Verdades y mentiras
En buena parte as¨ª es hoy el mundo, en efecto. Este horror. Basta con ver al presidente Bush diciendo en la Palestina pisoteada por Israel que el general Sharon es "un hombre de paz", o con o¨ªr al secretario de Defensa Rumsfeld anunciando al comienzo de la guerra de Irak que "ahora vamos a empezar a decir mentiras", para recordar el lema orwelliano de "Guerra es Paz", o su "Ministerio de la Verdad" encargado -como la tele hoy- de las noticias, el entretenimiento, la educaci¨®n y las artes. Y el "Gran Hermano" est¨¢ aqu¨ª, con su ojo omnividente: entra uno al metro de Madrid y se topa con un letrero optimista: "Tres mil c¨¢maras velan por tu seguridad". La maligna "Hermandad" secreta que amenaza la felicidad del mundo tambi¨¦n existe: es el omnipresente pero et¨¦reo e inasible terrorismo universal que justifica todos los abusos de las autoridades, como antes, durante medio siglo, las justific¨® el malvado comunismo (o, en el campo comunista, el malvado capitalismo). En cuanto a la guerra perpetua, estamos en guerra perpetua. "Para varias generaciones", advierte Bush.
Pero Orwell no describ¨ªa el mundo de pesadilla del futuro (1984 se public¨® en 1949), sino el del presente. El suyo, que, dejando a un lado la tecnolog¨ªa, sigue siendo el nuestro. Su papel no era el de un profeta que vaticina el porvenir, sino el de un observador atento que rinde testimonio de lo que est¨¢ pasando: un testigo.
Aunque, si se toma en su m¨¢s
Otro intelectual "comprometido" de esa ¨¦poca, el novelista franc¨¦s Andr¨¦ Malraux, durante a?os embarcado como el ingl¨¦s Orwell en la guerra social, en la lucha pol¨ªtica del socialismo y contra el fascismo, y hasta en el choque militar de la Guerra Civil espa?ola (antes de convertirse, en su vejez, en ministro de Cultura de Francia), explicaba sus hero¨ªsmos de los treinta a?os, y de los a?os treinta, con l¨²cida sencillez: "Estaba convencido de que no me iba a pasar nada".
Tal vez sea eso lo que hace hoy casi ilegible -o fatigosamente legible- la obra de ficci¨®n de George Orwell, en tanto que, sesenta o setenta a?os despu¨¦s de escritos, siguen valiendo la pena sus menos ambiciosos libros sobre la inmediatez de la realidad: el Sin blanca en Par¨ªs y Londres, el Homenaje a Catalu?a. ?stos guardan la frescura permanente de las obras de ficci¨®n, en tanto que sus deliberadamente ficticias pero pretenciosas fabulaciones de realidad han envejecido malamente. Y no porque los libros "period¨ªsticos" fueran m¨¢s objetivamente verdaderos, sino al rev¨¦s. Dice Orwell, a prop¨®sito del Sin blanca en Par¨ªs y Londres: "Creo que puedo decir que no he exagerado nada, salvo en el sentido en que todos los escritores exageran cuando seleccionan".
Y es que en sus libros period¨ªsticos, los de corresponsal de la injusticia, Orwell cuenta mentiras de escritor: o sea, verdades. En tanto que en sus obras de ensayista-novelista-pol¨ªtico-visionario, las que hicieron su fama, desarrolla verdades de pensador: o sea, mentiras. Y las mentiras no duran mucho, mientras que las verdades siempre siguen siendo las mismas. Motivo, siempre, de indignaci¨®n moral. La indignaci¨®n que hace que m¨¢s de medio siglo despu¨¦s de muerto, y en el vasto cementerio de escritores olvidados de su ¨¦poca, los escritos de George Orwell sobre las realidades de ese entonces merezcan todav¨ªa ser le¨ªdas, aunque est¨¦n mal escritas.
Y encima, vistas las cosas en torno, mucho me temo que Orwell vaya a seguir siendo una lectura recomendable dentro de otros cincuenta a?os.
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