Declaraciones de amor (y odio) al Tour de Francia
La carrera centenaria trasciende los l¨ªmites de una competici¨®n deportiva y ha transformado las vidas y los sentimientos de quienes la han ganado
"?Asesinos!", gritaba Octave Lapize. "?Asesinos!". Gritaba con las pocas fuerzas que le quedaban despu¨¦s de haber tenido que poner pie a tierra para subir el Tourmalet por un estrecho camino de cabras. Era 1910, el a?o en que Henri Desgrange, el padre del Tour, hab¨ªa decidido, guiado por un impulso s¨¢dico, incluir la traves¨ªa de los Pirineos, de sus cuatro monta?as cl¨¢sicas -Peyresourde, Aspin, Aubisque y Tourmalet-, en el recorrido del Tour, una aventura que, celebradas siete ediciones, parec¨ªa languidecer y aburrir a la burgues¨ªa de principios de siglo XX.
Con una mirada de odio y un insulto comenz¨® la leyenda. Unos a?os m¨¢s tarde la leyenda inhumana del Tour se hizo plomo y tinta en las cr¨®nicas de Albert Londres, el gran reportero del periodo de entreguerras, a quien el Petit Parisien asign¨® cubrir el Tour de 1924. Era el especialista m¨¢s indicado. Londres hab¨ªa denunciado el tr¨¢fico de esclavos en ?frica y los trabajos forzados a que los poderes coloniales somet¨ªan a los africanos y hab¨ªa logrado con sus reportajes que se cerrara la triste penitenciar¨ªa de Cayena, en el ultramar. Hab¨ªa cubierto la Gran Guerra y el caos de la naciente rep¨²blica China. Termin¨® el Tour y, absolutamente conmovido por las penalidades que deb¨ªan pasar los ciclistas, titul¨® su gran reportaje: Tour de France, tour de souffrance (Tour de Francia, tour de sufrimiento). Acu?¨® tambi¨¦n la met¨¢fora m¨¢s hermosa y duradera para darle un nombre a los ciclistas: "Los forzados de la ruta".
Albert Londres, el gran periodista, acu?¨® la met¨¢fora m¨¢s hermosa: "Los forzados de la ruta"
El Tour es una leyenda escrita a?o tras a?o por los corredores. S¨®lo a ellos les pertenece
Dice Stephen Roche: "El Tour es como la mar de los marineros. El Tour es hermoso y peligroso"
El Tour era -seg¨²n su creador, Desgrange- el gran Moloch, el ¨ªdolo demoniaco al que todos los corredores se entregaban y se sacrificaban, le daban lo mejor de sus vidas, su juventud. Un dios desp¨®tico y exigente al que todos, sin embargo, profesaban admiraci¨®n, devoci¨®n, amor.
"Pero el Tour es tambi¨¦n, una hermosa mujer", a?ade Jos¨¦ Miguel Ech¨¢varri, el director espa?ol que m¨¢s Tours ha ganado (seis: uno Delgado; cinco Indurain), el espa?ol, quiz¨¢s, que m¨¢s ama la grande boucle. "El Tour es una mujer caprichosa que a primera vista decide si concede sus favores a quien se los pide. Aquel que sea aceptado le deber¨¢ devoci¨®n y cari?o; el rechazado, que la olvide".
Ech¨¢varri no es, claro, el ¨²nico enamorado. En una serie de espl¨¦ndidas entrevistas publicadas en L'?quipe
Magazine por la escritora Christine Thomas, los 22 ganadores vivos del Tour dejan hablar a su coraz¨®n. Se expresan como nunca sobre su relaci¨®n con el Tour de Francia, la carrera ¨²nica. Y Stephen Roche, el ciclista irland¨¦s que gan¨® el Tour del 87 -por 40 segundos sobre nuestro Perico- y que aparentaba indiferencia y ligereza, sonriente y bonach¨®n, amante de la guinnes, utiliza la misma met¨¢fora, te?ida de miedo y respeto, para hablar de la carrera que le hizo famoso. "El Tour de Francia es una mujer. Una mujer hermosa, con encanto, que merece el reconocimiento y el amor", se declara Roche, de 43 a?os, antiguo trabajador de una f¨¢brica, la cara urbana del ciclismo en Irlanda, el perpetuo enemigo de Sean Kelly, el campesino. "El Tour es una persona a la que hay que respetar. Hay que evitar los dramas, evitar el divorcio. El Tour es como la mar de los marinos. Es hermoso y peligroso: all¨ª he dejado mi juventud y nada podr¨¢ reemplazar el trozo de vida que me ha robado".
