Presentimiento
ACODADO SOBRE la barandilla de popa, el joven s¨®lo retir¨® su mirada del cada vez m¨¢s alejado litoral cuando las sombras del atardecer disiparon en el horizonte el agitado vuelo de un pa?uelo blanco, que ya, a esa distancia, cualquiera hubiera tomado por una gaviota. Se retir¨® entonces a su camarote y no dej¨® de llorar hasta arribar a la bah¨ªa de Tokio. No era el suyo un llanto de desesperaci¨®n, sino de vaga melancol¨ªa, la inmotivada que acongoja a un joven estudiante de veinte a?os cuando intuye que le ha sido revelado un secreto fundamental de la vida, casi sin darse cuenta, a trav¨¦s de una experiencia trivial. Todo hab¨ªa ocurrido durante los cuatro d¨ªas de excursi¨®n vacacional en los que se hab¨ªa encaminado hacia la pen¨ªnsula de Izu, un pintoresco trayecto enaltecido por la belleza oto?al, porque, en el transcurso de esta ruta, el azar le junt¨® con un peque?o grupo de c¨®micos ambulantes, entre los cuales ¨¦l qued¨® de inmediato fascinado por el peculiar encanto de una adolescente, quiz¨¢ de unos 17 a?os, elegantemente ataviada a la antigua usanza, como correspond¨ªa a quien desempe?aba el papel de bailarina.
Como la mutua simpat¨ªa entre los a¨²n muy j¨®venes se desarrolla con timidez, en este caso acrecentada por la diferencia social que separaba a un estudiante de Tokio de una c¨®mica ambulante, el naciente afecto entre ambos estuvo sembrado m¨¢s por miradas furtivas y gestos impremeditados, que por la palabrer¨ªa con la que se enredan los adultos. De esta manera, el joven, no en el momento en que se produc¨ªa, sino despu¨¦s, not¨® que su cuerpo quedaba tatuado por una sucesiva serie de v¨ªvidas im¨¢genes, como, por ejemplo, la del sofisticado peinado de la bailarina, cuya armoniosa arquitectura parec¨ªa retener teatralmente el momento en que, libre de las ataduras de su andamiaje, su hermos¨ªsima cabellera negra se desplomase en cascada sobre sus blancos hombros, una prodigiosa visi¨®n que tuvo lugar, cuando, casualmente, durante una de las jornadas del viaje, descubri¨® el maravilloso cuerpo desnudo de ¨¦sta al salir de los ba?os p¨²blicos, record¨¢ndole entonces sus esbeltas piernas los brotes tempranos de las paulonias. Fue tan intenso y turbador el placer que en este instante le embarg¨® que s¨®lo recobr¨® el perdido aliento al dejar escapar un hondo suspiro.
Cada vez m¨¢s ligados por estos y otros inocentes nudos silenciosos, que marcar¨ªan sus respectivos corazones con la huella indeleble de los inmaculados amores, que no llegan a nacer y carecen de futuro, estos j¨®venes enseguida se encontraron despidi¨¦ndose para siempre sin palabras en un sombr¨ªo muelle. He aqu¨ª concentrados, seg¨²n el breve relato de Yasunari Kawabata, titulado La bailarina de Izu, del que desconozco si hay alguna versi¨®n en castellano, no s¨®lo toda la poes¨ªa, la elegancia y el refinamiento del mejor arte japon¨¦s, sino la profunda lecci¨®n de c¨®mo percibimos mejor el sentido de nuestra existencia, incluso antes de que el positivo vivir nos aturda con sus f¨²tiles requerimientos.
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