El pirata y el caballero
Kubler-Koblet, las dos 'k' suizas, dominaron con su cruz roja los primeros a?os cincuenta
"Era 1951. Ten¨ªa 18 a?os. Una tarde que llegaba la carrera estaba apostado delante de un hotel para ver a los corredores cuando el director me pidi¨® que subiera las maletas de Koblet a su habitaci¨®n. ?Me sent¨ªa tan orgulloso! Para m¨ª, era el m¨¢s grande. Y, en ¨¦stas, al bajar, me lo encuentro. Me dio las gracias muy educadamente y dos francos suizos, una cantidad enorme por aquel entonces. Guard¨¦ esa moneda durante mucho tiempo prometi¨¦ndome no desprenderme nunca de ella. Si tres a?os m¨¢s tarde me decid¨ª a gastarla fue para comprar un Miroir Sprint en el que Ferdinand Kubler, mi otro ¨ªdolo, aparec¨ªa en portada". Cincuenta y dos a?os m¨¢s tarde, no se puede pedir a Willy Schweizer, ex presidente de la Uni¨®n Ciclista Suiza, que elija entre Ferdi Kubler y Hugo Koblet, los dos formidables corceles helv¨¦ticos que dejaron una profunda huella en la historia del Tour de Francia de la posguerra. Adem¨¢s, ?por qu¨¦ elegir y no dejar a Willy so?ar, como todos los suizos, con la ¨¦poca maravillosa en la que las camisetas rojas con la cruz blanca dominaban el pelot¨®n, lo que hizo que el franc¨¦s Rapha?l Geminiani dijera: "?A fuerza de correr tras estas cruces blancas, ?vamos a terminar en la Cruz Roja!"
Kubler es alto, de rasgos angulosos, nariz cortavientos y sonrisa de carnicero
Kil¨®metro 37: Koblet se escapa; los rivales se preguntan a qu¨¦ viene este arrebato de locura
Hubo escaramuzas, peleas por vanidad; pero la guerra entre ambos no se produjo
Ferdinand Kubler tiene 27 a?os cuando se presenta en la salida del primer Tour de la posguerra, el 25 de junio de 1947. El p¨²blico se fija en este tipo alto de rasgos angulosos, con su nariz cortavientos, su sonrisa de carnicero que se transforma en un rictus demon¨ªaco en los momentos de mayor tensi¨®n, los m¨²sculos marcados y su formidable temperamento. Nacido en Adliswil, un pueblecito pr¨®ximo a Z¨²rich, profesional desde 1940, el loco pedaleador, su primer apodo antes de convertirse en el hombre caballo y, m¨¢s tarde, en el ¨¢guila de Adliswil, entra en el Tour por la puerta grande. Gana la primera y la quinta etapa antes de llegar fuera de control a Grenoble. Da igual: lleva el Tour "en la sangre" y se jura a s¨ª mismo que lo ganar¨¢ alg¨²n d¨ªa. Pero fracasa en 1948 y 1949.
Mientras tanto, en el pelot¨®n ha aparecido un extraterrestre. Se llama Hugo Koblet (Koblette, pronuncian los suizos). Este hijo de un panadero, tambi¨¦n originario de Z¨²rich, tiene seis a?os menos que Kubler, del que fue aguador en 1948. Es alto, apuesto como un dios griego con su pelo rubio ondulado, sus ojos claros y su elegancia inimitable. Pero, sobre todo, tiene una gran calidad. Durante dos a?os, en 1950 y 1951, las dos k dominar¨¢n el ciclismo mundial. Para Kubler: un Tour (1950), la Challenge Desgrange-Colombo (el equivalente a la actual Copa del Mundo), el Gran Premio de Lugano, un Campeonato del Mundo (1951), una Vuelta a Suiza y un Tour de Romand¨ªa, sin olvidar la Flecha Valona y la Lieja-Bastogne-Lieja. En el zurr¨®n de Koblet: un Tour (1951), una Vuelta a Suiza, un Gran Premio de las Naciones y un Giro de Italia (1950). Los gacetilleros se frotan las manos: el duelo Koblet-Kubler va a poder sustituir a la guerra entre Coppi y Bartali, que empieza a perder fuelle. Porque los dos campeones suizos son completamente diferentes entre s¨ª.
