Viejo y nuevo militarismo
En un principio, era de temer que se encontrase en curso una investigaci¨®n destinada a conocer qui¨¦nes hab¨ªan sido los soldados que efectuaron las fotograf¨ªas del interior y de las ruedas del Ilyushin-76, gracias a las cuales result¨® posible escapar del laberinto de las palabras oficiales en el tema de los transportes militares. No obstante, en la historia pol¨ªtica de Espa?a siempre encuentra su lugar el esperpento y ahora resulta que los soldados no eran soldados, sino miembros de una ONG dirigida por cierto padre ?ngel, con Ana Botella de presidenta honoraria. Los "mensajeros de la paz", antes ocupados en organizar el D¨ªa de los Abuelos y ahora pasados a Irak, hab¨ªan sido sorprendentemente invitados al riesgo del vuelo militar de carga en un avi¨®n defectuoso, cerrando el c¨ªrculo de los desprop¨®sitos que las fotos fueran tomadas por indicaci¨®n del ministro y con destino a una revista del Ministerio de Defensa. Con anterioridad hab¨ªa afirmado Federico Trillo que dichos transportes eran perfectamente seguros, ten¨ªan el aval de la OTAN y, en consecuencia, nada cab¨ªa hacer hasta que concluyera la investigaci¨®n. Un tupido velo cubr¨ªa la cascada de cat¨¢strofes que siembra la historia del Yak¨®lev 42, la p¨¦sima fama que afecta a los viejos aparatos de la desaparecida URSS y las protestas de los usuarios forzosos de los mismos.
Pero ante las im¨¢genes de promoci¨®n oficial no serv¨ªa excusa alguna y la seguridad de las palabras del ministro de Defensa se convirti¨® en puro ejercicio de encubrimiento, reforzado por las disposiciones adoptadas en el Ej¨¦rcito del Aire al prohibir toda emisi¨®n de informaciones y opiniones de origen interno sobre la cat¨¢strofe de Trebisonda. Regresa as¨ª la antigua tendencia a declarar tab¨² las cuestiones espinosas referidas a las Fuerzas Armadas. En su intervenci¨®n parlamentaria, por si hubiera alguna duda, Trillo proclama la grandeza de las misiones humanitario-militares, Irak incluido; elogia ese "buen avi¨®n" que es el Yak-42 reci¨¦n pasada la ITV (olvid¨® decir que en Ucrania), y al hablar sin recato de ausencia de quejas sobre los transportes olvida cuanto ha sido hecho p¨²blico por las familias de las v¨ªctimas. La cat¨¢strofe pudo deberse a un fallo humano, a la meteorolog¨ªa, a la torre de control o a una colina que se puso cerca del aeropuerto. Todo se ha hecho bien en su departamento y ninguna cr¨ªtica es razonable. Salimos de lo estrictamente militar: la b¨²squeda del secreto en el fondo de la cuesti¨®n y el lenguaje autoritario del ministro nos devuelven al espacio propio del militarismo hispano, uno de los componentes menos atractivos de nuestra historia contempor¨¢nea.
Desde que Alfred Vagts escribiera su Historia del militarismo, est¨¢ clara la distinci¨®n siempre, y la oposici¨®n muchas veces, entre los t¨¦rminos "militar" y "militarismo". El ¨¢mbito de lo militar abarca todo aquello que se refiere, en los planos sociol¨®gico, institucional y t¨¦cnico, a lo que Maquiavelo llam¨® "el arte de la guerra". "Militarismo" alude, en cambio, a una extrapolaci¨®n indebida de lo militar, esto es, a la pretensi¨®n, bien por parte de componentes de un ej¨¦rcito, bien por grupos sociales o pol¨ªticos determinados, de imponer, mitific¨¢ndolos, el sistema de valores castrenses y sus intereses al resto de la sociedad. "El militarismo -explica Vagts- est¨¢ constituido de manera que puede llegar a bloquear y a destruir los objetivos de la l¨®gica militar", pues su meta es la impregnaci¨®n de la sociedad en su conjunto, con la posibilidad consiguiente de que la dimensi¨®n t¨¦cnico-militar resulte marginada o subordinada. Incluso en aquellos casos en que el militarismo era el fruto de los espl¨¦ndidos rendimientos de una m¨¢quina de guerra, como ocurriera en la Alemania de Guillermo II o en el Jap¨®n anterior a 1941, su hegemon¨ªa desemboc¨® en un desastre en el plano b¨¦lico y en una profunda crisis tanto del sistema pol¨ªtico como de la sociedad civil. Se cumple as¨ª la advertencia de Talleyrand que siempre nos recordaba en sus clases un profesor de Teor¨ªa del Estado de nombre Manuel Fraga: con las bayonetas pueden hacerse muchas cosas, salvo sentarse sobre ellas.
