Europa y la dignidad humana
La respuesta de los ciudadanos europeos, con manifestaciones masivas en las ciudades m¨¢s importantes de nuestro continente, frente a la apuesta por la invasi¨®n de Irak, fuera de la legalidad internacional, de Bush, Blair y sus aliados europeos, Berlusconi y Aznar, es un signo claro de la existencia de unos valores que unen a los europeos y que son una esperanza para equilibrar lo que Habermas llama "el unilateralismo hegem¨®nico de Estados Unidos" (vid. EL PA?S de 4 de junio). No creo que esos valores hayan perdido fuerza por el ¨¦xito mundial alcanzado, como afirma el respetado profesor alem¨¢n. Por el contrario, creo que profundizar en ellos, que es casi como reclamar una vuelta a la Ilustraci¨®n, es un instrumento para reforzar la identidad europea en este momento del gran debate constitucional. Ya el art. I-2 del proyecto presentado por la Convenci¨®n sit¨²a al respeto de la dignidad humana como primer fundamento de la Uni¨®n. Tambi¨¦n aparece en la parte II, donde se une la "Carta de los derechos fundamentales de la Uni¨®n", tanto en el Pre¨¢mbulo como en el art¨ªculo II-1, que se?ala la inviolabilidad de la dignidad humana y la necesidad de su respeto y protecci¨®n. Es bueno empezar por la dignidad humana, que cristaliza como tal en Europa desde los humanistas hasta Kant. De ella derivan todos los dem¨¢s valores y es la ra¨ªz y el cimiento de la ¨¦tica p¨²blica europea.
La idea de dignidad se ha presentado como un concepto complejo, multiforme, que se ha ido perfilando a lo largo del tiempo, a?adi¨¦ndose matices y ampliando su espacio intelectual. En todo caso, ha adquirido, a partir del tr¨¢nsito a la modernidad, una creciente presencia como principio de principios, como valor de valores, con una mezcla de dimensiones f¨¢cticas y de deber ser que le convierten en una de las claves de b¨®veda de la identificaci¨®n de los seres humanos y del espacio p¨²blico en que se desarrolla. La distinci¨®n entre ¨¦tica p¨²blica y ¨¦tica privada encaja en los matices de esa dignidad humana, que expresa mejor que nada la idea del hombre moderno centro del mundo y centrado en el mundo, y que desarrolla su itinerario vital en la sociedad liberal democr¨¢tica y social que es la gran aportaci¨®n de Europa a la cultura. Despu¨¦s la ha extendido, en los siglos XVI, XVII y XVIII, a los mundos donde los europeos exportaron las creaciones de la raz¨®n, que comenzaron a germinar con viejos materiales cl¨¢sicos, especialmente de Grecia y Roma, y con los nuevos que se a?adieron a partir del Renacimiento. S¨®lo desde la ignorancia, los dirigentes americanos del nuevo imperio pueden hablar con desprecio de la "vieja Europa". Aunque es inquietante, porque significa una mentalidad que, manteniendo formas y palabras de esa herencia europea, como democracia y paz por el Derecho, construye en realidad un pensamiento m¨¢s basado en la idea de hegemon¨ªa de la fuerza, en la sustituci¨®n de los principios por los intereses y en la rehabilitaci¨®n de nociones siniestras como la de la dial¨¦ctica amigo-enemigo y la idea del odio como motor de la vida pol¨ªtica.
Por eso es esencial que Europa mantenga sus signos de identidad, sus aportaciones universales, creadas como un n¨²cleo de buen sentido, que culmin¨® en el Siglo de las Luces y que signific¨® la devoluci¨®n de la aut¨¦ntica dignidad a los seres humanos, capaces de autodeterminarse, de andar por s¨ª mismos, como dec¨ªa Kant.
La misma depuraci¨®n del sentido de la idea de dignidad humana ayuda a entender su significado m¨¢s profundo. As¨ª nos encontramos con dos modelos de dignidad, la que podemos llamar dignidad heter¨®noma y la dignidad aut¨®noma. La primera tiene una ra¨ªz y un fundamento exterior al ser humano, en la realidad social y en el rango que el hombre ocupa en ella, en el Derecho, en la riqueza o en su semejanza con un ser superior, con Dios. La segunda, que es la que cristalizar¨¢ en la Ilustraci¨®n, es la dignidad que he denominado aut¨®noma, trae causa del hombre mismo y se encuentra en la propia condici¨®n humana.
