Letan¨ªa por Srebrenica
Hace muchos a?os, cuando la ONU no exist¨ªa y la Liga de las Naciones era ya difunta, cuando la inmensa mayor¨ªa de los que hoy viven no estaban a este lado del espejo, cuenta el poeta checo Jaroslav Seifert, premio Nobel de Literatura, en unas de las m¨¢s conmovedoras memorias jam¨¢s escritas -Toda la belleza del mundo-, su visi¨®n de lo que supuso la ocupaci¨®n de Praga por los nazis y especialmente la represi¨®n alemana tras el atentado que cost¨® la vida, el 27 de mayo de 1942, a Reinhardt Heydrich. "Nos parec¨ªa que los manantiales se hab¨ªan vuelto amargos y que los pozos hab¨ªan perdido ese maravilloso sabor de sus aguas. Hasta el canto de los p¨¢jaros se nos antojaba m¨¢s vacilante. Quiz¨¢s ni lo o¨ªamos. Detr¨¢s de la oscura ventana quedaba acurrucada la vida". D¨ªas despu¨¦s de la muerte del asesino supremo en el Protectorado y gran l¨ªder carism¨¢tico en las SS de Heinrich Himler, el joven Seifert y unos amigos oyeron por la radio una larga lista de ya ejecutados. Uno de los primeros era su amigo Vladislav Vancura. Era una ejecuci¨®n muy calculada. Con ¨¦l mataban simb¨®licamente a una generaci¨®n de brillantes intelectuales, condenaban un talante y dejaban claro el propio. Cuenta el gran poeta que Vancura comenz¨® a aparec¨¦rsele en sue?os. "Ve¨ªa los gestos familiares de sus manos, pero cuando quer¨ªa dirigirme a ¨¦l, se marchaba hacia su oscuridad".
El s¨¢bado se celebr¨® en una gran campa de Bosnia el entierro de m¨¢s de tres centenares de Vancuras que, como todos los dem¨¢s ocho mil ejecutados en Srebrenica en 1995, nos debieran venir constantemente a visitar a los europeos. La mayor parte de aquellos ejecutados a¨²n est¨¢n en fosas comunes o en bolsas sin identificar. Dice Seifert, recordando a Vancura: "No soy muy riguroso cuando digo que los muertos vienen a nosotros. No es as¨ª. Eso es un enga?o que nos hacemos porque en realidad somos nosotros los que vamos hacia ellos. Cada d¨ªa estamos m¨¢s cerca. Un d¨ªa engrosaremos sus filas y entraremos en los sue?os de quienes dejamos atr¨¢s". Cierto, sin duda. Pero el acto de visitar a los muertos por mucho que ellos nos visiten es en s¨ª una ceremonia que da vida a los vivos, dignifica a los que est¨¢n y enaltece a los que se fueron. Por eso, miles de viudas y hu¨¦rfanos se reunieron en aquella campa el pasado s¨¢bado a rezar, pero tambi¨¦n a recordar y recordarnos a todos los dem¨¢s lo que all¨ª pas¨® y por qu¨¦ pas¨®. Un acto de purificaci¨®n para todos y una ceremonia de la advertencia para todos aquellos que desde el relativismo moral y pol¨ªtico creen poder sobrevivir dejando al pr¨®jimo a los pies de los caballos de odio y metal.
Ni?os, hombres y ancianos -recuerden, ocho mil- murieron a manos del ej¨¦rcito serbio en la mayor matanza en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto que Europa no hizo nada por evitarlo porque era incapaz de hacerlo como lo ser¨ªa hoy en similar situaci¨®n. Y esa organizaci¨®n tan coqueta y bondadosa que son las Naciones Unidas y que seg¨²n algunos debe ser el ¨²nico garante de nuestra seguridad, presente con tropas holandesas en Srebrenica, a la que hab¨ªa declarado "ciudad segura", fue la que entreg¨® ocho mil ejecutables al carnicero vestido de militar que era el general Ratko Mladic y que sigue tan suelto, de momento, como Bin Laden, Sadam Husein y Jos¨¦ Ternera. Hace ocho a?os que murieron los ahora enterrados, pero por fin sabemos qui¨¦nes eran. El s¨¢bado fueron a visitarlos los vivos al escenario de su muerte.
Cuenta, en otras memorias memorables, Milovan Djilas, partisano, pol¨ªtico, disidente y siempre hombre valiente y libre, c¨®mo los ustachas croatas mataban en Foca en el verano de 1941 a los hijos de las familias serbias importantes de la ciudad. Y c¨®mo los chetniks serbios mataban a los musulmanes doblados sobre tinajas para llenarlas de sangre. "Despu¨¦s tiraban a los musulmanes encadenados y flotaban juntos r¨ªo abajo", recordaba Djilas. Y en Macedonia se ejecutaba a los prisioneros coci¨¦ndolos en barriles de acero hasta que se sacaban los esqueletos limpios de carne. Eso tambi¨¦n es Europa. En 1941. Tambi¨¦n m¨¢s tarde. A punto de entrar en el nuevo milenio, volv¨ªamos a lo mismo. Mladic alineaba a los musulmanes en el puente sobre el Drina en Foca, los ejecutaba con un solo tiro y los volcaban sus soldados con un mero empuj¨®n al r¨ªo. Por el Drina y por el Una flotaban en los a?os noventa los cad¨¢veres como cuando Djilas luchaba en Yugoslavia y Vancura mor¨ªa en Praga y hac¨ªa sufrir a Seifert para que le brotara poes¨ªa.
