrculo de rom¨¢nticos que piensa que, a¨²n y todo, se puede convertir al planeta herido en la casa de todos. Una palabra esta (casa) que comparte en griego la misma ra¨ªz (oiko) que esa otra en cuyo nombre se han cometido y cometen las mayores tropel¨ªas: econom¨ªa.
En una mirada retrospectiva, la d¨¦cada de los setenta supuso el arranque de una visi¨®n m¨¢s institucionalizada un problema que ya en esos momentos se percib¨ªa. Se inicia ese per¨ªodo con la importante e influyente National Environmental Policy Act estadounidense, que se hace eco de la relaci¨®n causal entre el modelo econ¨®mico desarrollista y el deterioro natural, e intenta poner coto a determinados comportamientos nocivos para el entorno. Igualmente, en los a?os setenta comienza a evidenciarse expl¨ªcitamente la preocupaci¨®n ambiental en la Comunidad Europea y, ante la ausencia de v¨ªas jur¨ªdicas espec¨ªficas para atajar las situaciones de riesgo creadas, se proceder¨¢ a interpretaciones amplias y voluntaristas de un ordenamiento pensado m¨¢s para favorecer un crecimiento econ¨®mico en s¨ª y por s¨ª mismo considerado, que otro encuadrado bajo par¨¢metros que hoy hemos dado en llamar "sostenibles". A¨²n as¨ª, desde 1973 se cuenta en este espacio europeo con programas ambientales que al d¨ªa de hoy se cifran en seis.
Pero, desde una dimensi¨®n m¨¢s general, 1972 representar¨¢ una fecha hito en la historia del ecologismo. Se celebra en la ciudad noruega de Estocolmo la conferencia sobre el medio humano que sent¨® las bases del ambientalismo institucional, muy firmemente impulsado desde la ¨®ptica de los derechos humanos. Por ello, todo el constitucionalismo occidental a partir de este per¨ªodo recoge en su seno esta preocupaci¨®n tambi¨¦n socialmente sentida y compartida (lo que revela el auge de movimientos ecologistas y partidos verdes). La Constituci¨®n yugoslava de 1974, la griega de 1975, la portuguesa de 1976, y, por lo que m¨¢s cerca nos toca, la espa?ola de 1978.
El constituyente espa?ol fue desde su inicio receptivo a esta demanda social y acab¨® aprobando un precepto, el art¨ªculo 45, genuinamente ecologista. Se trata de una disposici¨®n que encierra un sinf¨ªn de posibilidades dependiendo de la sensibilidad del cuerpo pol¨ªtico asentado en el poder. Pero, al margen del criterio interpretativo que se maneje a la hora de extraer todas sus potencialidades, s¨ª deja claro ese necesario nexo a que alud¨ªamos entre derechos y ambiente: en el citado precepto se recoge el derecho de todos a disfrutar de un medio ambiente adecuado para el desarrollo de la persona. Y construida esta facultad desde el prisma de los derechos, no es menos cierto que tambi¨¦n se apela a la solidaridad colectiva para su salvaguarda: todos tenemos, asimismo, el deber de conservarlo (art¨ªculo 45 in fine CE).
En esta muy desconocida obligaci¨®n impuesta desde la Constituci¨®n es donde la informaci¨®n, concienciaci¨®n y educaci¨®n juegan un papel insustituible. No s¨¦ si -como hace unos cuantos a?os se dec¨ªa para acatar de mejor tino nuestras obligaciones tributarias- hacienda somos todos o no, pero naturaleza, diversidad biol¨®gica, ah¨ª no cabe duda alguna, s¨ª somos todos.
Este ya pasado d¨ªa 5 se nos han recordado los logros alcanzados, se han puesto de manifiesto los desastres ambientales que todos conocemos, pero se ha echado en falta algo no tan epid¨¦rmico como nuestra generalizada ausencia de compromiso con los otros miembros de la naturaleza: fauna, flora, atm¨®sfera, agua... Sin una sincera interiorizaci¨®n de nuestra humilde posici¨®n en el ecosistema, todos los 5 de junio no ser¨¢n sino una hoja m¨¢s del calendario, en el mejor de los casos realizado en papel reciclado. Por ello, cada 5 de junio ha de convertirse en un punto de arranque, una fecha a partir de la cual reanudemos con ¨¢nimo renovado el esfuerzo para que nuestro paso por este planeta deje plantadas semillas que generaciones venideras recojan. Miremos hacia la historia y no seamos nuevos caballos de Atila.
Este a?o desde Naciones Unidas se ha incidido en un elemento ineludible de nuestra (no se pierda de vista) necesidad de subsistencia, el agua; recurso del que directamente muchos se ven privados, otros tantos la usan en unos niveles paup¨¦rrimos de calidad, mientras que unos pocos, s¨®lo unos pocos de los cerca de 5 mil millones de personas que poblamos la tierra nos permitimos no valorarla en la dimensi¨®n exacta de su misma escasez, derrochando lo que, ni m¨¢s ni menos, es una fuente esencial de vida. Agua que nos cuesta lo que el esfuerzo de abrir un sencillo grifo, quiz¨¢ por ello mismo, porque sabemos que siempre y para muchos desde siempre est¨¢ ah¨ª, es por lo que no la aprovechamos con el mimo que un bien tan escaso se merece.
Y volvemos al comienzo. Todos los 5 de junio no representan una jornada en la que unos pocos alarmistas tratan de concienciarnos de algo que ocurre fundamentalmente en otros continentes. Cada uno de ellos ha de ser un ejercicio de balance en torno a la generosidad que hayamos podido dar a los que no han tenido la suerte de vivir en este primer mundo. La solidaridad tambi¨¦n va por ellos.
Esteban Arlucea es profesor de Derecho Ambiental en el Centro Asociado de la UNED en Vizcaya.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.