La Encarnaci¨®n
La suerte tuvo a bien, esta vez, caer del lado de quienes m¨¢s la buscaron. Un premio merecido y nada f¨¢cil, fruto de perseverar sin desaliento en una defensa continuada y sin fisuras, por la construcci¨®n del mercado en la forma tradicional, por supuesto sobre la rasante, frente al consentido antagonismo de mercado-cueva, en los s¨®tanos de unos locales comerciales. ?Acaso no merec¨ªa ese lugar la plaza de abastos? El pasado depar¨® el futuro y resolvi¨® a favor de los primeros. Apenas quedaban posibilidades. La trama legal, llena de complicados obst¨¢culos, le dej¨® en manos de las que era menos que imposible salvarle del s¨®tano que le ten¨ªan preparado.
La probabilidad de la excavaci¨®n era la ¨²ltima oportunidad, su deficiente metodolog¨ªa permiti¨®, al cambiarse, una posibilidad nueva con fiabilidad y garant¨ªas. Solo cab¨ªa esperar los resultados, y ¨¦stos ten¨ªan que ser lo suficientemente contundentes y valiosos como para que la Consejer¨ªa de Cultura y Patrimonio impidiera su destrucci¨®n o su musealizaci¨®n.
De no haber ocurrido as¨ª, a buen seguro que tarde o temprano todos lamentar¨ªamos, al recordar lo que pudo ser el Mercado de la Encarnaci¨®n, recorriendo la proyectada galer¨ªa de alimentaci¨®n subterr¨¢nea.
La historia, juez imparcial, ha decidido que no se entierre el mercado, de construirse s¨®lo puede realizarse en superficie. El s¨®tano lo reserva para que se conserven, como joyas valios¨ªsimas, al menos as¨ª lo manifiesta el informe de la Junta de Andaluc¨ªa, ese regalo que el solar nos ofrece, llamado sorpresa, por la se?ora Guerra-Librero, para el conocimiento del periodo m¨¢s oscuro y menos documentado de la civilizaci¨®n occidental. A cambio de todo esto, las exigencias del ¨®bolo se presum¨ªan irremediables.
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