En primer lugar, su forma de ganar. Kubler siempre lo logra tras un violento esfuerzo, por las bravas. O vence o fracasa totalmente. En 1950 gana el Tour tras una etapa, Brian?on-Saint ?tienne, antol¨®gica. El suizo lleva el maillot amarillo, seguido a pocos minutos por Louison Bobet. ?ste se juega el todo por el todo, ataca y aventaja en m¨¢s de cuatro minutos a Kubler. "En ese momento", escribe Pierre Chany, "Ferdi gritaba y lloraba de rabia porque sent¨ªa que ese Tour se le escapaba. Daba pena verlo: las l¨¢grimas le rodaban por las mejillas. Pero no se desanim¨®. Al contrario, se golpeaba los muslos para estimularse, se jaleaba en voz alta". Kubler consigue atrapar a Bobet, lo adelanta lanzando un grito de guerra inhumano y gana el Tour.
Tambi¨¦n se habla de ese descenso incre¨ªble en el puerto de Aspin, donde, en medio de una niebla que se cortaba con un cuchillo y un fr¨ªo que paralizaba a todos los corredores, el suizo, siempre rabioso, gritando m¨¢s fuerte que de costumbre, adelant¨® a todos sus rivales, con un placer sard¨®nico en la mirada. Una vez traspasada la l¨ªnea de meta, hubo que rendirse a la evidencia: ?Kubler hab¨ªa realizado todo el descenso pr¨¢cticamente sin frenos!
Kubler era un pirata y Koblet un caballero. En 1951, el "ciclista encantador", como le describi¨® el cantautor Jacques Grello, logra una de las gestas que todav¨ªa se consideran m¨¢s puras en la historia del Tour. Estamos a 15 de julio. La v¨ªspera, con motivo de la fiesta nacional francesa, Koblet ha entregado un ramo de flores a Bobet, el capit¨¢n de la selecci¨®n francesa. La etapa Brive-Agen, de 177 kil¨®metros, es considerada como de transici¨®n antes de la alta monta?a. En el kil¨®metro 37, Koblet se escapa. Los perseguidores se preguntan a qu¨¦ viene este arrebato de locura. Ciento cuarenta kil¨®metros m¨¢s lejos, tendr¨¢n la respuesta: Koblet es sencillamente el m¨¢s fuerte. El suizo ha rodado en solitario, sin bajar el ritmo en ning¨²n momento, en perfecta armon¨ªa, sin dar nunca la impresi¨®n de sufrir, y deja a m¨¢s de dos minutos la jaur¨ªa lanzada en su busca. Aqu¨¦llos que han visto a los mejores corredores del momento, los Coppi, Bartali, Bobet, Robic, Ockers, Magni y Geminiani, relevarse como posesos contra el meteoro suizo a¨²n hablan de ello.
En los ¨²ltimos kil¨®metros, Koblet se saca del bolsillo una esponja mojada con agua, se limpia la cara, se peina y supera la l¨ªnea de meta. Luego, se sienta tranquilamente junto a la carretera, pone en marcha su cron¨®metro y aguarda a sus perseguidores. No es una fanfarronada, sino una simple comprobaci¨®n: d¨ªas antes, a Hugo casi le robaron un minuto durante una contrarreloj.
Unos d¨ªas m¨¢s tarde, en otra, Koblet da una nueva lecci¨®n. Tras atrapar a Gino Bartali, que ha salido ocho minutos antes que ¨¦l, interrumpe de pronto su esfuerzo, coge su bid¨®n de agua y lo coloca con delicadeza en el portabid¨®n del italiano. "Toma un poco, Gino; todav¨ªa queda", le dice antes de dejarle atr¨¢s. Hay que saber que, en otra carrera, Koblet, deshidratado, pidi¨® agua a Bartali. ?ste bebi¨® tranquilamente y, mir¨¢ndole, vaci¨® sobre la carretera las pocas gotas que le quedaban.