Adem¨¢s, el militarismo espa?ol no fue precisamente la envoltura ideol¨®gica de un aparato guerrero de cierta val¨ªa. Las cr¨®nicas period¨ªsticas y las fotograf¨ªas de los quintos api?ados como sardinas en lata en los barcos de la Trasatl¨¢ntica del marqu¨¦s de Comillas, camino de Cuba a fines del siglo XIX, anticipo de la fotograf¨ªa en que vemos a nuestros soldados reales o ficticios de hoy con la carga sujeta con cadenas a sus espaldas del Ilyushin 76, remiten a una concepci¨®n de las actuaciones militares en las que el criterio de eficacia estuvo casi siempre ausente, en el orden t¨¦cnico, y donde el cuidado de los hombres fue la ¨²ltima de las preocupaciones. Las palabras del ministro Trillo ante la Comisi¨®n de Defensa el d¨ªa 4, ignorando incluso lo que dicta el buen sentido sobre todo material heredado de la URSS, recordaban la inconsistencia de las declaraciones pronunciadas ante el Parlamento de la Restauraci¨®n a favor del contrato leonino con la Trasatl¨¢ntica. Las circunstancias de fondo, ciertamente son otras. A lo largo de casi dos siglos, la deformaci¨®n militarista tuvo por origen la macrocefalia de un cuerpo de oficiales, surgida en las guerras de la p¨¦rdida del imperio y su integraci¨®n como casta privilegiada en un r¨¦gimen olig¨¢rquico sobre el cual interven¨ªan de forma constante. Los espadones al frente del Gobierno, con el jugoso mando en Cuba o ennoblecidos en la Pen¨ªnsula, eran la cara de una moneda cuya cruz consist¨ªa en una armada de marineros en tierra, con barcos en muchos casos inh¨¢biles para el combate, y de soldados que, con la excepci¨®n del m¨¢user, se encontraban mal armados, sin entrenamiento y m¨ªseramente dotados de servicios. La distribuci¨®n del presupuesto en beneficio de los primeros, con el a?adido de la corrupci¨®n, impon¨ªa su ley. El resultado fue un corporativismo nacionalista en nombre del cual el Ej¨¦rcito, a falta de una defensa eficaz de intereses concretos, hizo de los propios el norte de una actuaci¨®n amparada bajo una entidad metaf¨ªsica denominada Honor de la Patria. Lo que pensaban buena parte de los espa?oles y lo que les sucediera a los soldados resultaba irrelevante o constitu¨ªa una ofensa inadmisible, como el mismo Franco nos cuenta en su Diario de una bandera y en Raza. As¨ª, en el 98, recordemos para siempre la gloria de los ¨²ltimos de Filipinas y olvidemos que el archipi¨¦lago fue abandonado dejando all¨ª a miles de soldados expedicionarios, a muchos de los cuales les esperaban la esclavitud y la muerte. Un miles gloriosus como Weyler propon¨ªa llevar 50.000 soldados, precursores seguros de los balseros, a invadir sin barcos los Estados Unidos desde las costas de Cuba, y al buque-insignia de Cervera no le funcionaban ni los botes de salvamento. En suma, gotas de hero¨ªsmo en un oc¨¦ano de errores. Marruecos no fue mejor, si bien all¨ª se forjaron los instrumentos militares para la conquista de la Pen¨ªnsula en 1936. El africanismo de la derecha espa?ola, inexplicable en t¨¦rminos de intereses
reales, descubri¨® entonces su verdadera raz¨®n de ser: seg¨²n advirtiera C¨¢novas, el Ej¨¦rcito constitu¨ªa la v¨¢lvula de seguridad del sistema.
