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Reportaje:GEORGE ORWELL, UN TESTIGO DEL SIGLO XX

El camino hacia '1984'

El ¨²ltimo libro de George Orwell, 1984, ha sido siempre v¨ªctima, en cierto modo, del ¨¦xito de Rebeli¨®n en la granja, que la mayor¨ªa de la gente se conform¨® con interpretar como una clara alegor¨ªa sobre el triste destino de la revoluci¨®n rusa. Desde el momento en el que el bigote del Gran Hermano hace su aparici¨®n, en el segundo p¨¢rrafo de 1984, muchos lectores lo relacionan directamente con Stalin y caen en la tentaci¨®n de trasladar, punto por punto, la analog¨ªa que hab¨ªan aplicado al libro anterior. Aunque no hay duda de que el rostro del Gran Hermano es el de Stalin, igual que el del despreciado hereje del partido, Emmanuel Goldstein, es el de Trotski, ninguno de los dos coincide con su modelo tan exactamente como pasaba con Napole¨®n y Bola de Nieve en Rebeli¨®n en la granja. Aun as¨ª, el libro se comercializ¨® en Estados Unidos como una especie de panfleto anticomunista. Publicado en 1949, lleg¨® en plena era de McCarthy, cuando el "comunismo" hab¨ªa recibido la condena oficial por ser una amenaza monol¨ªtica y de alcance mundial, e intentar mostrar, siquiera, las diferencias entre Stalin y Trotski, era in¨²til, tan in¨²til como que un pastor intente ense?ar a sus ovejas los matices que sirven para reconocer a los lobos.

Se consideraba miembro de la "izquierda disidente", distinta de la "izquierda oficial", es decir, del Partido Laborista del que hab¨ªa empezado a considerar que pod¨ªa llegar a ser fascista
Comprendi¨® que, a pesar de la derrota del Eje, el deseo de fascismo no hab¨ªa desaparecido
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Adem¨¢s, la guerra de Corea (1950-1953) pronto iba a sacar a la luz la supuesta pr¨¢ctica comunista de la obediencia ideol¨®gica mediante el "lavado de cerebro", una serie de t¨¦cnicas basadas, al parecer, en el trabajo de I. P. Pavlov, que hab¨ªa entrenado a perros para que segregaran saliva a una se?al. El hecho de que en 1984 hagan a su protagonista, Winston Smith, algo muy parecido al lavado de cerebro, con todo su espantoso detalle, no extra?¨® a los lectores decididos a considerar la novela como una simple condena de las atrocidades estalinistas.

Sin embargo, ¨¦sa no era exac-

tamente la intenci¨®n de Orwell. Aunque 1984 ha aportado ayuda y consuelo a generaciones de ide¨®logos anticomunistas con sus propias respuestas pavlovianas, las ideas pol¨ªticas de Orwell no s¨®lo eran de izquierda, sino de extrema izquierda. Hab¨ªa ido en 1937 a Espa?a para luchar contra Franco y sus fascistas apoyados por los nazis, y all¨ª hab¨ªa aprendido r¨¢pidamente las diferencias entre el antifascismo aut¨¦ntico y el falso. "La guerra espa?ola y otros hechos ocurridos en 1936-1937", escribi¨® 10 a?os m¨¢s tarde, "inclinaron la balanza, y a partir de ah¨ª supe cu¨¢l era mi posici¨®n. Cada frase seria que he escrito desde 1936 ha ido orientada, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor de lo que considero socialismo democr¨¢tico".

Orwell se consideraba miembro de la "izquierda disidente", distinta de la "izquierda oficial", es decir, fundamentalmente, el Partido Laborista brit¨¢nico, del que en su mayor parte hab¨ªa empezado a considerar, ya antes de la II Guerra Mundial, que ten¨ªa la posibilidad de ser fascista, si es que no lo era ya. De forma m¨¢s o menos consciente, trazaba una analog¨ªa entre el laborismo brit¨¢nico y el Partido Comunista de Stalin; en su opini¨®n, ambos eran movimientos que aseguraban luchar por las clases obreras y contra el capitalismo, pero que en realidad s¨®lo estaban interesados en establecer y perpetuar su propio poder y s¨®lo se preocupaban por las masas a la hora de aprovechar su idealismo, su resentimiento de clase y su disponibilidad para ser una mano de obra barata y dejarse vender, una y otra vez.

