La leontina de Gallard¨®n
Desde la trabilla de la correa hasta el bolsillo del pantal¨®n, Ruiz- Gallard¨®n luce una leontina como un pol¨ªtico de los tiempos de Maura. Lo que se guarda Gallard¨®n en el bolsillo ser¨¢ siempre un misterio. De la cadenilla de alpaca puede llevar prendida una mascota de la suerte, un peque?o elefante con la trompa hacia arriba, que tal vez sobar¨¢ junto al nido de la virilidad en el momento de recibir en su despacho a un cocodrilo. Tambi¨¦n puede jugar a enredarla en el dedo con las llaves, como hacen todav¨ªa los moteros en la puerta de la discoteca, tratando de levantarle la chica a otro colega. Pero siendo un pol¨ªtico de dise?o maurista entreverado de boy-scout, ser¨ªa l¨®gico que Gallard¨®n llevara en el bolsillo del pantal¨®n uno de esos artilugios suizos, que contiene corta¨²?as, abrelatas, limas, sacacorchos y navajas de diversa profundidad, cuyas prestaciones ¨¦l usa s¨®lo para la pol¨ªtica, adonde van todos de excursi¨®n con la cantimplora.
Durante sus primeros ardores juveniles fue un pol¨ªtico muy derechista, pero no se puede amar a Mozart impunemente
En su momento no se manch¨® con una sola gota de chapapote, pese a andar por all¨ª su padrino Fraga
La lecci¨®n del azar es la primera que aprendi¨® Gallard¨®n, escarmentado en cabeza ajena, que en este caso era la de su padre
Realmente lo que lleva Gallard¨®n al final de la leontina es un reloj heredado de un antepasado, que los tiene de distintos calibres. El peluc¨®n pudo pertenecer al compositor Isaac Alb¨¦niz, que est¨¢ sentado en la punta de una rama de su ¨¢rbol geneal¨®gico tocando el piano, o a su abuelo Tebid Arrumi, que fue m¨¦dico de moros, cronista de la guerra de Marruecos, un periodista de referencia a la hora de dar bet¨²n con la pluma a las polainas de Franco. Tambi¨¦n pudo hab¨¦rselo regalado su propio padre, al que llamaban Josito, el d¨ªa en que llev¨® de la mano a su hijo a que lo cristianara Manuel Fraga en Alianza Popular, apenas cumpli¨® los 18 a?os. Pero, bien mirado, Alberto no tiene a¨²n barriga suficiente para lucir leontina con un reloj antiguo. Hay algo que no encaja. Este tipo de pelucones siempre marcan la hora atrasada y no consta que este pol¨ªtico haya llegado nunca tarde a ninguna ambici¨®n.
Una partida de p¨®quer
El padre de Gallard¨®n fue un abogado muy inteligente y de vida disparatada. Reci¨¦n salido de la Facultad ya dejaba pasmados a los magistrados del Tribunal Supremo con sus recursos de casaci¨®n; cuando era auxiliar de Derecho Civil se persignaba antes de entrar en el aula y pose¨ªdo por una c¨®lera santa expulsaba de clase a cualquier alumno que se burlara de este gesto beat¨ªfico, pero a la hora m¨¢s nocturna, sentado en los garitos del p¨®quer hasta el amanecer, ni siquiera se encomendaba a Dios antes de envidar con malas cartas. Era uno de esos jugadores que meten el yo en la partida. Cre¨ªa que su posici¨®n social y su talento de polemista influir¨ªan a la hora de doblegar el naipe. Y adem¨¢s no ten¨ªa suerte. El d¨ªa antes de su boda perdi¨® toda su fortuna con un p¨®quer de ochos frente a uno de nueves, que llevaba el otro burlanga.
La lecci¨®n del azar es la primera que aprendi¨® Gallard¨®n escarmentado en cabeza ajena, que en este caso era la de su padre; de ah¨ª le viene esa sensaci¨®n de jugar pol¨ªticamente unas veces muy suelto y otras muy amarrado, seg¨²n venga la baraja. De la misma forma alterna un f¨¦rreo control de s¨ª mismo con un palique desmedido, pero nadie recuerda que Gallard¨®n se haya equivocado nunca de una palabra ni que haya farfullado una frase ni haya dejado sin redondear el p¨¢rrafo al final de cualquier declaraci¨®n, una habilidad ret¨®rica que suele fluir espont¨¢neamente cuando uno est¨¢ convencido de todo y de nada. Si un adversario le interpela con una pregunta intempestiva o un periodista le pone a traici¨®n un micr¨®fono en la sotabarba, este pol¨ªtico no se altera. Primero sonr¨ªe, acepta el envite y en seguida contesta como si estuviera memorizando un tema de oposiciones, de la misma forma que lo hac¨ªa en una cafeter¨ªa delante de su novia Mar¨ªa del Mar, cuando se preparaba para fiscal. No duda jam¨¢s. Si se trata ahora de recitar una lecci¨®n de democracia, su labia certera e imparable comienza a abrirse paso en la floresta jur¨ªdica y no cede hasta dejar neutralizado al contrincante. Pero a veces Gallard¨®n es el primero en sorprenderse de su propio camelo. Entonces las dioptr¨ªas le estallan detr¨¢s de los lentes con una mirada ir¨®nica, y, al comprobar que el otro ha tragado, sonr¨ªe otra vez y desenchufa la m¨¢quina.
