Un torbellino

Bello concierto. Especialmente en la segunda parte. Pero vayamos por partes. La expectaci¨®n era, dig¨¢moslo de entrada, extraordinaria. Y a ello no era ajena la presencia de una mujer como directora. Emmanuelle Ha?m no es, en cualquier caso, una directora convencional. De entrada, no imita a los varones. Utiliza sus armas de mujer, es decir, una gestualizaci¨®n precisa y abierta, una sensibilidad como m¨ªnimo diferente. Vestida de forma elegante, con un vestido largo en negros y blancos, la directora est¨¢ sonriente casi siempre, pero no por capricho. Ha?m busca la complicidad con sus m¨²sicos y, lo que es m¨¢s importante, la encuentra. Por eso suena la m¨²sica tan poco afectada, con un vigor al margen de toda sospecha, con una vitalidad a flor de piel.

De Ha?m habl¨¢bamos. Maravillosa al clave, como ha manifestado en m¨¢s de una ocasi¨®n hasta el mism¨ªsimo Simon Rattle y como ha demostrado tambi¨¦n en Granada anteayer, la directora francesa ha sacado a la luz sus habilidades con el signo de la emoci¨®n en primer plano. Lo suyo ha sido una lecci¨®n de alegr¨ªa, de espontaneidad en primer plano. Tiene una t¨¦cnica precisa, por otra parte. No muy variada, pero s¨ª muy eficaz. Lo que de ella destaca es, en cualquier caso, su energ¨ªa. Un torbellino, vamos. ?nicamente he encontrado un caso parecido, el de la brasile?a Ligia Amadio dirigiendo a Villalobos, pero eso es otra historia.

En la deliciosa obra de H?ndel Acis, Galatea y Polifemo no todo fue un camino de rosas. De hecho, la primera parte dej¨® en la sala un cierto desasosiego. Los tiempos eran en exceso ligeros, o, si me apuran, confusos, y el clima sonoro era, en cierto modo, alborotado. La afinaci¨®n no era siempre exacta en los cantantes y, al final, lo que prevalec¨ªa era una sensaci¨®n de espontaneidad no del todo controlada. Las cosas cambiaron, y de qu¨¦ manera, en el segundo acto. Sobre todo desde el aria Fra l'ombre e gl'orrori del bar¨ªtono Laurent Naouri, dispuesto a cambiar el tono de la noche. Lo consigui¨®. La soprano Sandine Piau se vino arriba, con una actuaci¨®n impecable hasta el final, y la mezzo Delphine Haidan no se qued¨® atr¨¢s a la hora de desplegar las emociones latentes en la m¨²sica de H?ndel. Entonces fue cuando m¨¢s luci¨® la capacidad concertadora, y hasta cierto punto humilde, es decir, al servicio de la creaci¨®n musical, de la directora Emmanuelle Ha?m. A estas alturas ya no importaba si era hombre o mujer. Lo ¨²nico que contaba es que la m¨²sica flu¨ªa con una ligereza y una naturalidad admirables.

Quiz¨¢s es obligatorio un ¨²ltimo comentario sobre la seducci¨®n del director de orquesta, habida cuenta de la grata impresi¨®n causada. Hay una cuesti¨®n de perogrullo: la seducci¨®n masculina poco tiene que ver con la femenina. Y otra a¨²n si cabe m¨¢s obvia: todo director que se precie debe ser seductor. O seductora. Emmanuelle Ha?m lo es. Sus gui?os de complicidad parten de la ilusi¨®n de hacer m¨²sica sin m¨¢s. Para el mundo del barroco es una bendici¨®n. Para el resto es cuesti¨®n de tiempo.