Las personas de tendencia fascista -o, sencillamente, aquellos de nosotros demasiado dispuestos a justificar cualquier acci¨®n del Gobierno, tenga raz¨®n o no- se apresurar¨¢n a se?alar que esas ideas son anteriores a la guerra y que, en el momento en el que las bombas enemigas empiezan a caer sobre Gran Breta?a, a modificar el paisaje y producir v¨ªctimas entre amigos y vecinos, todo esto pierde importancia, e incluso resulta subversivo. Con la patria en peligro, se vuelve fundamental tener unos dirigentes firmes y unas medidas eficaces; si uno lo quiere llamar fascismo, all¨¢ ¨¦l, pero nadie estar¨¢ escuchando, salvo para o¨ªr cu¨¢ndo se acaban los bombardeos. Sin embargo, el hecho de que una discusi¨®n -y mucho m¨¢s una profec¨ªa- resulte de mal gusto en plena situaci¨®n de emergencia, no quiere decir necesariamente que sea un error. Se puede decir que, en ocasiones, el gabinete de guerra de Churchill se comport¨® como un r¨¦gimen fascista: censur¨® informaciones, control¨® precios y salarios, restringi¨® los viajes y subordin¨® las libertades civiles a las necesidades de guerra establecidas por ellos mismos.

Lo que dejan claro las cartas y los art¨ªculos de Orwell en la ¨¦poca en la que estaba escribiendo 1984 es su desesperaci¨®n por el estado del "socialismo" en la posguerra. Lo que, en tiempos de Keir Hardie, hab¨ªa sido una lucha honorable contra la conducta indiscutiblemente criminal del capitalismo respecto a la gente a la que utilizaba para extraer rentas y beneficios, en ¨¦poca de Orwell era ya una cosa vergonzosamente institucional, que se compraba y se vend¨ªa y, en demasiados casos, s¨®lo estaba interesada en mantenerse en el poder.

Parece que a Orwell le molestaba en particular la lealtad generalizada de la izquierda hacia el estalinismo a pesar de las pruebas abrumadoras sobre la crueldad del r¨¦gimen. "Por razones complejas", escribi¨® en marzo de 1948, cuando empezaba a revisar el primer borrador de 1984, "casi la totalidad de la izquierda inglesa ha acabado aceptando el r¨¦gimen ruso como 'socialista', pese a que reconoce en silencio que, tanto en esp¨ªritu como en la pr¨¢ctica, est¨¢ muy lejos de todo lo que significa 'socialismo' en este pa¨ªs. De ah¨ª que haya surgido una especie de corriente de pensamiento esquizofr¨¦nica, en la que palabras como 'democracia' pueden tener dos significados irreconciliables y cosas como los campos de concentraci¨®n y las deportaciones en masa pueden estar bien y mal al mismo tiempo".

Sabemos que esta "especie de

corriente de pensamiento esquizofr¨¦nica" es el origen de uno de los grandes logros de esta novela, que ha pasado a formar parte del lenguaje pol¨ªtico: la identificaci¨®n y el an¨¢lisis del doble pensamiento. Como describe el personaje Emmanuel Goldstein en Teor¨ªa y pr¨¢ctica del colectivismo olig¨¢rquico, un texto peligrosamente subversivo que est¨¢ prohibido en Ocean¨ªa y s¨®lo se menciona como el libro, el doble pensamiento es una forma de disciplina mental cuyo objetivo, deseable y necesario para todos los miembros del partido, es ser capaz de creer dos verdades contradictorias al mismo tiempo. No es nada nuevo, por supuesto. Todos lo hacemos. En psicolog¨ªa social se conoce desde hace mucho tiempo, con el nombre de "disonancia cognitiva". Otros lo llaman "compartimentaci¨®n". Algunos, como F. Scott Fitzgerald, han dicho que es s¨ªntoma de genio. Para Walt Whitman ("?me contradigo? Muy bien, me contradigo") era ser amplio y contener multitudes; para el aforista estadounidense Yogi Berra era llegar a una desviaci¨®n en el camino y tomar las dos direcciones; para el gato de Schr?dinger era la paradoja cu¨¢ntica de estar vivo y muerto al mismo tiempo.

