Prestidigitaciones perversas
El montaje entero cabe en una maleta, y sus principales int¨¦rpretes, en los bolsillos del pantal¨®n de Nico Baixas, un joven alt¨ªsimo con el cr¨¢neo rapado y unas manos enormes, que hasta hace relativamente poco ni se hab¨ªa planteado actuar. Iba para m¨²sico de jazz, pero ahorc¨® sus estudios, se puso a escribir, dirigir y montar cine, aparc¨® su trabajo para viajar a la India y, a la vuelta, se encontr¨® con que, aqu¨ª, el que se va a Sevilla pierde su silla. Estaba sin asiento cuando Roger Bernat, que andaba a la busca y captura de actores naturales -que den la impresi¨®n de no estar interpretando-, le ofreci¨® entrar a formar parte de General El¨¨ctrica, su compa?¨ªa; como ¨¦l no sab¨ªa actuar, encaj¨®. Bueno, encaj¨® despu¨¦s de que el director le quitara el p¨¢nico que le atenazaba cada vez que sub¨ªa al escenario. ?Qui¨¦n lo dir¨ªa vi¨¦ndole ahora en La guinda!
Su entrada, desgarbado, vestido de negro, maquillado de blanco, evoca la de Max Schreck (el extra?o actor que Murnau escogi¨® para encarnar a Nosferatu), en casa de sus v¨ªctimas. Baixas es un actor inquietante, de esos, escasos, a los que no puedes dejar de mirar, por miedo a que te la jueguen al menor descuido. Y La guinda, un espect¨¢culo de gestos medidos, de una sensualidad perversa. Nico Baixas se coloca detr¨¢s de una mesita (el altar de los sacrificios), y desde all¨ª se dispone a oficiar un ritual profano que tiene mucho de espect¨¢culo de microvariedades y algo de aquellas barracas de feria en las que se exhib¨ªan bellezas y monstruos. Primero, se arremanga la chaqueta y deja los brazos al aire con la delectaci¨®n de quien est¨¢ retirando la piel de algo muy ¨ªntimo. Luego, desaparece detr¨¢s de sus manos enguantadas (como un titiritero detr¨¢s de sus t¨ªteres) que, aut¨®nomas, se seducen, se enganchan y bailan un tango lleno de juegos er¨®ticos y de cruces de piernas. ?ste es el primer n¨²mero de la decena que componen La guinda. En todos, tan importante como el tama?o y la destreza de los dedos del int¨¦rprete es su capacidad para crear un clima en el que una mano puede ser un ¨¦mulo del protagonista de Psicosis, un violador, una v¨ªctima de ambos o Marilyn Monroe saliendo imp¨²dicamente desnuda de la tarta de cumplea?os del presidente Kennedy.
El arte de hacer que el espec-
tador tome la parte por el todo, tan viejo como el teatro, tiene hoy entre sus m¨¢ximos exponentes a Claudio Cinelli, cuyos dedos quisieran para s¨ª todos los carteristas de Italia, y a Hugo e In¨¦s, pareja chileno-bosnia que con vientres, rodillas y brazos dan a luz personajes de perfiles remotos y entra?ables. La guinda es un espect¨¢culo con memoria gen¨¦tica. Lo que hace su int¨¦rprete es m¨¢s cuesti¨®n de evocaci¨®n que de virtuosismo. Sus abuelos eran sordomudos, y Teresa Calafell, su madre, titiritera fallecida har¨¢ dos a?os, dominaba el lenguaje gestual. Ella cre¨® La guinda como colof¨®n de su carrera, fue su primera int¨¦rprete y lo hubiera seguido siendo si el c¨¢ncer que la maltra¨ªa no la hubiera arrojado definitivamente sobre la cama. Busc¨® una chica que la sustituyera, y se encontr¨® con su hijo. Ninguna de las candidatas ten¨ªa las manos tan grandes ni los dedos tan bien coordinados. El ex m¨²sico hizo suya la partitura ensay¨¢ndola durante meses al pie del lecho materno, y ante la mirada inteligente de la directora Gl¨°ria Rognoni, ex joglar cuya carrera como actriz qued¨® truncada hace muchos a?os por un accidente laboral que le paraliz¨® medio cuerpo.
Como su nombre sugiere, La
guinda es un montaje para teatros muy peque?os, para alcobas mejor que para salones de estar. Teresa Calafell lo represent¨® unas pocas veces en Barcelona, en el Circol Mald¨¤, y su hijo, despu¨¦s, en el Espai Brossa. En Madrid, lo hizo en El Canto de la Cabra, durante unas fechas en las que el festival Escena Contempor¨¢nea, con su aparato publicitario, se come todo lo que queda fuera de su programaci¨®n. Por eso no lo vio casi nadie, ni los cr¨ªticos, salvo el de Le Monde que estaba de enviado especial y que hizo una rese?a elogiosa en el diario franc¨¦s: eso ayud¨® a que el espect¨¢culo se programara en el pa¨ªs vecino, y esto, a su vez, a que pr¨®ximamente se represente en Italia y en el Mime Festival de Londres. Ahora los espectadores madrile?os tienen dos nuevas oportunidades de verlo en La Casa Encendida -dentro de una programaci¨®n comisariada por Simona Levi-, y en oto?o habr¨¢ otras para los de Barcelona, en una sala peque?ita todav¨ªa por determinar.
La guinda. 16 y 17 de julio. La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid.
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