Mirando Barcelona
Incluso las ciudades m¨¢s densas de vida, m¨¢s ca¨®ticas de sensaciones, m¨¢s abigarradas de geograf¨ªa f¨ªsica y humana, incluso lo m¨¢s vivido de lo urbano que he vivido no me resulta completamente verdad hasta que no lo veo en la distancia. Esos miradores desde las atalayas que el mundo tiene para poder observarse y regalarse, son como una especie de punto final de un largo proceso de seducci¨®n, como si fueran una r¨²brica en la carta de amor que escribimos a las ciudades que amamos. Verlas desde arriba, subidos en monta?as, estatuas, parques de animaci¨®n, en cualquier punto culminante, es como volver a inventarlas. Y, al mismo tiempo, es empezar a entenderlas. Desde all¨ª aparecen como son, peque?os espacios acotados y asumibles, m¨¢s cercanos a la dimensi¨®n humana que las cre¨®, casi ingenuas incluso cuando son soberbias. Me gusta mirarlas desde ese horizonte lejano que las dibuja como si fueran la casita de mu?ecas de nuestra infancia feliz, sus calles y sus plazas, casi reconocibles, su vida lejana, sus s¨ªmbolos, ese rascacielos que un d¨ªa culminamos, ese bulevar que hemos recorrido, ese mar que, en la lejan¨ªa, parece un charquito de colores. La poes¨ªa de las ciudades, desde la mirada lejana que las engrandece empeque?eci¨¦ndolas...
Barcelona, desde el mirador de Collserola, es una Barcelona fr¨¢gil, casi asequible. Metida al completo en el saco grande de una geograf¨ªa superior, como si fuera la pieza del rompecabezas que faltaba, parece un punto suspendido, magn¨¦tico, sin duda altivo. Me fascina esa Barcelona lejana cuyos secretos conocidos vuelven a revestirse de misterio, nuevamente enigm¨¢tica, nuevamente conquistable. Vieja conocida, la atalaya privilegiada y rotunda que nos la dibuja en la retina nos borra el disco duro de la memoria immediata, y nos recuerda que las ciudades vivas nacen y mueren cada d¨ªa. La Barcelona del mirador no es la Barcelona que dominamos, sino la Barcelona que puede dominarnos, y vista desde all¨ª, su peque?ez es tan grande que nos hace grandes.
Hay que mirar las ciudades desde sus atalayas para empezar a entenderlas. Cuando una ciudad nos niega ese largavista privilegiado, se nos niega a s¨ª misma, y su seducci¨®n nunca puede ser completa. Porque no podemos abarcarla, no podemos amarla del todo, aunque la amemos profundamente... Dicen que alguien que fue un general franquista pregunt¨®, subido en una de las atalayas m¨¢s cercanas a Barcelona, "?qui¨¦n ha permitido tama?a osad¨ªa?". Espl¨¦ndida a sus pies y a su mirada, vencida y a pesar de todo orgullosa, la ciudad se mostraba completa, sobrecargada de futuro y de fuerza, demasiado grande en la derrota. Ese general, y esa frase y esa pregunta nac¨ªan de la magia que todo mirador impregna al paisaje urbano que contiene, y de ah¨ª su indignaci¨®n, quiz¨¢s su preocupaci¨®n. La Barcelona mirada de sus miradores nunca ser¨¢ una ciudad derrotada.
?Por qu¨¦ el mirador de Collserola? Porque es la lejan¨ªa m¨¢s extrema y as¨ª engloba los paisajes de la ciudad en un solo paisaje. Desde all¨ª, Barcelona es una ciudad con alrededores, con comarca, con fronteras m¨¢s all¨¢ de sus fronteras, grande pero a la vez min¨²scula, quiz¨¢s a¨²n humana. Verde monta?a, azul mar, y en la zona intermedia del s¨¢ndwich, su amalgama de grises y ocres, sus torres y sus eixamples, sus barrios perif¨¦ricos y sus centros ca¨®ticos. Desde Collsera, Barcelona es las Barcelonas. Y, desde Collsera, Barcelona es m¨¢s que nunca la capital de alguna cosa parecida a un pa¨ªs. Bella y po¨¦tica como aquellas grandes damas cuyo perfume prevalece m¨¢s all¨¢ de su presencia, la distancia la hace elegante, la sofistica y, al mismo tiempo, nos recuerda su abrupta naturaleza humana. Ciudad vivida pero, desde la cima del mundo, sobre todo ciudad mirada.
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