Da la impresi¨®n de que la idea supuso para el propio Orwell un dilema, una especie de metadoble pensamiento -le repel¨ªa por su infinito poder de destrucci¨®n, al tiempo que le fascinaba por la posibilidad de llegar a trascender los opuestos-, como si hubiera una forma aberrante de budismo zen cuyos koans fundamentales fueran los tres lemas del partido, "la guerra es paz", "la libertad es esclavitud" y "la ignorancia es fuerza" y que sirviera para fines perversos.

La suprema encarnaci¨®n del doble pensamiento en la novela es el funcionario del Partido Interior O'Brien, el que seduce y traiciona, protege y destruye a Winston. Cree con total sinceridad en el r¨¦gimen al que sirve, pero puede personificar a la perfecci¨®n a un devoto revolucionario comprometido en la lucha para derrocarlo. Se considera una simple c¨¦lula del gran organismo del Estado, pero lo que recordamos es su individualidad, fascinante y contradictoria. Pese a ser un portavoz tranquilo y elocuente del futuro totalitario, O'Brien va revelando poco a poco una faceta desequilibrada, un distanciamiento de la realidad que asomar¨¢ con toda su fealdad durante la reeducaci¨®n de Winston Smith, en ese lugar de dolor y desesperaci¨®n llamado Ministerio del Amor.

Tambi¨¦n es el doble pensamiento la base de los superministerios que dirigen Ocean¨ªa: el Ministerio de la Paz se encarga de la guerra, el Ministerio de la Verdad cuenta mentiras, el Ministerio del Amor tortura y acaba matando a cualquiera al que considera una amenaza. Si todo esto parece de una perversidad irrazonable, recu¨¦rdese que en Estados Unidos, hoy d¨ªa, no parece que a muchos les moleste la existencia de una maquinaria de guerra llamada "Departamento de Defensa" ni les cueste decir las palabras "Departamento de Justicia" en serio, a pesar de las pruebas sobre las violaciones de derechos humanos y constitucionales cometidas por su brazo m¨¢s temible, el FBI. Nuestros medios de comunicaci¨®n, te¨®ricamente libres, tienen que presentar unas informaciones "equilibradas", en las que a cada "verdad" se le opone inmediatamente otra opuesta que la neutraliza. Todos los d¨ªas, la opini¨®n p¨²blica se ve sometida a la revisi¨®n de la historia, la amnesia oficial y las mentiras descaradas, y todo ello se designa con el benevolente t¨¦rmino de "versi¨®n", como si fuera algo tan inofensivo como una vuelta en un tiovivo. Sabemos que no es cierto lo que nos dicen, pero confiamos en que lo sea. Creemos y dudamos al mismo tiempo; parece que una de las condiciones del pensamiento pol¨ªtico, en un Estado moderno, es tener permanentemente opiniones contradictorias sobre la mayor¨ªa de las cosas. Ni que decir tiene que es un factor util¨ªsimo para quienes ocupan el poder y desean permanecer en ¨¦l, preferiblemente para siempre.

Junto a la ambivalencia de la izquierda respecto a las realidades sovi¨¦ticas, tras la II Guerra Mundial surgieron otras oportunidades de aplicar el doble pensamiento. A juicio de Orwell, el bando ganador, en sus momentos de euforia, estaba cometiendo errores casi tan fatales como los del Tratado de Versalles que termin¨® con la I Guerra Mundial. A pesar de las mejores intenciones, en la pr¨¢ctica, el reparto del bot¨ªn entre los aliados ten¨ªa posibilidades de acabar causando da?os fatales. Uno de los principales subtextos de 1984 es la inquietud de Orwell por la "paz".

