Escaparate de viejos tesoros perdidos
H¨¢gase un poco de memoria, un m¨ªnimo recuento de las cosas, los trajes, los tugurios, los ba¨²les, los toneles, los abordajes, los paisajes, los perfiles, los choques amorosos, las batallas y las batallitas que uno iba a buscar en las viejas e inmortales pel¨ªculas del g¨¦nero -o subg¨¦nero, o lo que fuese aquella maravilla del gran Hollywood- llamado de piratas. Es casi seguro que cualquier cosa imaginada, por peque?a que sea, que salga a relucir en este recuento sentimental est¨¢ metida en alg¨²n recodo del aluvi¨®n de esta reci¨¦n llegada Piratas del Caribe o La maldici¨®n de la Perla Negra. No pod¨ªa ser de otra manera, pues nos encontramos ante un minucioso escaparate antol¨®gico y parasitario del g¨¦nero, o subg¨¦nero, o lo que aquello fuese. Pero en esta nueva y exhaustiva colecci¨®n de reliquias del cine de piratas falta lo ¨²nico que no puede faltar: una pel¨ªcula de piratas.
PIRATAS DEL CARIBE / LA MALDICI?N DE LA PERLA NEGRA
Direcci¨®n: Gore Verbinski. Gui¨®n: Tedd Eliot y Jerry Rossio. Int¨¦pretes: Johnny Depp, Geoffrey Rush, Orlando Bloom, Keira Knightley, Jonathan Pryce. G¨¦nero: Aventuras, EE UU, 2003. Duraci¨®n: 143 minutos.
En la pantalla tenemos el aparejo completo de aquel gozoso juego, todo el deslumbrador ornamento de aquel sue?o, pero no tenemos el sue?o como tal, sino s¨®lo una aproximaci¨®n sin alma a ¨¦l, una reproducci¨®n boba y mec¨¢nica de su aventura. Es una pel¨ªcula de esas en que todo est¨¢ calculado para ser durante unas semanas mina de oro que bruscamente se agota y se convierte en mina de bostezos. Es Piratas del Caribe cine de consumir y tirar, de ver y olvidar, opulento pero tosco, al que un par de gotas de (dudosa) calidad no logran redimir de su condici¨®n de mecano, de pel¨ªcula prefabricada en un laboratorio de marketing. Y que esas calidades son dudosas lo proclama la molesta evidencia de que la m¨¢s ostensible de ellas es el protagonismo de un Johnny Deep pasado de rosca, que vuelve a tropezar en la misma piedra y quiere embaucarnos (ya ha intentado la jugada, sin conseguirlo) con un abusivo recargamiento con florero de su composici¨®n de pirata bueno, al que llena hasta el atasco de gestos y maneras cercanas al amaneramiento.
Y alrededor de este vac¨ªo medular creado por un divo exhibicionista y mal orientado, que quiere burlarse con finuras de su personaje y no imprime acidez ni energ¨ªa en su iron¨ªa, danzan, en un aparatoso aquelarre de abundancia de recursos y de escasez de ideas, los rostros en desbandada del resto del reparto, en el que -echando de comer aparte a la indigencia interpretativa de los guapos Orlando Bloom y Keira Knightley- al tremendo gesticulador australiano Geoffrey Rush se enreda el garfio en un sabihondo, recargado y barroco quiero y no puedo que pretende aterrorizar y hacer gracia al mismo tiempo y que se queda a dos oc¨¦anos de lo que se propone.
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