Domingueros de ciudad
El parque de la Ciutadella atrae los domingos a miles de j¨®venes que buscan acabar tranquilamente el fin de semana
"?Qui¨¦n organiza este festival?", pregunta un turista emocionado. No lo organiza nadie y no es ning¨²n festival. Es el parque de la Ciutadella de Barcelona cualquier domingo por la tarde. El turista mira a su alrededor con los ojos como platos. Innumerables grupos de j¨®venes que descansan o charlan sobre el c¨¦sped, enormes corros escuchando la percusi¨®n que sale de decenas de djemb¨¦s (tambores africanos), chicas y chicos haciendo ejercicios malabares o bailando ritmos africanos, parejas en actitud amorosa, familias enteras... Desde hace unos a?os, el parque de la Ciutadella se ha convertido para muchos barceloneses, sobre todo j¨®venes, en el lugar donde acabar tranquilamente el fin de semana, ya sea en invierno o en verano.
Los percusionistas de ritmos africanos forman parte del paisaje del parque
El Ayuntamiento de Barcelona no ha contabilizado la afluencia de p¨²blico al parque, pero la densidad de visitantes por metro cuadrado es alucinante. Sobre todo en los largos d¨ªas de can¨ªcula. Este verano, la pac¨ªfica y festiva invasi¨®n dominguera de los parterres se ha extendido hasta una de las calles principales del parque, donde de forma espont¨¢nea ha proliferado un mercadillo en el que se puede comprar desde un pareo o ropa de segunda mano hasta artilugios para hacer masajes, sandalias, pasando por refrescos y comida casera de todo el mundo, ya sea fr¨ªa o cocinada all¨ª mismo con barbacoas u hornillos de gas.
Es la muestra irrefutable de que las tardes de domingo en la Ciutadella est¨¢n plenamente consolidadas. "Por la ma?ana la Guardia Urbana no nos deja, pero por la tarde tolera el mercadillo", explica Giancarlo, un italiano que cada semana vende riqu¨ªsimas pizzas y empanadas con toda su familia.
Los motivos para acudir al parque son muchos. "Se est¨¢ muy bien, mucho mejor que achicharr¨¢ndote en la playa o tirado en el sof¨¢ de casa", asegura Luis, de 38 a?os, asiduo visitante del recinto. "Podemos tocar sin molestar a nadie", razona Marta, de 23, mientras desenfunda su instrumento de percusi¨®n. "Para los ni?os es fant¨¢stico, pueden corretear mientras nosotros leemos tranquilamente", afirman los padres de dos cr¨ªas que no llegan a los cinco a?os. Otro de los alicientes que todos ellos comparten es "el ambiente". La gran mayor¨ªa de los visitantes son j¨®venes, pero tambi¨¦n hay muchas parejas de media edad y familias enteras paseando, adem¨¢s de decenas de turistas echados en el c¨¦sped.
Son estos turistas el principal objetivo de los carteristas. Como en cualquier aglomeraci¨®n, acuden al parque en proporci¨®n a los visitantes. Verles trabajar es f¨¢cil, ya sea llev¨¢ndose bolsas del c¨¦sped o metiendo la mano en los bolsillos de los que visitan el mercadillo distra¨ªdos. Operan en peque?os grupos: desde un punto relativamente alejado, uno de ellos se encarga de repartir la tarea, mientras otros cuatro o cinco se emplean en ella.
En un escenario como ¨¦ste tampoco pod¨ªan faltar los inmigrantes de origen paquistan¨ª vendiendo latas de refrescos y cervezas. "A un euro, a un euro", es su eslogan. Pasean sin descanso entre los corrillos en busca de clientes. "Me gustar¨ªa saber cu¨¢nto me gastar¨ªa y c¨®mo saldr¨ªa del parque si me bebiera todas las latas que me ofrecen en una hora", bromea Luis.
Nadie entre los preguntados acierta a explicar por qu¨¦ los domingos por la tarde el recinto de la Ciutadella se llena mientras que otros parques de Barcelona permanecen desiertos. Parte de la culpa, en el buen sentido, la tienen los djemberos, los j¨®venes que acuden a tocar percusi¨®n. Lo que los m¨¢s veteranos tienen claro es que los pioneros fueron la pareja formada por Salva, canario, y Nuria, gallega. Hasta se acuerdan de la fecha exacta: febrero de 1998.
"Vivimos al lado, somos muy aficionados a la percusi¨®n africana y estuvimos dos a?os viniendo porque nos apetec¨ªa tocar con gente, pero no cuajaba", explica Nuria. Hasta que cuaj¨® en el invierno de hace cinco a?os. Actualmente, con el experto en percusi¨®n Abdul, originario de Guinea Conakry, organizan una exitosa y concurrida jam cada semana. "Tocar aqu¨ª es lo m¨¢s parecido a hacerlo en la naturaleza, como en ?frica", se?ala Salva. Los tres aseguran que los ritmos africanos son r¨¢pidos de aprender y "sacan la parte musical que todos llevamos dentro".
Sus argumentos parecen ciertos, a juzgar por la cantidad de grupos que tocan en el parque. Unos mejor que otros, pero son muchos. En este sentido, el verano pasado los percusionistas tuvieron problemas con los vecinos. "Nosotros siempre hemos intentado que la gente deje de tocar a una hora prudente", dice Nuria tras la jam. Pero unos metros m¨¢s all¨¢, los tambores siguen retumbando.
En teor¨ªa, el parque de la Ciutadella cierra a las nueve de la noche, pero en verano el horario se alarga hasta las diez o las once. Y aun as¨ª muchos se quedan dentro. Pero no hay problema. Se conocen perfectamente los agujeros de las verjas por donde se puede salir cuando las puertas est¨¢n cerradas.
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