"Lo que, en realidad, preten do

hacer con ella", escribi¨® Orwell a su editor a finales de 1948, seg¨²n parece cuando empezaba a revisar la novela, "es abordar las repercusiones de la divisi¨®n del mundo en 'zonas de influencia' (se me ocurri¨® en 1944, como consecuencia de la Conferencia de Teher¨¢n)".

Por supuesto, no se debe creer del todo a los novelistas cuando mencionan sus fuentes de inspiraci¨®n. Pero merece la pena examinar el proceso imaginativo. La Conferencia de Teher¨¢n fue la primera cumbre aliada de la II Guerra Mundial, y se celebr¨® a finales de 1943, con asistencia de Roosevelt, Churchill y Stalin. Uno de los temas de los que hablaron fue c¨®mo los aliados iban a dividir Alemania, una vez derrotada, en zonas de ocupaci¨®n. Otro, qui¨¦n se quedar¨ªa con qu¨¦ parte de Polonia. Al imaginar Ocean¨ªa, Eurasia y Eastasia, Orwell dio un salto de escala y convirti¨® la ocupaci¨®n de un pa¨ªs derrotado en la de un mundo vencido.

El agrupamiento de Gran Breta?a y Estados Unidos en un mismo bloque result¨® ser una profec¨ªa totalmente acertada, que previ¨® la resistencia brit¨¢nica a integrarse en el continente eurasi¨¢tico y su permanente sumisi¨®n a los intereses yanquis; por ejemplo, los d¨®lares son la unidad monetaria de Ocean¨ªa. Londres es reconocible como el Londres del periodo de austeridad de la posguerra. Desde el principio, al sumergirnos de golpe en el plomizo d¨ªa de abril en el que Winston Smith realiza su decisivo acto de desobediencia, las texturas de la vida dist¨®pica son implacables -las ca?er¨ªas que no funcionan, los cigarrillos que pierden el tabaco, la comida horrible-, aunque tal vez no hiciera falta un gran esfuerzo de imaginaci¨®n por parte de cualquiera que hubiera vivido la escasez de posguerra.

Profec¨ªa y predicci¨®n no son exactamente lo mismo y, en el caso de Orwell, confundir las dos cosas no es conveniente ni para el autor ni para el lector. A algunos cr¨ªticos les gusta jugar a hacer listas de las cosas en las que "acert¨®" y no acert¨® el escritor. Si observamos, por ejemplo, Estados Unidos en estos momentos, vemos la ubicuidad de los helic¨®pteros como recurso para el mantenimiento del orden, unas im¨¢genes que nos resultan ya familiares por las numerosas series televisivas de polic¨ªas, a su vez otras formas de control social; es m¨¢s, basta con ver la ubicuidad de la propia televisi¨®n. La pantalla televisiva de dos direcciones se parece bastante a las pantallas planas de plasma conectadas a sistemas de cable "interactivos", existentes en 2003. Las noticias son lo que el Gobierno quiera que sean, la vigilancia de los ciudadanos corrientes forma parte de las actividades normales de la polic¨ªa, los registros y detenciones justificados son una broma. Y as¨ª sucesivamente. "?Vaya, el Gobierno se ha convertido en el Gran Hermano, como predijo Orwell! ?Vaya palo!, ?eh?". "?Qu¨¦ orwelliano, t¨ªo!".

Pues s¨ª y no. Al fin y al cabo, las predicciones concretas no son m¨¢s que detalles. Lo que tal vez sea m¨¢s importante, e incluso necesario, para un profeta que se precie, es ser capaz de ahondar m¨¢s que la mayor¨ªa en las profundidades del alma humana. En 1948, Orwell comprendi¨® que, pese a la derrota del Eje, el deseo de fascismo no hab¨ªa desaparecido, que no s¨®lo no hab¨ªa muerto sino que, tal vez, ni siquiera hab¨ªa alcanzado a¨²n su plena madurez: la corrupci¨®n del esp¨ªritu, la irresistible adicci¨®n humana al poder ya exist¨ªan desde hac¨ªa mucho, eran aspectos bien conocidos del Tercer Reich y la URSS de Stalin, incluso del Partido Laborista brit¨¢nico, y constitu¨ªan los primeros ensayos de un futuro espantoso. ?Qu¨¦ pod¨ªa impedir que ocurriera lo mismo en Gran Breta?a y Estados Unidos? ?La superioridad moral? ?Las buenas intenciones? ?Una vida higi¨¦nica?