Este pol¨ªtico ha ido a?adi¨¦ndose conchas de gal¨¢pago a su antigua pinta de empoll¨®n. As¨ª como lo ves, tan recortado por la l¨ªnea de puntos, este hombre se ha tirado en paraca¨ªdas y con la moto ha dado saltos de cabra. Tal vez estas pr¨¢cticas deportivas le han dejado la capacidad de imaginar la pol¨ªtica desde cierta altura y unos reflejos de cintura, que ¨²ltimamente est¨¢ usando para sortear unas curvas muy peligrosas con una rodilla en el asfalto sin darse todav¨ªa el batacazo. En su momento no se manch¨® con una sola gota de chapapote, pese a andar por all¨ª su padrino Fraga basculando la propia foca que lleva dentro. Tambi¨¦n ha salido airoso del remolino contra la guerra de Irak. Mientras millones de ciudadanos insultaban a su Gobierno en la calle, se hizo a un lado discretamente y en la boca sellada s¨®lo se dej¨® un agujero en los labios para silbar mirando al techo. Despu¨¦s de haber presidido la Comunidad de Madrid durante dos mandatos, cuando han salido a la superficie todas las letrinas de las inmobiliarias, como si la cosa no fuera con ¨¦l, se ha sacudido de forma displicente una mota de polvo de la hombrera y, hecho un caballero, se ha alejado de ese derribo saltando por encima de los cascotes a la inglesa con las manos detr¨¢s, no sin dejar a su espalda alg¨²n cad¨¢ver que le sirviera de cortafuegos.
La primera cualidad del ambicioso es que no se le note la ambici¨®n, de lo contrario te cortan el tend¨®n de Aquiles en el primer pelda?o. Un d¨ªa Gallard¨®n anunci¨® que se iba a retirar de la pol¨ªtica; poco despu¨¦s, arriesgando mucho en el envite, se ofreci¨® como sucesor de Aznar; ahora est¨¢ de muestra como buen perdiguero con la pata alzada ante la longaniza que va a soltar el presidente este oto?o junto a otros canditados cuya saliva les llega a todos hasta el suelo excitada por los jugos g¨¢stricos. Por supuesto, este hombre juega al p¨®quer mucho mejor que su padre.
La m¨²sica amansa a las fieras
Gallard¨®n sabe que la m¨²sica amansa a las fieras. Es un mel¨®mano que a la hora de inaugurar una estaci¨®n de metro pod¨ªa citar a Schumann sin venir a cuento, mientras a su lado el ex alcalde Manzano pon¨ªa una sonrisa de arroz con leche y el ministro Cascos arriaba el ce?o pensando que ese nombre respond¨ªa a una marca nueva de hormigoneras. Hay pol¨ªticos de la derecha mastuerza que creen que Rilke es un jugador del Bayern de M¨²nich o que Albinoni es un ciclista italiano. Gallard¨®n no caer¨¢ nunca en ese fracaso escolar, aunque su verdadero arte ha consistido en aplicar el o¨ªdo musical al resto de la cultura entrando con desparpajo en este campo para sustraer un bot¨ªn que siempre ha estado en poder de la izquierda, aun sin liberarse del s¨ªndrome de Estocolmo, que le obliga a citar a Bertolt Brecht y quedarse tan fresco sin arrugar la frente.
Durante sus primeros ardores juveniles fue un pol¨ªtico muy derechista, sabihondo e insufrible, pero no se puede amar a Mozart impunemente. Gallard¨®n comenz¨® a aparecer en los conciertos abanic¨¢ndose con el programa de una m¨²sica cada vez m¨¢s concreta hasta convertirse en un experto capaz de escribir un ensayo sobre David Schombert, aunque lo definitivo fue que un d¨ªa este pol¨ªtico comenz¨® a o¨ªr campanas. Descubri¨® que se pod¨ªa ser absolutamente dem¨®crata y de derechas, culto y despiadado, florentino en la distancia corta y navajero en la larga.
Ha estudiado en el colegio de los jesuitas, no es un pilarista y eso marca una diferencia. El colegio del Pilar es un criadero de ni?os bien, donde se reproducen los v¨¢stagos de una sociedad del barrio de Salamanca; en cambio, los jesuitas dirigen todo su genio hacia la formaci¨®n del car¨¢cter del alumno, sin preocuparles demasiado su procedencia social. A trav¨¦s de esta fortaleza se llega a la cumbre.
Gallard¨®n saca todo lo que lleva en el bolsillo. Tira de la leontina y primero aparece el elefante con la trompa alzada; mientras las ve venir la enreda en el dedo para darse suerte; despu¨¦s da cuerda al peluc¨®n para ponerlo en hora y finalmente se corta las u?as mir¨¢ndo la cara de Aznar. Este pol¨ªtico es el m¨¢s peligroso para la izquierda que tiene la derecha. Puede defender los intereses m¨¢s conservadores e incluso los m¨¢s reaccionarios con un implacable rigor democr¨¢tico, adorn¨¢ndose encima con una melod¨ªa de Scarlatti.
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