Todo lo anterior es un mal recuerdo del pasado por lo que toca a la instituci¨®n militar, sobre todo tras las profundas transformaciones experimentadas desde la transici¨®n. Curiosamente, tal y como hemos podido comprobar en los ¨²ltimos meses, no sucede lo mismo con la derecha pol¨ªtica, hoy encabezada por el Gobierno Aznar. Permanece apegada a la imagen de una grandeza nacional fruto de acciones militares en el exterior, ahora con la m¨¢scara de humanitarias, que por el solo hecho de ser decididas se tornan indiscutibles, con el supremo aval de la alianza antiterrorista con los Estados Unidos. Si la oposici¨®n parlamentaria se atreve a ponerlas en tela de juicio, ello s¨®lo es prueba de su irresponsabilidad y en vez de argumentos se hace merecedora de descalificaciones. Sobre una opci¨®n de fondo com¨²n, la diferencia entre el comportamiento de Aznar y el de Tony Blair ante los respectivos Parlamentos es de sobra ilustrativa. Blair manipul¨® la realidad, aportando datos cuya falsedad va quedando al descubierto progresivamente, pero es que Aznar se limit¨® a un par de profesiones de fe atlantistas y a la afirmaci¨®n de una falsa evidencia, que Sadam Husein constitu¨ªa un enorme riesgo, para a continuaci¨®n descargar su ira sobre la izquierda. Si compartimos la idea de que el inter¨¦s de la patria coincide con el de los Estados Unidos por el denominador com¨²n antiterrorista, todo lo dem¨¢s sobra. Con gesto austero y marcial ante los diputados, Trillo aplica a la cat¨¢strofe de Trebisonda la misma receta. El fin sagrado impone "la prudencia en las valoraciones", l¨¦ase la confianza en el Gobierno, y nada importa que olvide en su discurso datos como el viraje dado por otros pa¨ªses en su pol¨ªtica de transportes de personal en la OTAN o sobre el estado efectivo de esos maravillosos residuos de la aviaci¨®n civil sovi¨¦tica. Buenos aviones, salvo cuando son fotografiados en vuelo. Desde Lisboa, Aznar refrenda el discurso de autoridad.
Al militarismo desencadenado en Washington responde aqu¨ª de este modo un militarismo dependiente, no generado en los halcones del Pent¨¢gono como Paul Wolfowitz, sino sorprendentemente en medios civiles de una derecha conservadora que recupera los viejos h¨¢bitos para justificar, nunca explicar, nuestra activa y desaforada participaci¨®n en el proyecto del Nuevo Siglo Americano. Ning¨²n contacto con la realidad, por favor, ya que entonces el castillo de naipes se desplomar¨ªa. En estas mismas p¨¢ginas, la ministra Ana de Palacio receta a los lectores un art¨ªculo acerca de las virtudes y venturoso futuro de la OTAN, en el que no hay una sola l¨ªnea sobre las implicaciones de la reciente crisis. De los tres gloriosos promotores de la conquista de Bagdad, el Gobierno espa?ol es el ¨²nico al que parece no importar que el esc¨¢ndalo de que las famosas Armas de Destrucci¨®n Masiva iraqu¨ªes se hayan convertido, como explica Time, en Armas de Desaparici¨®n Masiva, por su inexistencia. Toda la argumentaci¨®n que justific¨® la invasi¨®n pudo haber sido un gigantesco fraude forjado por el clan guerrero que rodea a Bush el Joven con el fin de dar un salto estrat¨¦gico decisivo en el control de Oriente Medio. Un comportamiento de sobra conocido en el pasado de los fascismos, pero que honra bien poco a una democracia, y menos a¨²n si su materializaci¨®n ha hecho a?icos lo que quedaba de las Naciones Unidas. Y como en el pasado, nuestro militarismo, ahora de origen civil, es ciego y pobre en recursos. Si de esa insuficiencia t¨¦cnico-militar surge una cat¨¢strofe, es achacada a causas externas; si nuestra implicaci¨®n en una guerra imperialista se ha apoyado sobre un fraude criminal que adem¨¢s desemboca en un callej¨®n sin salida pol¨ªtico y en una cat¨¢strofe en cuanto a la opini¨®n del mundo ¨¢rabe sobre Occidente, no importa. Ni un gesto de autocr¨ªtica, ni una palabra de informaci¨®n sincera a la opini¨®n p¨²blica. Encontrar las armas es importante para do?a Ana de Palacio por "el inter¨¦s medi¨¢tico", no por haber sido el falso pretexto para una guerra. La justicia y la paz no cuentan. Por fin, si en vez de conseguir algo efectivo con todo ello frente a nuestro particular terrorismo nos ponemos como blanco del que surge a partir de un medio que antes nos consideraba favorablemente, al convertirnos en uno de los tres componentes del eje del Mal definido por los Hermanos Musulmanes, basta con descalificar una vez m¨¢s a quien sugiera tal enlace (ejemplo: Casablanca). Lo ¨²nico seguro es que ante una indicaci¨®n de Bush, nuestro leal servidor dir¨¢ como el personaje de Las mil y una noches: "Escucho y obedezco".
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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