Lo que, por supuesto, ha mejorado de forma insidiosa y constante desde entonces -y, de paso, ha hecho que los argumentos humanistas sean casi irrelevantes- es la tecnolog¨ªa. No debemos dejarnos distraer en exceso por lo anticuado de los m¨¦todos de vigilancia en la era de Winston Smith. Al fin y al cabo, en "nuestro" 1984, el chip de circuito integrado ten¨ªa menos de 10 a?os de vida, y era casi vergonzosamente primitivo al lado de las maravillas que constituyen la tecnolog¨ªa inform¨¢tica en 2003, especialmente Internet, un avance que ofrece la posibilidad de un control social de dimensiones pr¨¢cticamente inimaginables para los viejos tiranos pintorescos y de bigotes rid¨ªculos del siglo XX.

En 1938, dentro de la rese?a que escribi¨® para New Statesman de una novela de John Galsworthy, Orwell comentaba, casi de paso: "Galsworthy era un mal escritor, y alg¨²n conflicto interior agudiz¨® su sensibilidad y casi le hizo bueno; su descontento se pas¨®, y ¨¦l volvi¨® a ser el de siempre. Merece la pena pararse a pensar de qu¨¦ forma le ocurren las cosas a uno".

A Orwell le divert¨ªan sus cole-

gas de izquierdas que viv¨ªan con el terror de que les tacharan de burgueses. Sin embargo, entre sus propios terrores, quiz¨¢ acechaba la posibilidad de que le ocurriera como a Galsworthy y, un d¨ªa, pudiera perder su indignaci¨®n pol¨ªtica y acabar siendo un apologista m¨¢s de "las cosas tal como son". Incluso podr¨ªamos decir que la indignaci¨®n era su bien m¨¢s preciado. La hab¨ªa acumulado a lo largo de su vida -en Birmania, Par¨ªs, Londres, la carretera del muelle de Wigan, en Espa?a, donde le dispararon y le hirieron los fascistas-, le hab¨ªa costado sangre, sufrimiento y esfuerzo, y estaba tan apegado a ella como cualquier capitalista a su capital. Tal vez sea una aflicci¨®n que padecen m¨¢s unos escritores que otros, ese miedo a hacerse demasiado c¨®modos, a venderse. Cuando uno vive de la literatura, ¨¦se es uno de los peligros, desde luego, aunque no a todos los escritores les parece mal. La capacidad de los gobernantes para adue?arse de la disidencia siempre ha sido un peligro real, bastante parecido, por cierto, al proceso mediante el cual el partido de 1984 consigue renovarse constantemente desde abajo.

Orwell, que hab¨ªa vivido entre los obreros y los desempleados durante la depresi¨®n de los a?os treinta y, en ese tiempo, descubri¨® su valor genuino e imperecedero, asign¨® a Winston Smith una fe similar en sus equivalentes de 1984, los proles, a los que el protagonista considera la ¨²nica esperanza para lograr liberarse del infierno dist¨®pico de Ocean¨ªa. En el momento m¨¢s bello de la novela -bello en el sentido en el que Rilke defin¨ªa la belleza, como la aparici¨®n de un terror justo en el nivel de lo soportable-, Winston y Julia, que se creen a salvo, miran desde la ventana a la mujer que canta en el patio, y Winston, al contemplar el cielo, experimenta una visi¨®n casi m¨ªstica de los millones que habitan bajo ¨¦l, "gente que nunca hab¨ªa aprendido a pensar pero estaba acumulando en su coraz¨®n, su vientre y sus m¨²sculos la fuerza que, un d¨ªa, dar¨ªa la vuelta al mundo. ?Si hab¨ªa esperanza, estaba en los proles!". Es el momento inmediatamente anterior a que les detengan a Julia y a ¨¦l y comience el fr¨ªo y terrible cl¨ªmax del libro.