Pero los europeos, nosotros, tan elegantes y sofisticados, tan sensibles ante todo, segu¨ªamos mirando a aquello que pasaba en Bosnia, que somos nosotros, con la exquisita displicencia que nos da ese se?or¨ªo que nos otorgamos, vayan ustedes a saber por qu¨¦. Y lleg¨® la ca¨ªda de Srebrenica, una ciudad cercana a Foca en Bosnia oriental, aislada durante meses, asediada por los serbios y supuesto enclave protegido por la ONU, esa supuesta soluci¨®n beat¨ªfica a todos los problemas de seguridad del mundo. Entonces, como somos todos muy pacifistas, las fuerzas holandesas con mandato de defender a la poblaci¨®n civil de Srebrenica, no desenfundaron ni una pistola. Ni siquiera elevaron la voz ante aquellos b¨¢rbaros triunfantes que cre¨ªan en lo que hac¨ªan. No fuera el general Mladic a hacerlos a todos rehenes, dado lo poco impresionable que siempre se hab¨ªa mostrado cuando los europeos o el Consejo de Seguridad le rega?aban a ¨¦l o a su jefe Slobodan Milosevic. No estamos para l¨ªos. Mientras, en Europa, las pla?ideras eran otras, esos intelectuales que dec¨ªan que las cr¨ªticas a Milosevic por su supuesto trato rudo a los bosnios se deb¨ªan a que era un l¨ªder de izquierdas.
El Ej¨¦rcito serbio comenz¨® entonces a coger prisioneros a todos aquellos varones que tuvieran vello en los genitales. Suele pasar a partir de los catorce. Con mala suerte, antes. Y se llevaron a ocho mil y trajeron excavadoras y se pusieron a disparar y a enterrar a aquellos europeos en fosas. Durante d¨ªas. Las mujeres part¨ªan de all¨ª por el monte en una procesi¨®n interminable, camino hacia Tuzla y Sarajevo, con su tambi¨¦n incesante letan¨ªa en los labios que eran llantos y rezos entrenzados con la queja y la incomprensi¨®n gimiente ante tanta crueldad, tanto odio y tambi¨¦n, o sobre todo, tanta cobard¨ªa de aquellos que sistem¨¢ticamente lanzan al mundo sus proclamaciones de superioridad moral.
Nuestro superh¨¦roe europeo Jacques Chirac se enfadaba ya entonces mucho, despu¨¦s, cuando todos eran ya conscientes de que los musulmanes con vello en la entrepierna jam¨¢s retornar¨ªan de ese viaje con Mladic, que era un viaje hacia la muerte para ellos y uno hacia la miseria e impotencia para tantos otros. Y proclamaba estar indignado porque hay cosas que en Europa no se hacen. Record¨® a M¨²nich. Al acuerdo de Chamberlain y Daladier con Hitler en 1938. Pero no sab¨ªa que iba a ser prueba viva de que si M¨²nich para el Reino Unido fue la excepci¨®n lamentable, para Francia es la regla luctuosa. Si hubiera escuchado bien, tanto entonces como el pasado s¨¢bado, habr¨ªa o¨ªdo en la letan¨ªa de las viudas y los hu¨¦rfanos las imprecaciones de quienes sab¨ªan y saben que se dio protecci¨®n y cobertura efectiva a los asesinos de Srebrenica por impotencia, por comodidad, por pereza mental y, es triste, por la miseria intelectual a la hora de evaluar lo que se pod¨ªa ganar y perder en la defensa de unos principios que, tras Auschwitz, muchos cre¨ªamos que hab¨ªan sido declarados intocables por las democracias europeas.
Gracias a la Alianza Atl¨¢ntica, no hemos tenido m¨¢s Srebrenicas entre el Adri¨¢tico y el C¨¢ucaso desde entonces. Se intervino por decisi¨®n de Washington. Era la menos mala de las opciones. Y se intervino a?os despu¨¦s en Kosovo cuando las peque?as Srebrenicas se multiplicaban tanto como la percepci¨®n de una insufrible impotencia europea ante la hemorragia generada por el fascismo etnicista del Belgrado de Milosevic. La letan¨ªa de Srebrenica tiene por ello un mensaje claro aparte del llamamiento al llanto de todos por el dolor habido y no evitado, por todos esos Vancuras de todas las edades que dejamos morir por desidia y que el poeta Seifert llora despu¨¦s de muerto. Si no logramos pensar por fuera de nuestra cotidianeidad glotona y c¨®moda sin historia ni memoria, sin duda morir¨¢n antes otros para visitarnos y gesticular en nuestros sue?os. Si no logramos creer lo suficiente en nuestra identidad como seres libres y sociedades abiertas, seremos incapaces de frenar a quienes saben muy bien ser enemigos con causa, y si nadie entre nosotros, ciudadanos libres en la sociedad humana m¨¢s pr¨®spera y piadosa jam¨¢s habida, es capaz y est¨¢ dispuesto a sacrificarse por ella, es probable que hayamos definitivamente perdido el derecho a vivir en ella. Desde los bosques bosnios de Srebrenica seguir¨¢ llegando mientras vivamos su letan¨ªa de amargura y advertencia contra los horrores de guerra y el crimen, pero tambi¨¦n de la destrucci¨®n de la autoestima y de la quiebra de la dignidad.
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