Bodas de oro
Celebrar unas bodas de oro sacerdotales es una cosa normal, y bien hermosa. Pero la celebraci¨®n en Sevilla de las de don Miguel Castillejo ha tenido unas caracter¨ªsticas que la hacen muy singular y lo dejan a uno perplejo como cristiano. Primero, no haberlas celebrado en su d¨ªa cuando las celebraron sus compa?eros de curso, con todos los sacerdotes de C¨®rdoba y el obispo a la cabeza. Segundo, irse a otra di¨®cesis a hacerlo. Y tercero, hacerlo con todos los signos de poder que lo han acompa?ado.
Por muchas explicaciones que se hayan dado, esta celebraci¨®n nos ha desconcertado y disgustado a muchos creyentes. En ella hay "algo que no es", "que no va". Un cierto instinto cristiano nos dice que hay ah¨ª una deformaci¨®n grave, que afecta al estilo de ser cristiano y de celebrar la Eucarist¨ªa.
?Por qu¨¦? Se comprende cuando se recuerdan dos momentos del Nuevo Testamento. El primero, fundamental, es el de la noche de la primera Eucarist¨ªa, tal como nos la ha transmitido el Evangelio de San Juan. Este evangelio no narra "la instituci¨®n de la Eucarist¨ªa" porque, al decir de los biblistas, pone en su lugar "el lavatorio de los pies". Y es que el significado del Lavatorio expresa la esencia m¨¢s honda de la Eucarist¨ªa: la memoria viva de alguien, Jes¨²s, que, para dar vida a los sin vida, entreg¨® su vida en un estilo muy concreto: servir, poni¨¦ndose el ¨²ltimo, haciendo lo que hacen los esclavos, lavar los pies. Eso es, y as¨ª se vive, la Eucarist¨ªa en la escuela de Jes¨²s.
El segundo recuerdo es de San Pablo, que recrimina fuertemente a los cristianos de Corinto por celebrar la Eucarist¨ªa desnaturaliz¨¢ndola: porque la celebraban pasando hambre unos y teniendo otros de sobra. Y les dec¨ªa: "El que come del pan o bebe de la copa del Se?or sin darle su valor, tendr¨¢ que responder del cuerpo y de la sangre del Se?or". Es decir: no se puede celebrar la Eucarist¨ªa trastocando su significado profundo.
Desde estos dos textos b¨¢sicos, no podemos entender esta celebraci¨®n de Sevilla. No queremos juzgar a nadie en sus intenciones, ni a quien la ha protagonizado ni a quienes se han adherido que, sin duda alguna, tantos m¨¦ritos y tantas cosas buenas tienen. Pero no lo entendemos.
Con el Evangelio en la mano, lo que nos viene espont¨¢neamente es decir: "Esto no es evang¨¦lico; esto no lo har¨ªa Jes¨²s". Y lo decimos, con convicci¨®n, porque as¨ª lo vemos. Luego, al ver tanta gente all¨ª, al ver a seis obispos y a tantos compa?eros, a quienes queremos y respetamos, nos quedamos desconcertados. Y les dir¨ªamos, de verdad: que alguien nos lo explique, si puede. Pero que sea una explicaci¨®n desde el Evangelio, desde la manera de ser y de vivir de Jes¨²s, desde su estilo sencillo, de servicio desde lo ¨²ltimo y para los ¨²ltimos. Ese es el que de verdad nos puede llenar. Ese es el que puede convencer a la gente. ?Ojal¨¢ entremos todos por este camino!
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