Allada Vermell
No he vivido nunca en ese espacio. Mi amor por esa calle plaza es una especie de amor de extrav¨ªo. El resquemor o a?oranza que siento cuando paseo por el que fuera mi espacio vital desde que nac¨ª hasta que super¨¦ los 20 a?os, la casa Buixeres en la calle del Hospital, hoy engullida por el macroespacio de la Rambla del Raval, me lleva a valorar quiz¨¢s en demas¨ªa ese lugar. Me gusta la naturalidad con la que una intervenci¨®n de esponjamiento ha introducido casi subrepticiamente luz y color en un lugar antes insalubre y tortuoso. Es verdad que intervenciones como las de la calle de Allada Vermell o la de la plaza de la Merc¨¨ son excepcionales. Aplicas el pico, abres, limpias y todo queda m¨¢s o menos igual que antes, pero mucho mejor. En el extremo contrario tenemos la plaza de las Caramelles o la calle de Maria Aur¨¨lia Campmany. Aplicas el pico, abres, limpias y lo que surge es un desastre en el que no hay quien se pare. Pero, atenci¨®n, con ello no quiero decir que mi visi¨®n de la renovaci¨®n de la ciudad es arqueol¨®gica o tradicionalista. Simplemente prefiero los sitios en los que me sienta c¨®modo, a gusto. En Allada Vermell te puedes tomar una copa en una de las mesas del improbable pub ingl¨¦s que est¨¢ en frente del Espai Esc¨¨nic Brossa, y te quedar¨ªas horas dejando pasar el tiempo, o viendo la mezcla de mujeres magreb¨ªes con sus ni?os, j¨®venes en busca de negocios y guiris despitados en su ir y venir del Picasso. Pero tambi¨¦n me tomo mi copa de vino en la plaza de atr¨¢s del CCCB, enfrente de la Facultad de Periodismo de la Ramon Llull, y estoy tan a gusto. Y all¨ª no hay simplemente conservaci¨®n y limpieza, existe intervenci¨®n y transformaci¨®n...bien hecha.
La ciudad vive un momento delicado. Nunca Barcelona se ha vendido tan bien como ahora. Si uno se pasea por el mundo se da r¨¢pidamente cuenta de dos cosas: de lo mucho que vende la palabra Barcelona, y, por qu¨¦ no decirlo, de lo bien que se vive aqu¨ª. Nos jugamos muchas cosas en Ciutat Vella. Nos las jug¨¢bamos hace muchos a?os con el "aqu¨ª hi ha gana", y cuando parec¨ªa que la cosa iba bien encaminada, nos las volvemos a jugar con la presencia masiva de inmigrantes. Me cuentan que un l¨ªder vecinal hist¨®rico del distrito afirmaba con amargura: "Hemos currado mucho para que ahora se aprovechen del tema cuatro moros acabados de llegar". Esa expresi¨®n xen¨®foba expresa con enorme claridad lo que se juega en Allada Vermell o en la Rambla del Raval. La zona de la Ribera, contigua a Allada Vermell, est¨¢ empezando a sufrir los efectos de la banalizaci¨®n comercial y se empieza a notar el s¨ªndrome de parque tem¨¢tico. Demasiados visitantes y pocos vecinos. Poca variedad y mucho estilo. Allada Vermell no est¨¢ en esa fase. Carders, que la limita por uno de sus extremos, es una de las m¨¢s extraordinarias mezclas universales de razas y culturas. Tampoco est¨¢ en ese proceso de aculturaci¨®n la Rambla del Raval, pero en cambio todo all¨ª parece suspendido, como pendiente de hacia qu¨¦ lado acaba girando la ruleta urban¨ªstica, y mientras, el enorme espacio es m¨¢s frontera que lazo. ?Podemos mantener la mezcla, la diversidad, el pluralismo de usos y gentes, y mejorar la calidad de vida de todos? Necesitamos dignidad en las condiciones de vida ante todo. Pero tambien identidad, variedad y grosor de usos y personas. Se necesita densidad, se necesita complejidad, se necesita gente, y no s¨®lo agentes de propiedad inmobiliaria, tiendas fashion y caf¨¦s macrobi¨®ticos. Allada Vermell tiene esa complejidad, ese grosor y esas gentes. Ser¨¢ quiz¨¢s por ello que me sigue gustando.
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