La dignidad heter¨®noma, de car¨¢cter social, se expresa como honor, cargo o t¨ªtulo, como apariencia o como imagen que cada uno representa o se le reconoce en la vida social. Es una idea propia de sociedades estamentales, organizadas por castas, por rangos, por ¨®rdenes cerrados, donde la hipertrofia del rango y de la jerarqu¨ªa privar¨¢ a los inferiores de dignidad y donde adem¨¢s no cabe la igual dignidad si ¨¦sta pretende ser un m¨ªnimo de autonom¨ªa personal, un coto vedado a las intromisiones externas. El primer texto en que aparecen las dos ideas de dignidad y donde el autor se inclina por la concepci¨®n aut¨®noma es La controversia acerca de la nobleza, de Buonnacorso de Montamagno, de 1428, que es un di¨¢logo entre dos j¨®venes que se presentan ante Lucrecia, hija de un noble romano, para justificar qui¨¦n es el m¨¢s noble, es decir, el m¨¢s digno. El primero, Publio Cornelio, hablar¨¢ de la gloria de sus antepasados y de sus riquezas, es decir, de la idea de dignidad como rango o jerarqu¨ªa social. El segundo, Gaio Flaminio, considerar¨¢ que la verdadera nobleza "no se basa en la gloria de otro hombre, ni en los pasajeros bienes de la fortuna, sino en la virtud del propio hombre..."; de todas formas, no podemos reducir esta mentalidad s¨®lo a la Edad Media, es toda una modalidad de pensamiento propia de las sociedades cerradas que recorre la historia bajo diversas formas y que en los dos ¨²ltimos siglos se presenta bajo la cobertura del economicismo, donde la dignidad deriva de la riqueza. Es una creencia s¨®lida, aunque a mi juicio profundamente err¨®nea, que sustituye los principios por intereses y que sigue muy presente en los comportamientos humanos actuales.
El segundo tipo de dignidad heter¨®noma lo hemos identificado con la idea de que esa dignidad deriva de nuestra semejanza con Dios, lo que impide igualmente la autonom¨ªa humana si esta semejanza es interpretada desde una iglesia que monopoliza la idea de Dios, o si se plantea desde el agustinismo pol¨ªtico, que produce el mismo efecto al negar la autonom¨ªa del individuo en el uso de la raz¨®n y en la b¨²squeda de la verdad. Para ese modelo, la luz del hombre no ser¨¢ propia, sino s¨®lo derivada de la luz de Dios. Sin ella no cabe nada, ni siquiera la dignidad, s¨®lo ser¨¢ posible una dignidad heter¨®noma, es decir, dependiente de la luz divina, interpretada por la Iglesia. Por eso la modernidad producir¨¢ como reacci¨®n el proceso de liberaci¨®n de esas ataduras como humanizaci¨®n y como racionalizaci¨®n y que tendr¨¢n como objeto la devoluci¨®n al hombre de su propia dignidad, es decir, de la dignidad humana aut¨®noma. Por eso se hablar¨¢ de movimien-to ilustrado, de iluminismo, porque se pretende que el ser humano pueda brillar con luz propia. El siglo XVIII es el siglo de la devoluci¨®n de la luz al hombre, as¨ª como de su dignidad propia.
Aunque encontramos rastros de la idea de dignidad aut¨®noma en las civilizaciones orientales antiguas, en Israel y en Grecia y Roma, ser¨¢ en el tr¨¢nsito a la modernidad donde la dignidad alcanzar¨¢ su plena dimensi¨®n como dignidad aut¨®noma. Estamos ya en el humanismo del hombre centro del mundo. Se desarrollar¨¢ una gran confianza en el poder y en el ingenio del hombre y todos los autores producir¨¢n una exaltaci¨®n del individuo, una reivindicaci¨®n de la libertad del hombre y de su competencia y su capacidad para razonar y para construir con autonom¨ªa en el campo del arte, de la literatura y de la cultura. Una mezcla de estoicismo y epicure¨ªsmo, de defensa de la igual condici¨®n humana y del "carpe diem" de Horacio convertido en el "Cuillez d¨¨s aujourd'hui les roses de la vie" de Ronsard, marcar¨¢ el nuevo tiempo de la moderna dignidad. El hombre estar¨¢ tambi¨¦n centrado en el mundo.
