Espa?ol no verbal
Se puede hablar espa?ol sin decir palabra? Probablemente. Existe una categor¨ªa de visitantes que, por voluntad o incapacidad, no consideran necesario saber m¨¢s de cinco palabras en espa?ol: ol¨¦, paella, sangr¨ªa y Real Madrid. La organizaci¨®n del ocio litoral y las condiciones en las que viajan muchos turistas tampoco requiere de un vocabulario barroco y es comprensible que algunos limiten su l¨¦xico a este escueto aunque eficaz repertorio. ?Significa eso que no podr¨¢n comunicarse con nosotros? No caer¨¢ esa breva. Existe un territorio muy frecuentado que podr¨ªamos denominar espa?ol no verbal. En lugar de palabras, se basa en la gestualidad. Mover r¨¢pidamente los dedos ¨ªndice y pulgar, por ejemplo, significa dinero, en espa?ol mudo y en otros muchos idiomas igualmente insonoros. Levantar los brazos y chasquear los dedos en se?al de alegr¨ªa, en cambio, ya tiene cierta connotaci¨®n festivo-mediterr¨¢nea. Se trata de la versi¨®n light de una actividad te¨®ricamente hisp¨¢nica: el toque de casta?uelas.
Es cierto que las casta?uelas no gozan de la popularidad que ten¨ªa en los afterhours que, en sus tiempos mozos, frecuentaban El Tempranillo y su pe?a destroyer. Pero tambi¨¦n lo es que se siguen vendiendo como equ¨ªvoca se?a de identidad. Los modelos de casta?uelas expuestos en las tiendas de souvenirs no invitan al optimismo ni al ¨¦xtasis est¨¦tico. Suelen ser de imitaci¨®n de madera, con inscripciones y motivos reiterativos: toros convertidos en pinchos morunos de banderillas y bailaoras atrapadas en espirales de faralaes a modo de camisa de fuerza. Pero la casta?uela no tiene la culpa del trato que le dispensa la cruel mercadotecnia. Y por m¨¢s que vayamos de modernos por la vida y tengamos el cuerpo acribillado de piercings y de tatuajes la mar de fashions, muchos guardamos en nuestro ¨¢lbum una fotograf¨ªa en la que posamos con sombrero cordob¨¦s, camisa de lunares, sonrisa Joselito y un temible par de casta?uelas a guisa de arma blanca.
Puede que una de las razones de la decadencia de la casta?uela sea su sonoridad, que no puede competir con otras formas, m¨¢s perjudiciales para la estabilidad otorrinolaringol¨®gica, de contaminaci¨®n ac¨²stica (v¨¦ase veh¨ªculos equipados con sofisticado armamento tunning). Pero si el turista se toma la molestia de aprender a tocarlas antes de viajar a Espa?a, tendr¨¢ asegurada la admiraci¨®n de los ind¨ªgenas sin necesidad de saber ni una palabra de espa?ol y ser¨¢ tan venerado como esos japoneses que, incapaces de articular una frase, cogen una guitarra y se arrancan por buler¨ªas. La casta?uela tiene bibliograf¨ªa. En 1882, se public¨® un extra?¨ªsimo libro titulado Crotalog¨ªa o Ciencia de las Casta?uelas, en el que el autor (un cachondo: Francisco Agust¨ªn Florencio) escrib¨ªa cosas como: "El bailar¨ªn que toca las casta?uelas hace dos cosas; y el que baila y no toca, no hace m¨¢s que una cosa". O esta otra, digna de Confuncio bajo los efectos de alguna sustancia psicotr¨®pica: "El que no toca las casta?uelas no se puede decir que las toca bien ni mal".
Ejercicio del d¨ªa. Si no tiene casta?uelas a mano, coja dos c¨¢scaras de mejill¨®n, ¨¢telas con un sedal y, harto de vino, interprete aquella canci¨®n veraniega de triste memoria titulada Tacataca.
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