O, como dice siempre Indurain, Miguel, que no gan¨® su primer Tour hasta los 27 a?os, hasta su s¨¦ptima participaci¨®n: "En el Tour he dejado 12 a?os de mi vida". "Pero", a?ade el gran navarro, de 38 a?os, el ¨²nico hasta ahora que ha ganado cinco Tours consecutivos, "sin los corredores, el Tour no es m¨¢s que una idea, no es nada. Amo el Tour y le deseo una larga vida. Lo ha cambiado todo para m¨ª. Me ha cambiado la vida".
Pero el Tour, la carrera que simboliz¨® la entrada del mundo en el siglo XX, el optimismo industrial, y que ha llegado al siglo XXI transformada en una gran epopeya, ya no es propiedad de Desgrange, ni es Francia, ni es los Alpes o los Pirineos ni la Sociedad del Tour de Francia, empresa del grupo ASO que posee su copyright, ni siquiera la Uni¨®n Ciclista Internacional, que finge que dicta las normas del ciclismo y del Tour. El Tour es una leyenda escrita a?o tras a?o por los corredores. S¨®lo a ellos les pertenece. Le pertenece a Lucien Aimar, aquel risue?o provenzal al que primero ayud¨® Anquetil y luego Julio Jim¨¦nez a ganar el Tour del 66. "Haber ganado el Tour se nos queda pegado a la piel toda la vida", le dice Aimar, de 62 a?os, a Christine Thomas. "El Tour no pertenece a los organizadores, pertenece a las leyendas, pertenece a todos aquellos que han dejado en ¨¦l su juventud y su vida. Si ma?ana desaparece el Tour, el ciclismo se quedar¨¢ sin alma".
El Tour es Ferdi Kubler, de 84 a?os, que lo gan¨® en 1950: "He vivido todos los sufrimientos en el Tour de Francia, pero no fue nada sencillo parar despu¨¦s de 20 a?os de carreras: no estar m¨¢s en el Tour, ni en el podio, era no estar en ninguna parte". O Roger Walkowiak, de 76 a?os, un tornero, hijo de emigrantes polacos, que a¨²n llora porque nadie le tom¨® nunca en serio pese a ganar el Tour del 56: "El Tour es mi mayor alegr¨ªa y mi mayor c¨®lera".
Bahamontes le regal¨® un ¨¢guila disecado, enorme, a Charly Gaul (70 a?os) en 1998, cuando se cumplieron 40 a?os de su victoria en el Tour, un ¨¢guila, recuerdo del ¨¢guila de Toledo, que cuelga sobre la chimenea del escalador luxemburgu¨¦s; debajo, unos guijarros blancos robados de la ladera del Mont Ventoux, el mal monte al que llama su "hogar". Donde dice: "Gracias a Dios que ha existido el Tour en mi vida. Y pensar que yo era un carnicero hijo de campesinos..."
Jansenismo no viene de Jan Janssen - el holand¨¦s miope, aire de seminarista, que gan¨® el Tour del 68, dos meses despu¨¦s de mayo-, pero podr¨ªa. Jan Janssen, de 63 a?os, no deber¨ªa haber ganado aquel Tour, pero lo consigui¨® en la ¨²ltima etapa, una contrarreloj, ¨¦l, que no era el mejor contrarrelojista. Alguien dir¨ªa que fue premiado por la predestinaci¨®n gratuita de Dios. ?l habla de su padre. "Mi padre era un hombre tranquilo, pero el d¨ªa que gan¨¦ el Tour mis hermanos y mis hermanas me dijeron que se hab¨ªa puesto de rodillas", dice Janssen, exaltado. "Qu¨¦ monumento es el Tour. La belleza del ciclismo, la felicidad, es un podio y un ramo de flores. A veces me pregunto porque Armstrong tiene un aire triste..."
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