Frente al agustinismo pol¨ªtico que aparecer¨¢ en la obra de Inocencio III sobre La miseria del hombre, que reproduce las cr¨ªticas agustinianas, con duras palabras contra la mundaneidad y contra los horrores producidos por el individuo, reaccionar¨¢ Gianozzo Mannetti con su De dignitate et excelentia hominis, donde elogia "... la inconmensurable dignidad y excelencia del hombre" y "los extraordinarios talentos y raros privilegios de su naturaleza"; as¨ª, poco a poco, el centro del debate pasar¨¢ de nuestra semejanza con Dios a nuestras diferencias con los restantes animales. La moderna idea de dignidad no ser¨¢ incompatible con la fe ni con la creencia religiosa. Creyentes y no creyentes se pueden agrupar en igualdad de condiciones en torno a la idea de dignidad, pero la mediaci¨®n de las iglesias, sobre todo con su idea del monopolio de la verdad, con su estructura jer¨¢rquica, desigualitaria y juridificada, y con su distinci¨®n entre justos y pecadores, dificulta la posibilidad de construir esa idea de dignidad desde la adhesi¨®n a una iglesia. La religiosidad de una persona incrementar¨¢ subjetivamente su dignidad, en lo que Maritain llamaba humanismo integral, es decir, el humanismo integrado por la fe en Cristo, y supondr¨¢ para ¨¦l la vinculaci¨®n de su humanidad con una idea trascendente; sin embargo, eso no supone la existencia de dos dignidades de diferente nivel, ni un predominio de la dignidad de ra¨ªz religiosa. Precisamente una de las claves de la ¨¦tica p¨²blica de la modernidad es el derecho a la libertad religiosa e ideol¨®gica de los ciudadanos. No hay un status de privilegio porque la dignidad humana es la base de la ¨¦tica de los valores, de los principios y de los derechos, la ¨¦tica p¨²blica, cuyo destinatario es el ciudadano y no el creyente. La clave es la igual condici¨®n de todos los seres humanos con independencia de sus creencias ¨²ltimas, porque la clave de la dignidad la proporcionan unos rasgos humanos que son comunes a creyentes y no creyentes.
As¨ª, todas las aportaciones, plurales pero muy coincidentes, incidir¨¢n en seis rasgos que nos distinguen de los animales, cada autor acentuando aquellos que le parecen m¨¢s relevantes. Pico de la Mir¨¢ndola, Lorenzo Valla, Angelo Poliziano, Pietro Pomponazzi o, ya en los albores del siglo XVII, Giordano Bruno, ser¨¢n autores fundamentales en la Italia del Renacimiento. Tambi¨¦n en Espa?a P¨¦rez de la Oliva, Juan de Brocar y Francisco Regio, estos ¨²ltimos en las "laudes litterarum", elogios o paneg¨ªricos a las letras o la gram¨¢tica, defendieron la dignidad humana en aperturas de curso en Valencia o en Salamanca y ya en el siglo XVIII Voltaire, el Rousseau de la Profesi¨®n de fe de un vicario de Saboya, y Kant, que racionaliza los rasgos de la dignidad y nos atribuye la condici¨®n de seres de fines que no podemos ser utilizados como medios y que no tenemos precio. Hoy los seis rasgos que identifican nuestra dignidad son a la vez un dato de nuestra condici¨®n y un deber ser que marca el desarrollo de la dignidad, desde el ser al deber ser, matizando la llamada falacia naturalista. Somos seres capaces de decir no, de razonar y de construir conceptos generales, de crear belleza con nuestra raz¨®n mezclada con nuestros sentimientos y nuestras emociones, de comunicarnos y de dialogar, de vivir en una sociedad fuerte bajo un sistema de normas que limiten nuestro ego¨ªsmo, que reparta la escasez y que resuelva los conflictos con un tercero imparcial y, por fin, somos seres morales, de una ¨¦tica privada, para escoger libremente caminos de virtud, de bien, de felicidad o de salvaci¨®n. Y estas capacidades se pueden convertir en realidad, expresan un deber ser realizable, en una sociedad bien ordenada, que tendr¨ªa como fin en su acci¨®n pol¨ªtica y en su derecho que todas las personas puedan desarrollar todas esas capacidades de su dignidad. La dignidad es a la vez el punto de partida y el punto de llegada en una sociedad democr¨¢tica, en una sociedad de hombres libres. Por eso Europa, la vieja y la nueva, deben tener en la dignidad humana el referente axiol¨®gico m¨¢ximo, su supremo ideal de justicia, y en eso creo que, aunque estemos en un valor universal como dice Habermas, es una obra de Europa y como tal debemos considerarla.
Gregorio Peces-Barba Mart¨ªnez es rector de la Universidad Carlos III de Madrid.
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