T¨®cala otra vez, Diana
En la noche de clausura del 27? Festival de Jazz de Vitoria, el polideportivo de Medizorrotza, eje central de su oferta, perdi¨® su habitual aspecto un tanto ajado y descaradamente dedicado a otras actividades alejadas de la m¨²sica para convertirse en una inmensa brasserie virtual. No cambi¨®, de repente, todo el entorno convirti¨¦ndose en un lugar tranquilo y c¨®modo en el que poder sentarse y charlar relajadamente con una copa en la mano mientras suena de fondo una m¨²sica as¨¦ptica y, sobre todo, nada molesta. No, no fue as¨ª, pero casi, como m¨ªnimo en el aspecto musical. Las dos partes del concierto de despedida hubieran servido magn¨ªficamente para amenizar una brasserie; una brasserie de lujo, por supuesto, pero brasserie a fin de cuentas.
En la primera parte, el pianista Benny Green midi¨® su teclado con las seis cuerdas de la guitarra de Russell Malone. En la segunda, la megaestrella del firmamento vocal, Diana Krall, acaramel¨® a todos los presentes con su savoir faire
. En ambos casos el veh¨ªculo utilizado fueron un pu?ado de est¨¢ndares de calidad contrastada por los a?os y centenares de versiones, de esos que nunca fallan y que en Vitoria tampoco fallaron.
Benny Green y Russell Malone, ambos han trabajado con Diana Krall, son dos virtuosos indiscutibles de sus respectivos instrumentos con una concepci¨®n del jazz, juntos o por separado, que dista mucho de la prospecci¨®n o de la aventura. M¨¢s bien al contrario: apoy¨¢ndose en una tradici¨®n muy bien asimilada su historia consiste en dar rienda suelta a su innegable habilidad para construir temas sin aristas que sorprenden, una vez tras otra, por su perfecta manufactura. Cuando los m¨²sicos controlan su verborrea instrumental, la cosa resulta altamente agradable, ideal para tomarse una copa en buena compa?¨ªa.
Sensualidad
Esto ¨²ltimo podr¨ªa tambi¨¦n aplicarse a Diana Krall, pero esparciendo aqu¨ª y all¨¢ alg¨²n adjetivo superlativo, pues la cantante y pianista canadiense posee el secreto del mejor show business y sabe dominarlo con habilidad. Su voz es de las que acarician con una sensualidad totalmente despojada de morbo, sabe decir las canciones al o¨ªdo, pero sin llegar a morder en el l¨®bulo de la oreja y, como todo lo que canta son est¨¢ndares de gran belleza, la propuesta acaba manteni¨¦ndose en perfecto equilibrio en la cuerda floja de nuestras emociones. Curiosamente, esa voz no se corresponde con una presencia esc¨¦nica de las que cortan la respiraci¨®n. Diana Krall sobre el escenario hace bandera de su supuesta timidez superada y se escuda tras el piano para remediar una puesta en escena que sin el poderoso instrumento bajo sus manos ser¨ªa de una sosez alarmante.
En Vitoria, Krall recurri¨® a lo m¨¢s agradable de su agradable repertorio, toc¨® el piano con discreci¨®n y dej¨® que sus m¨²sicos, magn¨ªficos los tres, pudieran mostrar su val¨ªa, en especial el guitarrista Athony Wilson. Un concierto simple, sin altibajos ni sobresaltos. De los que gustan porque, en el fondo, ya lo hab¨ªamos o¨ªdo mil veces antes (aunque cambiase la voz, el piano o el entorno) y nos seguir¨¢ gustando y lo seguiremos oyendo mil veces m¨¢s. Un c¨®modo sof¨¢, una copa en la mano, una mirada comprensiva en las cercan¨ªas: T¨®cala otra vez, Diana. Finalizada la sesi¨®n de arrullos oficiales en la brasserie Mendizorrotza, el festival alav¨¦s continuaba en los salones del Hotel Gasteiz. Grupos como los de Wynton Marsalis o Marcus Miller, que ten¨ªan que madrugar bastante al d¨ªa siguiente, prefirieron no dormir y esperar su vuelo tocando en los salones del hotel.
El encargado de controlar todo ese aparente descontrol ha sido el veterano y voluminoso pianista Kenny Werner, que ha unido a su ya conocida sensibilidad una enorme capacidad para amoldarse a todo tipo de situaciones musicales.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.