Los intereses del r¨¦gimen de Ocean¨ªa son el ejercicio del poder en s¨ª y su guerra implacable contra la memoria, el deseo y el lenguaje como veh¨ªculo del pensamiento. La memoria es relativamente f¨¢cil de atacar, desde el punto de vista totalitario. Siempre existe alg¨²n organismo, como el Ministerio de la Verdad, que niega los recuerdos de los dem¨¢s y reescribe el pasado. En este a?o de 2003 es ya frecuente que se pague m¨¢s a los empleados del Gobierno que al resto de la gente para que degraden la historia, frivolicen la verdad y aniquilen el pasado como cosa rutinaria. Antes, los que no aprend¨ªan de la historia ten¨ªan que repetirla, pero eso fue as¨ª s¨®lo hasta que los gobernantes encontraron la forma de convencer a todo el mundo, incluso a s¨ª mismos, de que la historia nunca sucedi¨®, o sucedi¨® de la manera m¨¢s conveniente para sus propios fines; o, lo mejor de todo, de que la historia no importa, en cualquier caso, m¨¢s que para hacer documentales de bajo nivel intelectual que proporcionen una hora de entretenimiento en televisi¨®n.

Existe una fotograf¨ªa, hecha en

Islington hacia 1946, de Orwell y su hijo adoptado, Richard Horatio Blair. El ni?o, que deb¨ªa de tener entonces unos dos a?os, sonr¨ªe con un placer infinito. Orwell le sujeta suavemente con ambas manos y tambi¨¦n sonr¨ªe, satisfecho, pero no con suficiencia; es m¨¢s complejo, como si hubiera descubierto algo que quiz¨¢ valiera m¨¢s que la indignaci¨®n. Su cabeza ligeramente inclinada, los ojos con una mirada precavida que puede evocar en los aficionados al cine a un personaje de Robert Duvall, de esos que tienen una historia pasada en la que han visto m¨¢s cosas de las que quer¨ªan. Winston Smith "cre¨ªa haber nacido en 1944 o 1945". Richard Blair naci¨® el 14 de mayo de 1944. No es dif¨ªcil imaginar que Orwell, en 1984, estaba imaginando un futuro para la generaci¨®n de su hijo, no el mundo que deseaba para ellos, sino un mundo contra el que quer¨ªa prevenirles. Le impacientaban las predicciones de lo inevitable, siempre confi¨® en la capacidad de la gente corriente de cambiarlo todo. En cualquier caso, volvamos a la sonrisa del chico, directa y radiante, nacida de una fe inamovible en que el mundo, en ¨²ltima instancia, es bueno, y que siempre se puede contar con la decencia humana, como con el amor paterno; una fe tan honorable que casi podemos imaginar a Orwell -e incluso a nosotros mismos-, al menos durante un instante, jurando hacer lo que sea para impedir que esa fe sea traicionada.

Extracto de la introducci¨®n de Thomas Pynchon a la nueva edici¨®n de 1984, de George Orwell, publicada recientemente por Fiftieth Anniversary Plume (Penguin). Reproducido por autorizaci¨®n de Melanie Jackson Agency, L. L. C.

? Thomas Pynchon 2003.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.

Fotograma de la pel¨ªcula '1984', basada en la novela de George Orwell y dirigida por Michael Radford.
Fotograma de la pel¨ªcula '1984', basada en la novela de George Orwell y dirigida por Michael Radford.

BIBLIOGRAF?A

1984. Destino, 2003.

Rebeli¨®n en la granja. Destino, 2003.

Escritos (194

0-1948): literatura y pol¨ªtica. Octaedro, 2001.

Homenaje a Catalu?a. Ariel, 2000.

Diario de guerra. Destino, 1984.

Subir a por aire. Destino, 1982.

Una buena taza de t¨¦. Destino, 1984.

Essay

s. Penguin Books, 2000.

Orwell and Politics. Penguin Books, 2001.

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