Otra diferencia entre los dos suizos: fuera de la carrera, Koblet es un tipo reservado, que responde a los periodistas con seriedad y busca las palabras justas para expresar su punto de vista. Kubler es inagotable y hace las delicias de los comentaristas con su man¨ªa de hablar en tercera persona.
Mientras que Hugo llega a la salida del Tour al volante de un magn¨ªfico Studebaker, Ferdi ha cogido un billete de tercera en el tren, pr¨¢cticamente con los equipajes. "Ferdi debe cuidar su dinero. Si hubiese una cuarta clase, la coger¨ªa", le dice a Charly Gaul. Otro recuerdo, contado por el ex campe¨®n mundial Jean Stablinski. "Est¨¢bamos en la misma escapada y Ferdi habl¨® con cuatro o cinco corredores para prometerles a cada uno 50.000 francos (antiguos) si le lanzaban el sprint. Todos colaboraron. Pero, al final, s¨®lo pag¨® a uno y le dijo que lo compartiese con los dem¨¢s. "?Ferdi prometi¨® 50.000 francos para todos, no para cada uno!".
As¨ª, pues, aparte de su nacionalidad y su calidad, todo separaba a Hugo Koblet de Ferdinand Kubler. Se produjeron escaramuzas, peleas por vanidad. Sin embargo, nunca la guerra entre ambos. Sin duda, la Confederaci¨®n no es tan propicia como Italia o Francia para este divismo, esa propensi¨®n a enfrentarse por cualquier motivo. Sin duda tambi¨¦n, la sensatez y la elegancia de Koblet permitieron desactivar algunas de las bombas lanzadas por Kubler.
El destino los separ¨® definitivamente: Kubler se retir¨® en 1957 y emprendi¨® una h¨¢bil reconversi¨®n. Elegido en 1983 la personalidad suiza m¨¢s popular de los ¨²ltimos 50 a?os, supo ganar dinero con astucia, sobre todo vendiendo su imagen para campa?as publicitarias. Hab¨ªa que verle, con m¨¢s de 80 a?os, impecable en su traje blanco, siempre tan locuaz, nunca quieto, para desesperaci¨®n de su nueva esposa, una encantadora azafata, muchos a?os m¨¢s joven, para comprenderlo: "?Ferdi no es un hombre como los dem¨¢s!". Durante una comida (a la que nos invit¨®, pero que tuvimos que pagar nosotros), en un restaurante de Z¨²rich, Kubler expres¨® "su felicidad por haber corrido con un campe¨®n como Koblet": "Si no hubiese estado all¨ª, yo no habr¨ªa tenido un palmar¨¦s tan importante". El pirata estaba a todas luces emocionado al recordar a su antiguo compa?ero de carretera y su tr¨¢gico final.
A partir de 1952, Koblet, que hab¨ªa contra¨ªdo en M¨¦xico una dolencia misteriosa, en realidad una enfermedad ven¨¦rea, perdi¨® parte de sus fuerzas. Ya no pod¨ªa seguir el ritmo de sus adversarios en cuanto la carretera se empinaba. V¨ªctima de varias ca¨ªdas, se despidi¨® definitivamente del Tour en 1954, en el que, sin embargo, como un ¨²ltimo gesto de coraje, dinamit¨® las primeras etapas.
Nos gustar¨ªa olvidar lo que vino despu¨¦s. El lento declive hasta que abandon¨® la competici¨®n en 1958; la imposibilidad, tanto en Europa como en Latinoam¨¦rica, de realizar negocios rentables; su siempre proverbial prodigalidad, y las dificultades de su relaci¨®n con el gran amor de su vida, la ex modelo Soja B¨¹hl, con quien se cas¨® en 1954.
El 2 de noviembre de 1954, en la carretera que domina el lago de Z¨²rich, el Alfa Romeo blanco de Hugo Koblet se estrell¨® contra un ¨¢rbol. Koblet tuvo la suprema y ¨²ltima elegancia de hacer creer que fue un accidente.
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