No hay descanso para el doctor Poleze en Congo
Un cirujano italiano realiza 15 operaciones al d¨ªa en un hospital que atiende a desplazados en Bunia
El cirujano Vincenzo Poleze, napolitano de 58 a?os, acaba de finalizar una de las 15 operaciones que realiza al d¨ªa. Se deja caer sobre una bancada de madera en el exterior de lo que debi¨® ser un supermercado y enciende un cigarrillo. Cuando pasa delante de ¨¦l un paciente se incorpora y acude a interesarse por su recuperaci¨®n.
El hospital de M¨¦dicos Sin Fronteras (MSF), pr¨®ximo al aer¨®dromo de Bunia, bulle en una multitud de lisiados y enfermos que se mueven con dificultad. Situado junto al campamento de los desplazados, recibe a diario decenas de consultas. "Tenemos ingresadas a 80 personas", dice Fred Meylan, responsable de MSF en la capital de Ituri (noreste de la Rep¨²blica Democr¨¢tica de Congo), "un tercio son heridos de bala o arma blanca".
"No s¨¦ explicar por qu¨¦ hago este trabajo; quiz¨¢ porque as¨ª me siento ¨²til"
A ras de suelo, en una sala rectangular, los reci¨¦n operados reposan sobre colchones: una mujer se empe?a en dar de comer a su marido y otro hombre le quita las moscas a su hijo de cuatro a?os con un cart¨®n. No quieren hablar con los periodistas ni MSF lo permite, para preservar su intimidad. Siete expatriados y unos 100 congole?os contratados trajinan por el centro para sacar adelante el trabajo que ya no puede sostener el Hospital General, arrasado por la milicia lendu. "Hace unos d¨ªas nos llegaron pacientes que huyeron de ¨¦l campo a trav¨¦s", dice Fred.
Poleze viste bata verde, tiene las manos cortas y unos dedos delgados. Es su cuarto a?o como voluntario de MSF. Ha estado en Burundi, Costa de Marfil y Angola durante la guerra civil, entre otros destinos. "En Kuito oper¨¦ a 900 personas y aqu¨ª, en Bunia, tras casi 50 d¨ªas, debo de llevar 600". "No s¨¦ explicar por qu¨¦ hago este trabajo; quiz¨¢ porque as¨ª me siento ¨²til", dice el cirujano.
Meylan pulula nervioso de un lado a otro, multiplic¨¢ndose. Est¨¢ quejoso de que una organizaci¨®n como el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que en Bosnia y otros conflictos trat¨® a desplazados, no est¨¦ en Bunia para organizar el campamento del aeropuerto, y de que la Misi¨®n de Naciones Unidas en Congo (Monuc) no preste su ambulancia para emergencias civiles.
En el terreno donde se yergue el hospital de MSF trabajan Unicef, muy activo en Bunia, y Cooperaci¨®n Internacional (Coopi). Se encargan de los ni?os desnutridos. Una ONG local, Programa de Asistencia a Vulnerables, hermanada con Save The Children, se concentra en los sin familia. Sus dos responsables, Abel y Marie Glorie, les dan alimento y techo. Son 12 chiquillos, la mayor¨ªa menores de 14 a?os. "Tenemos familias candidatas para adoptarlos, que los cuidan hasta que aparecen las verdaderas. No siempre murieron los padres; tambi¨¦n hay abandonos y extraviados en la huida. Desde que comenzamos en 1998, hemos ayudado a 200 ni?os"; dice Abel.
Claude tiene 10 a?os. Viv¨ªa en Komanda, a 75 kil¨®metros al sur de Bunia. Lleg¨® el 7 de junio. "Lo descubrimos en el campamento de desplazados", explica Marie Glorie, "estaba con una familia que no era la suya y se hallaba aislado". Claude echa de menos la escuela y las matem¨¢ticas, pero evita hablar de la guerra. Parece un ni?o triste y desorientado.
Gracias a Dios tiene 11 a?os, es feliz con su nombre y camina arrastrando una pierna vendada. "Me ca¨ª de un ¨¢rbol de mango", dice con cara de pillo. Desde su bancada de descanso, el cirujano le observa satisfecho. Meylan, que se mueve de un lado a otro allanando obst¨¢culos, habla de los desplazados a Beni, a unos 160 kil¨®metros al sur de Bunia. "No hay censos, pero si en Bunia viv¨ªan 150.000 personas y han escapado 50.000 y otras tantas quedan en la ciudad, falta un tercio que nadie sabe d¨®nde est¨¢". Los dos aviones franceses Mirage que sobrevuelan a diario Ituri tienen como misi¨®n intimidar a las milicias y fotografiar el terreno. Una fuente humanitaria cree que no denuncian lo que ven para no verse forzados a intervenir fuera de la ciudad.
Poleze enciende otro cigarrillo. "Lo s¨¦", se excusa levantando las manos, "fumo demasiado". El m¨¦dico tiene recuerdos muy duros -"estoy acostumbrado a la muerte y a sobrevivir con poco"-, y otros amables, como cuando en Mavinga (Angola) salv¨® la vida a un ni?o de cinco d¨ªas tras operarle el recto. "Me gustan los partos. No s¨¦ si para compensar tanta desgracia, pero traer un beb¨¦ a la vida es una alegr¨ªa". Poleze est¨¢ casado y tiene dos hijas, una es psiquiatra y otra trabaja en Cinecit¨¢. "Cuando regreso a casa no cuento nada. Mi familia comprende mi decisi¨®n de estar aqu¨ª, pero tengo que respetar su modo de vida. En lugares como ¨¦ste he aprendido a crecer". Con los compa?eros de trabajo sucede algo parecido: "?C¨®mo les voy a contar todo esto? Jam¨¢s lo entender¨ªan. Son realidades diferentes. Ser¨ªa un choque cultural".
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