Madremanya, 'locus amoenus'
Abrumado por el calor y la rutina, desear¨ªa fugarme a Italia. Ya en el aeropuerto de Fiumicino, tomar¨ªa el peque?o tren, bajar¨ªa en la estaci¨®n Ostiense y, sin necesidad de tomar un taxi, de un par de en¨¦rgicas zancadas, subir¨ªa al Aventino. Despu¨¦s de contemplar la c¨²pula de San Pedro por el agujerito de la puerta de los Cavalieri di Malta, me sentar¨ªa en un banco de la bas¨ªlica de Santa Sabina, construida en el siglo V con airosas columnas paganas, y envuelto en una luz clara y antigua, descansar¨ªa de las mil tonter¨ªas que me preocupan a diario. Luego me refrescar¨ªa, bajo unos amables tilos, en una fontana cuya agua brota de un enorme mascherone, y pasear¨ªa por el giardino degli aranci observando, ya sin envidia, la felicidad de los j¨®venes amantes. Acodado sobre la baranda de este jard¨ªn sobre el T¨ªber, me fundir¨ªa, hasta que las c¨²pulas se hundieran en la noche, con la ciudad que amo precisamente porque nunca he conseguido penetrarla.
Pero estoy aqu¨ª, capeando el verano dom¨¦stico. Muchas veces, a falta de tiempo o dinero para un viaje, cansados de nuestro entorno, necesitamos cambiar r¨¢pidamente de escenario y subimos al coche buscando algo pr¨®ximo y a la vez distinto. Mi viejo Opel no necesita preguntarme y toma la carretera de Girona a Palam¨®s. Al llegar al pueblo de Bordils, se desv¨ªa por una carretera local en direcci¨®n a las monta?as, a Sant Mart¨ª Vell. Aqu¨ª, en la estribaci¨®n norte de Les Gavarres, empieza mi locus amoenus, mi rinc¨®n ameno. Dejo atr¨¢s el g¨®tico florido, un dulce riachuelo, algunas casas r¨²sticas, campos de oro, bosques ensimismados. S¨ªganme.
Pronto llegaremos a Madremanya. No se detengan. Ya regresaremos despu¨¦s. Ahora vamos a Millars. La carretera se columpia dulcemente entre vi?edos, sembrados, bosques y olivares. Millars es una aldea deliciosa (en fase terminal: existe un plan de urbanizaci¨®n). Situada en el centro de un valle en forma de plato sopero, cuenta con una ¨²nica callejuela que arranca de un viejo castillo. Decorada en cer¨¢mica verde y ocre, la torre reluce bajo el sol como en los cuentos infantiles. A trav¨¦s de ondulaciones toscanas, descendemos hasta Monells. La plaza porticada es bastante conocida. La encontrar¨¢n, por tanto, repleta de turistas y con la piedra excesivamente maquillada. Pueden seguir hasta Cru?lles (no se olviden de las ruinas rom¨¢nticas de Sant Miquel). No coman mucho a mediod¨ªa. En esta zona abundan restaurantes de todo tipo: desde el t¨ªpico fast-food r¨²stico hasta el lujo asi¨¢tico del hotel de Monells, pasando por el notable repertorio de bacalaos que se ofrecen frente a la iglesia del mismo pueblo. En Sant Sadurn¨ª de l'Heura, penetren ligeramente en las misteriosas Gavarres y duerman la siesta en el bosque, caliente como un ¨²tero. O t¨²mbense en el c¨¦sped del jard¨ªn de la iglesia de Monells: tendr¨¢n noticia del descanso ultraterreno. Al atardecer, regresen a Madremanya. Paseen un rato entre las piedras carcomidas, y si¨¦ntense en el jard¨ªn del restaurante La Pla?a. La luz del crep¨²sculo, velada por Les Gavarres, desaparece lentamente. En cada mesa se enciende una peque?a l¨¢mpara. Llegan del huerto ajardinado fragancias de menta, de lavanda, de flores regadas. Llega de las monta?as el olor a bosque seco. Llega la respiraci¨®n agotada de los campos sedientos. Se cena en un ambiente agradable y delicado. A media voz, a media luz, lenguas distintas, sabores precisos, discreto sonido de copas. Estoy a la vez muy cerca y muy lejos, en un ambiente rural, pero muy cosmopolita. Reforzada por el bosque, la noche es muy pura y solitaria. Es f¨¢cil notar la invisible compa?¨ªa de los dioses del lugar, menores, amables.
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